Los tentáculos del pavonato
Afirma Ambrosio Fornet:
«Si
en lugar de definir el pavonato por su mediocridad lo defino por su malignidad,
tendrÃa que verlo como un fenómeno peligroso y grotesco, porque no hay nada más
temible que un dogmático metido a redentor y nada más ridÃculo que un ignorante
dictando cátedra. Hay hechos del perÃodo --incluso de finales del perÃodo-- que pueden
considerarse crÃmenes de lesa cultura y hasta de leso patriotismo, como lo fue
el veto que en 1974 se le impuso a la publicación en Cuba de Ese sol del mundo moral,
de Cintio Vitier, un ensayo martiano y fidelista que explica como pocos por qué
la inmensa mayorÃa de los cubanos se enorgullecen de serlo. Como buenos
guardianes de la doctrina, los censores advirtieron de inmediato que no era una
visión marxista de
la historia de Cuba. Asà que apareció primero en México que aquÃ; de hecho,
aquà demoró veinte años en publicarse, no sé si por inercias dogmáticas o por
simple desidia editorial».
El ambiente represivo no solo se manifestó en el sector
de la cultura, entendiendo como tal la música (donde se destaca la prohibición
de las producciones de grupos tan afamados como The Beatles), el cine, el teatro o la
literatura, sino que también llegó a extender sus garras a campos tan poco
imaginables como la arquitectura.
Según lo refleja el destacado arquitecto Mario Coyula en la
conferencia El Trinquenio
Amargo y la ciudad distópica: autopsia de una utopÃa, impartida el
19 de marzo de 2007 en el Instituto Superior de Arte, como parte del ciclo La polÃtica cultural de la Revolución:
memoria y reflexión, organizado por el Centro Teórico-Cultural
Criterios, «en las ciudades y la arquitectura cubana contemporáneas también
aparecieron, con algunos matices propios, los efectos de la misma polÃtica
cultural rÃgida e impositiva que dañó el pensamiento, la literatura, el teatro
y otras manifestaciones intelectuales y artÃsticas en los años 70».
Y argumenta más adelante:
«Dejando
heridas individuales aparte, el aplanamiento que caracterizó a la polÃtica
cultural de los 70 en la literatura, el teatro y las artes plásticas pudo
recuperarse en buena medida con una posterior reapertura que incluyó la
rehabilitación pública de creadores que habÃan sido perseguidos o apartados. En
la producción del entorno construido, el golpe fue más impersonal, pero también
más duradero».
El Quinquenio Gris constituyó en el amplio sentido de la
palabra, un reflejo del más puro extremismo al que puede llegar una sociedad
ciega, que se guÃa por principios importados, que se dedica a buscar fuera lo
que está dentro. Las experiencias vividas durante aquellos largos años no dejan
margen a dudas. Ni la fe más grande del mundo, ni la convicción más fuerte,
pueden hacernos creer que tenemos la razón, que somos los únicos con el derecho
a tomar decisiones que afectan la vida de miles de seres humanos.
Como expresara Fidel Castro en una ocasión, «las ideas no
se matan», y tampoco se logra tal cosa con la expresión más genuina de una
sociedad: el arte, o con sus responsables, los creadores.
Como alerta Ambrosio Fornet:
«…de
la vieja sociedad heredamos, unos y otros, la noción de que la mayorÃa de los
intelectuales y artistas --por lo menos los que no ejercen actividades
realmente lucrativas-- son una suerte de “parásitos”. Que un centro rector de
cultura contribuyera a reforzar ese prejuicio era una imperdonable muestra de fariseÃsmo
e incapacidad. En todo caso, el CNC tenÃa muy claro que habÃa que arrinconar a
los “viejos” --incluidos los que por entonces apenas tenÃamos cuarenta años…,
pero que por lo mismo ya estábamos “contaminados”-- para entregarles el poder
cultural a los jóvenes con el fin de que lo ejercieran por conducto de cuadros
experimentados y polÃticamente confiables. Me atrevo a decir que en 1975 el
pavonato, como proyecto de polÃtica cultural, estaba agonizante. Pero si es
cierto, como creo, que lo más caracterÃstico de esa etapa es el binomio
dogmatismo/mediocridad, la merma de poder no podÃa significar su total
desaparición, porque mediocres y dogmáticos existen dondequiera y suelen
convertirse en diligentes aliados de esos cadáveres polÃticos que aún después
de muertos ganan batallas».
Hablar de aquellos cinco años no es solo un intento de
poner el dedo sobre la herida, sino también la oportunidad para convocar a una
reflexión. Los ilusos que piensen que el objetivo es sencillamente desacreditar
o tergiversar determinados conceptos aplicados a lo largo del proceso
revolucionario pecan de inocentes.
Como señala Desiderio Navarro en la conferencia La polÃtica cultural del perÃodo
revolucionario: Memoria y reflexión, «no se trata de Pavón y sus
desmanes, sino de cuánto sobrevive aún --hasta inconsciente en muchas cabezas--
de la visión del socialismo y la democracia que lo inspiró. En última
instancia, no se trata del mustio color de un viejo quinquenio, sino del color
de nuestro futuro».
Algo queda bien claro: podrán determinados sectores de la
sociedad intentar acallar a quienes molestan por sus verdades, podrán incluso
silenciarlos por un tiempo, mas no debemos olvidar que cuando al fin resurjan
como aves fénix, su fuerza, su credibilidad y su respaldo moral, al estilo del
soldado prisionero que al cabo de largos años es liberado, se multiplicarán.
Del Quinquenio Gris ha salido victoriosa, una generación
de cubanos dispuestos a evitar, a toda costa, un nuevo pavonismo. (Por Eduardo
Pérez Otaño)
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