Apuntes para una historia no contada: el quinquenio gris (Parte IV y final) - La letra corta

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21 de febrero de 2017

Apuntes para una historia no contada: el quinquenio gris (Parte IV y final)



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Los tentáculos del pavonato 
Afirma Ambrosio Fornet:
«Si en lugar de definir el pavonato por su mediocridad lo defino por su malignidad, tendría que verlo como un fenómeno peligroso y grotesco, porque no hay nada más temible que un dogmático metido a redentor y nada más ridículo que un ignorante dictando cátedra. Hay hechos del período --incluso de finales del período-- que pueden considerarse crímenes de lesa cultura y hasta de leso patriotismo, como lo fue el veto que en 1974 se le impuso a la publicación en Cuba de Ese sol del mundo moral, de Cintio Vitier, un ensayo martiano y fidelista que explica como pocos por qué la inmensa mayoría de los cubanos se enorgullecen de serlo. Como buenos guardianes de la doctrina, los censores advirtieron de inmediato que no era una visión marxista de la historia de Cuba. Así que apareció primero en México que aquí; de hecho, aquí demoró veinte años en publicarse, no sé si por inercias dogmáticas o por simple desidia editorial».
El ambiente represivo no solo se manifestó en el sector de la cultura, entendiendo como tal la música (donde se destaca la prohibición de las producciones de grupos tan afamados como The Beatles), el cine, el teatro o la literatura, sino que también llegó a extender sus garras a campos tan poco imaginables como la arquitectura.
Según lo refleja el destacado arquitecto Mario Coyula en la conferencia El Trinquenio Amargo y la ciudad distópica: autopsia de una utopía, impartida el 19 de marzo de 2007 en el Instituto Superior de Arte, como parte del ciclo La política cultural de la Revolución: memoria y reflexión, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios, «en las ciudades y la arquitectura cubana contemporáneas también aparecieron, con algunos matices propios, los efectos de la misma política cultural rígida e impositiva que dañó el pensamiento, la literatura, el teatro y otras manifestaciones intelectuales y artísticas en los años 70».
Y argumenta más adelante:
«Dejando heridas individuales aparte, el aplanamiento que caracterizó a la política cultural de los 70 en la literatura, el teatro y las artes plásticas pudo recuperarse en buena medida con una posterior reapertura que incluyó la rehabilitación pública de creadores que habían sido perseguidos o apartados. En la producción del entorno construido, el golpe fue más impersonal, pero también más duradero».
El Quinquenio Gris constituyó en el amplio sentido de la palabra, un reflejo del más puro extremismo al que puede llegar una sociedad ciega, que se guía por principios importados, que se dedica a buscar fuera lo que está dentro. Las experiencias vividas durante aquellos largos años no dejan margen a dudas. Ni la fe más grande del mundo, ni la convicción más fuerte, pueden hacernos creer que tenemos la razón, que somos los únicos con el derecho a tomar decisiones que afectan la vida de miles de seres humanos.
Como expresara Fidel Castro en una ocasión, «las ideas no se matan», y tampoco se logra tal cosa con la expresión más genuina de una sociedad: el arte, o con sus responsables, los creadores.
Como alerta Ambrosio Fornet:
«…de la vieja sociedad heredamos, unos y otros, la noción de que la mayoría de los intelectuales y artistas --por lo menos los que no ejercen actividades realmente lucrativas-- son una suerte de “parásitos”. Que un centro rector de cultura contribuyera a reforzar ese prejuicio era una imperdonable muestra de fariseísmo e incapacidad. En todo caso, el CNC tenía muy claro que había que arrinconar a los “viejos” --incluidos los que por entonces apenas teníamos cuarenta años…, pero que por lo mismo ya estábamos “contaminados”-- para entregarles el poder cultural a los jóvenes con el fin de que lo ejercieran por conducto de cuadros experimentados y políticamente confiables. Me atrevo a decir que en 1975 el pavonato, como proyecto de política cultural, estaba agonizante. Pero si es cierto, como creo, que lo más característico de esa etapa es el binomio dogmatismo/mediocridad, la merma de poder no podía significar su total desaparición, porque mediocres y dogmáticos existen dondequiera y suelen convertirse en diligentes aliados de esos cadáveres políticos que aún después de muertos ganan batallas».
Hablar de aquellos cinco años no es solo un intento de poner el dedo sobre la herida, sino también la oportunidad para convocar a una reflexión. Los ilusos que piensen que el objetivo es sencillamente desacreditar o tergiversar determinados conceptos aplicados a lo largo del proceso revolucionario pecan de inocentes.
Como señala Desiderio Navarro en la conferencia La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión, «no se trata de Pavón y sus desmanes, sino de cuánto sobrevive aún --hasta inconsciente en muchas cabezas-- de la visión del socialismo y la democracia que lo inspiró. En última instancia, no se trata del mustio color de un viejo quinquenio, sino del color de nuestro futuro».
Algo queda bien claro: podrán determinados sectores de la sociedad intentar acallar a quienes molestan por sus verdades, podrán incluso silenciarlos por un tiempo, mas no debemos olvidar que cuando al fin resurjan como aves fénix, su fuerza, su credibilidad y su respaldo moral, al estilo del soldado prisionero que al cabo de largos años es liberado, se multiplicarán.

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