Del triunfo revolucionario al pavonato
En carta enviada por Virgilio Piñera
a Fidel Castro, publicada en Diario libre, el 14 de marzo de 1959,
expresaba:
«…Nosotros, los escritores cubanos,
somos “la última carta de la baraja”, es decir, nada significamos en lo
económico, lo social y hasta en el campo mismo de las letras. Queremos cooperar
hombro con hombro con la Revolución, mas para ello es preciso que se nos saque
del estado miserable en que nos debatimos.»
Esta
misiva constituía la clara posición del sector intelectual con respecto al
proceso revolucionario que recién iniciaba. Vale aclarar que aunque por estos
días el autor de cuentos como Insomnio goce de importantes reconocimientos,
en aquel momento apenas era conocido en unos pocos sectores de la sociedad
cubana.
Según
explica Ambrosio Fornet en conferencia leída el 30 de enero de 2007, en la Casa
de las Américas, como parte del ciclo La política cultural del período
revolucionario: Memoria y reflexión, organizado por el Centro
Teórico-Cultural Criterios, «la Revolución --la posibilidad real de cambiar
la vida-- aparecía como la expresión política de las aspiraciones
artísticas de la vanguardia».
Con
el surgimiento de la Imprenta Nacional se inició una etapa de cierto
crecimiento cultural. Fueron publicados textos de reconocido prestigio
internacional, muchísimas de las obras cumbres de la literatura universal eran
vendidas en las librerías a precios sumamente bajos, para facilitar el acceso
de los sectores más humildes de la población a los mismos.
El
resto del sector artístico e intelectual gozó de igual manera de un período de
organización y auge. Pero no duraría por mucho tiempo.
Según
señala Fornet:
«…cuando empezó a asomar la oreja peluda de la homofobia y
luego, enmascarada, la del realismo socialista, nos sentimos bastante
confundidos. ¿Qué tenía que ver un fenómeno tan profundo, que realmente había
cambiado la vida de millones de personas, que había alfabetizado a los analfabetos
y alimentado a los hambrientos, que no dejaba a un solo niño sin escuela… qué
tenía que ver un hecho de esas dimensiones con mis preferencias sexuales o con
la peregrina imagen de un artista virtuoso y viril, siempre dispuesto a cantar
las glorias patrias?»
Algunos
autores toman como referencia al analizar los precedentes del denominado
Quinquenio Gris, las palabras del líder de la Revolución el 13 de marzo de 1963
en la escalinata de la Universidad de La Habana, cuando expresó:
«Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan
por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (risas); algunos de ellos
con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su
libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a
organizar sus shows feminoides por la libre. ¿Jovencitos aspirantes a eso?
¡No! “Árbol que creció torcido...”, […] Hay unas cuantas teorías, yo no soy
científico, no soy un técnico en esa materia (risas), pero sí observé siempre
una cosa: que el campo no daba ese subproducto. Siempre observé eso, y
siempre lo tengo muy presente. Estoy seguro de que independientemente de
cualquier teoría y de las investigaciones de la medicina, entiendo que hay
mucho de ambiente [...] y de reblandecimiento en ese problema. Pero todos son
parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el “pitusa” (risas)
[…]»
Luego
del palpable auge del sector cultural en la primera parte de la década del
sesenta, ocurrirían una serie de acontecimientos que tendrían consecuencias
funestas en la primera mitad de los años setenta.
La
creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), que duraron
alrededor de tres años, generando importantes cicatrices, se constituyeron para
“reformar” mediante el trabajo a quienes eran considerados “débiles o
torcidos”. Muchos, en lugar del servicio militar, fueron a parar a estos
centros de trabajo al más puro estilo estalinista.
Y
señala Fornet:
«…pero algo se nos había ido de las manos, porque en la
segunda mitad de la década pasaron cosas que tendrían consecuencias funestas
para el normal desarrollo de la cultura revolucionaria: el establecimiento de
las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), y el rechazo
institucional de dos libros premiados en el concurso literario de la UNEAC (Los
siete contra Tebas, de Antón Arrufat, y Fuera del juego, de
Heberto Padilla), para no hablar de anécdotas pasajeras, aunque sintomáticas,
como el clima de hostilidad que suscitó, entre algunos funcionarios, la
aparición de Paradiso (1966), de Lezama, debido a su supuesta exaltación
del homoerotismo.»
Se
comentó, incluso, que el texto más reconocido de este autor, fue recogido de
algunas librerías y en otras se llegó a suspender su venta, a causa de las
ronchas levantadas en algunos sectores de la dirigencia política.
Más
adelante, en su conferencia, Ambrosio Fornet aclara que, aunque los textos de
de Arrufat y Padilla fueron publicados por la UNEAC, mediante el prólogo, la
institución dejaba constancia de su desacuerdo y aseguraba que eran obras que
servían a “nuestros enemigos”, pero ahora servirían “para otras cosas”, uno de
los cuales era plantear abiertamente la lucha ideológica.
Como
explica Ambrosio, «…fue entonces --entre noviembre y diciembre de 1968-- cuando
aparecieron en la revista Verde Olivo cinco artículos cuya autoría se
atribuye a Luis Pavón Tamayo, conjetura por lo demás indemostrable porque el
autor utilizó un pseudónimo --el tristemente célebre Leopoldo Ávila-- que hasta
ahora no ha sido reivindicado por nadie».
El contenido de
esos escritos constituyó el detonante de uno de los períodos más difíciles de
la cultura cubana, una etapa que algunos escritores se empeñan en denominar
“decenio negro”, mientras otros lo reconocen con el apellido de quien fuera la
mano visible, Luis Pavón Tamayo. Se iniciaría así, tras un período de auge
moderado, el pavonato. Pero esos serán otros apuntes para una historia
no contada. (Por Eduardo Pérez Otaño)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente acá... porque somos de letra corta: