Pavón
y la “defensa de la Patria”
Una vez concluido el Congreso Nacional de Educación y
Cultura el 30 de abril de 1971, se conformó un CNC reformado (Consejo Nacional
de Cultura) con Luis Pavón Tamayo a la cabeza. Sobre esto afirma Ambrosio
Fornet en la conferencia La
política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión:
«Ninguno
de sus dirigentes (los del CNC), hasta donde recuerdo, había tenido relaciones
orgánicas con la vanguardia. Los nexos de continuidad habían sido
cuidadosamente rotos o reducidos al mínimo. A juzgar por sus acciones, el
pavonato fue eso, justamente: un intento de disputarles el poder, o mejor
dicho, de “despojar” del
poder a aquellos grupos que hasta entonces habían impuesto su predominio en el
campo de la cultura y que por lo visto no eran, salvo excepciones,
“políticamente confiables”».
Según argumenta el escritor cubano, a quien corresponde
de alguna manera el mérito de haber creado el término Quinquenio Gris y de ser
uno de los primeros en hablar abiertamente de ello en los años ochenta,
«…únicamente
se salvaron --aunque con facultades bastante reducidas--, los que pertenecían a
instituciones autónomas encabezadas por figuras prestigiosas, como los casos ya
citados de la Casa de las Américas, y sabemos que en este tipo de conflictos no
sólo se dirimen discrepancias estéticas o fobias personales sino también --y
tal vez sobre todo-- cuestiones de poder, el control de los mecanismos y la
hegemonía de los discursos. Basta echar una ojeada a la situación de las
editoriales, los teatros, las revistas, las galerías, los espacios, en fin, de
promoción y difusión de la cultura artística y literaria en los años sesenta
para percatarse de que el dominio de los más importantes lo ejercían, directa o
indirectamente, los grupos que considerábamos de vanguardia. Un funcionario
obtuso podía opinar lo que quisiera de Farraluque o del teatro del absurdo,
pero Paradiso y La soprano calva estaban
ahí, al alcance de la mano; podía rechazar el pop o La
muerte de un burócrata, pero Raúl Martínez y Titón seguían ahí,
enfrascados en nuevos proyectos…»
Según Fornet
«Si
tuviera que resumir en dos palabras lo ocurrido, diría que en el 71 se quebró,
en detrimento nuestro, el relativo equilibrio que nos había favorecido hasta
entonces y, con él, el consenso en que se había basado la política cultural.
Era una clara situación de “antes y después”: a una etapa en la que todo se
consultaba y discutía --aunque no siempre se llegara a acuerdos entre las
partes--, siguió la de los úkases: una política cultural imponiéndose por
decreto y probablemente superior jerárquico en lo concerniente a la llamada
“esfera de la ideología».
En aquellos años de abiertas persecuciones a todo lo que
no se ajustara a los patrones establecidos o más bien copiados de las políticas
aplicadas en la URSS, asegura Ambrosio Fornet que todos eran culpables, «pero
algunos eran más culpables que otros, como pudo verse en el caso de los
homosexuales. Sobre ellos no pesaban únicamente sospechas de tipo político,
sino también certidumbres “científicas”, salidas tal vez de algún manual
positivista de finales del siglo XIX o de algún precepto de la Revolución
Cultural china: la homosexualidad era una enfermedad contagiosa, una especie de
lepra incubada en el seno de las sociedades clasistas, cuya propagación había
que tratar de impedir evitando el contacto --no sólo físico, sino inclusive
espiritual-- del apestado con los sectores más vulnerables (los jóvenes, en
este caso).
«Por
increíble que hoy pueda parecernos --en efecto, el sueño de la razón engendra
monstruos--, no es descabellado pensar que ese fue el fundamento, llamémosle teórico, que sirvió en el
71-72 para establecer los “parámetros” aplicados en los sectores laborales de
“alto riesgo”, como lo eran el magisterio y, sobre todo, el teatro. Se había
llegado a la conclusión de que la simple “influencia” del maestro o del actor
sobre el alumno o el espectador adolescente podía resultar riesgosa, lo que
explica que en una comisión del Congreso de Educación y Cultura, al abordar el
tema de la influencia del medio social sobre la educación, se dictaminara que
no era “permisible que por medio de la calidad artística reconocidos
homosexuales ganen un prestigio que influye en la formación de nuestra
juventud”».
Más aún: «Los medios culturales no pueden servir de marco
a la proliferación de falsos intelectuales que pretenden convertir el
esnobismo, la extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones sociales en
expresiones del arte revolucionario…», según argumentaba la comisión.
En los centros dedicados a la docencia o el teatro, los trabajadores que no respondieran a las exigencias o “parámetros” que los calificaran como individuos “confiables” --es decir, revolucionarios y heterosexuales-- serían “reubicados” en otros centros de trabajo. El proceso de “depuración” o “parametración” se haría bajo la estricta vigilancia de un improvisado comisario conocido desde entonces en nuestro medio como Torquesada.
En los centros dedicados a la docencia o el teatro, los trabajadores que no respondieran a las exigencias o “parámetros” que los calificaran como individuos “confiables” --es decir, revolucionarios y heterosexuales-- serían “reubicados” en otros centros de trabajo. El proceso de “depuración” o “parametración” se haría bajo la estricta vigilancia de un improvisado comisario conocido desde entonces en nuestro medio como Torquesada.
En otro sentido, continúa afirmando Fornet en su
conferencia: «Apoyado por algunas cátedras universitarias, el CNC había deslizado
al oído de los jóvenes escritores la maligna sospecha de que el realismo
socialista era la estética de la Revolución, una estética que no osaba decir su
nombre, entre otras cosas porque nunca fue adoptada oficialmente en ninguna
instancia del Partido o el gobierno. Y como no todos eran jóvenes y no todo
estaba bajo el control del CNC y sus catecúmenos, el Quinquenio Gris, como
espacio temporal, fue también la época de publicación o gestación de algunas
obras maestras de nuestra novelística, como Concierto
barroco, de Carpentier, y El
pan dormido, de Soler Puig».
Por ejemplo, entre las Tesis y Resoluciones aprobadas por
el Primer Congreso del PCC en 1975 no aparece una sola mención al realismo
socialista, aunque numerosos pasajes reflejan la convicción de que es la
ideología la que rige todo el proceso de producción y valoración de la obra de
arte. Especialmente significativo es el pasaje en que se habla de «el nexo del
arte socialista con la realidad» y «la cualidad del reflejo vivo y dinámico de
que hablara Lenin» (en contraste con el realismo como copia fotográfica). (Por Eduardo Pérez Otaño)
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