Invita Josefina Beauharnais: brújulas desde el teatro - La letra corta

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6 de febrero de 2017

Invita Josefina Beauharnais: brújulas desde el teatro



Nunca vi a Josefina Beauharnais Pérez González sobre las tablas. Pero cuando descubrí el teatro, leí muchas veces su monólogo: Abilio Estévez había escrito la obra en el 2006 y yo llegué a La Habana en 2012, dos años después de la puesta en escena de Teatro El Público, bajo la dirección de Carlos Díaz y con el estruendoso protagonismo de Osvaldo Doimeadiós.
Invita Josefina Beauharnais: brújulas desde el teatro
Foto: Daniela Muñoz
Cuando pregunté por el espejo, la cruz y el vestuario de Josefina, alguien me explicó que todo se había perdido. Solo quedaban pequeños detalles de la escenografía: cosas inútiles para retomar aquella historia en una revancha cinematográfica.

Yo soñaba una película documental con personajes de mi cotidianidad. La Josefina de Abilio sería el eje conductor y como línea dramática, tormentos propios que veo multiplicados en mis contemporáneos:

“… Si alguna vez te sientes solo –¡qué puñetera la soledad!- déjalo todo. Cuando digo todo, digo todo todo: casa, bienestar, familia, país… ¡Y huye! ¡Huye, sí! Échate al camino. Ya verás, te acordarás de mí. ¡Qué rápido se esfuma la soledad! Cada día alguien huye. ¿El mundo?: un enjambre de fugitivos…”

En el constate abandono de hogares espirituales y físicos queda sobre una cruz, como la cruz que cargaba Josefina, golondrinas disecadas, muñecas, y una bandera cubana; porque hay esencias que corren vena adentro, sin otra opción que las emociones. Somos eso.


Entonces pienso en Oliver y en nuestras conversaciones electrónicas de los últimos 22 meses. Extraña a Cuba y prescindió de su hogar hace casi tres años. Planea volver, pero no sabe cuándo. En el viejo continente sus amaneceres casi siempre tienen 4 grados Celsius y siente envidia si lo invito a tomar jugo de guayaba. Claro, es una ironía de mi parte, hay algunas oportunidades que se pierden cuando decides ir tras otras. Pero su valentía me enamora. Me alerta sobre la Cuba que no quisiera, me habla de economía, de protagonismo juvenil, de errores, de aciertos… Me compara el mundo en el que vive con el mundo que dejó atrás. Se ha mantenido atento a la Isla y está muy informado. Ha aprendido. Le advierto que muchas cosas han cambiado por aquí y, sin embargo, él promete volver. Tiene esperanzas. Confía. Yo lo esperaré, con las inquietudes de quien nuca ha traspasado las fronteras nacionales y se debate en los eternos vaivenes que provoca la maldita circunstancia del agua por todas partes.

Sin embargo, a E.P. ninguna voz logró convencerlo de que su lugar estaba en la Isla. Lo conozco y me duele perderlo. Se fue, regresó y ahora volverá a irse. Con él se anulan muchas de mis esperanzas. Él es el ejemplo perfecto de todas las capacidades humanas que deberíamos explotar aquí, para que no nos sorprenda la Cuba que Oliver y yo tememos. Pero E.P. siente que necesita otros espacios para crecer: ha llegado hasta el proscenio, todavía le queda texto y ya se acabó su escenario.

A la Patria le pesan los abandonos de gente fértil y capaz. Unos contando los días para el regreso y otros las horas para marcharse. Todos lejos de Cuba, lejos de aquí, donde Josefina y yo no detenemos nuestro paso, aunque el teatro y la vida griten secretos, y la obra termine con aplausos:

“¡Jamás, óiganlo bien, jamás olviden la brújula en casa! Mejor andar desnudo y sin zapatos que sin brújula”.  

(Texto: Laura Barrera Jerez; Foto: Daniela Muñoz)


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