Comentario a propósito del post ¿Capitalismo en el socialismo? ¿Regresa la explotación?
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Imagen tomada de http://www.yadiraescobar.com |
Por: Camilo Rodríguez Noriega*
Tomado de CubaEconomía
De un “módulo” temático,
publicados por el profesor y bloguero Dr. Carlos García Valdés y que sugiero leer, me he atrevido a aislar, relativamente, el referido en el título de este
trabajo, donde el autor afirma:
“La plusvalía del empresario
nacional privado no es una ley económica, es simplemente una forma del plus
valor que producen sus empleados que a la vez son propietarios asociados de los
medios fundamentales de producción y en consecuencia reciben lo que le
corresponde de la realización de la propiedad socialista de todo el pueblo. No
son explotados, son doblemente beneficiados: por su trabajo en una entidad
privada y por la propiedad estatal socialista y los beneficios de una sociedad
que es regida por leyes económicas y jurídicas que nada tienen que ver con las
del capitalismo. En consecuencia ni los propietarios son capitalistas, ni lo
empleados son explotados. Es una realidad compleja pero hay que analizarla,
precisamente desde la complejidad y la dialéctica”.
Su invitación al análisis anima la
reflexión que continúa. No es que se apunten aquí cuestiones que en el post de
referencia no se lean o entrevean. En todo caso, lo que se comenta agradece
tanto las respuestas que el mismo ofrece como las preguntas que estimula. Con
más precisión: el post ha sido una motivación, a partir del respeto que profeso
a su autor, para ordenar unos puntos de vistas al respecto, cargados de
incertidumbre en relación a una conclusión sobre el tema.
El asunto referido a la producción
de plusvalía dentro de las fronteras nacionales tampoco es ya novedoso en Cuba,
ni como realidad ni como reflexión: las empresas mixtas lo plantearon desde sus
inicios. Pero sus características y la objetiva compartimentación relativa de
su realidad e influjo en relación al resto de la sociedad le otorgaron otro
matiz y diferente significado a sus condicionamientos y efectos nacionales. Eso
explica, entre otras razones, por qué desde ese momento no surgió la pregunta
acerca de la formación de una clase burguesa nacional.
Por empresarios privados
nacionales estoy entendiendo a los propietarios privados de medios de
producción tales que superan la capacidad de su fuerza de trabajo para
emplearlos productivamente y tienen que recurrir a la contratación de mano de
obra ajena. Considero que son explotadores si tales dueños, después de saldar
sus deudas con el fisco, se apropian gratuitamente cuando menos del fruto del
trabajo adicional de los trabajadores que emplean. Téngase en cuenta que
la responsabilidad económica social que corre a cuenta de sus ingresos se
sintetiza esencialmente en el binomio pago de salarios (¿siempre por el trabajo
necesario?) (1) y tributos.
Pueden ser esos empresarios “el
dueño de siete almendrones”, “el propietario de un par de hostales con una
veintena de habitaciones”, el de “la paladar mejor establecida” o el de “una
cadena de distribución de pizzas con una decena de motos” (2). Si tales
empresarios privados nacionales no producen plusvalía ¿cuál es la base
económica de su acumulación empresarial? Otra cosa es que la producción de
plusvalía no sea la base económica de producción y reproducción del tipo de
sociedad que existe en Cuba hoy.
Por tanto, mi presupuesto de
partida es el de que la producción de plusvalía por el empresario nacional
privado no es una ley económica que rige objetivamente a nivel societal en
Cuba, pero lo es a nivel de cada uno de sus procesos específicos de producción
(aunque ni práctica, ni teóricamente agoten el proceso social de producción de
plusvalía). Por demás, ¿estaremos ausente de cierta expresión suya en las
posibles y reales relaciones económicas, legales o no, entre esos empresarios a
través de la re-distribución de ganancias y la posible conformación de una tasa
media a nivel sectorial al menos? La situación de este proceso, si es sensato
planteárselo, parece importante considerarla en la reproducción de este tipo de
relaciones económicas y de todos los actores principales asociados.
De cualquier manera, el estado
actual de cosas, aun cuando no sea más que por su novedad y posible repercusión
entre nosotros, invita a indagar. Otra cuestión son las fuentes disponibles
para esa indagación, cuya limitación sirve para escamotear una información que
debiéramos tener en tiempo oportuno. Si algún mensaje político nos recalca Lenin
en su obra Una gran iniciativa
(aquella de donde hemos tomado lo que identificamos como su definición de
clases sociales) es la importancia de atender al brote de “lo nuevo” (categoría
que, por cierto, no tiene fundamentos ideológicos, como a veces parece, sino
ontológicos).
¿Por qué debemos estar atentos en
Cuba hoy a los brotes de una clase burguesa? Porque necesitamos que, aun cuando
surja, no se produzca en su plenitud capitalista. Por tanto, tenemos que lograr
desde temprano que, sin poder dejar de ser lo que es, se integre orgánicamente,
hasta dónde eso sea posible, a nuestra transición socialista. Por eso me parece
bien pensar sobre este asunto comenzado por la cuestión de la producción de
plusvalía en esas empresas privadas cubanas.
En el contexto nacional las
consecuencias de este proceso específico de producción de plusvalía se realizan
apocadamente a nivel social dado los conocidos “amortiguadores socialistas”
existentes. Parece claro que las desconexiones sociales que sufre dicho proceso
a causa de aquellos “amortiguadores socialistas” dificultan la conexión
orgánica societal de las relaciones económicas propias de estos espacios
empresariales como para que se deslinden socialmente de modo epidérmico y sea
posible calar su alcance real. Situación esta que lejos de ser una dispensa
para subestimarlas nos conmina a despertar como sensibilidad epistémica esa
relación de tránsito entre lo que ahora es y lo que está siendo, de lo cual
solo sabremos explícitamente después.
En mi criterio, de lo que se trata
es de indagar y develar cómo en una sociedad como la cubana se metaforsea
socialmente el proceso empresarial privado de producción de plusvalía y cómo
pesa tal metamorfosis en la acumulación o des-acumulación social socialista,
planteada en un sentido integral y no solo económico. Y cuánto va ello o no de
la mano de la conformación de nuevas relaciones de clases.
Pero cualquiera que sea la
metamorfosis, en el contexto cubano actual aquellas relaciones económicas se
cuelan en el tejido social con tal fuerza contaminante (precisamente por ser
Cuba) que se trasladan también, de algún modo, (por ocurrir en y desde
cualquier barrio de vecinos en un contexto de justicia social para todos) a la
calidad de las relaciones sociales dominantes a través de las subjetividades y
comportamientos que estimulan.
No puede pasar inadvertida la
larga distancia económica ¿y social? entre el dueño de siete almendrones y el
trabajador que requiere recurrir todos los días, sin alternativas recurrentes,
al transporte público; entre el titular de la paladar mejor establecida y la
familia que puede hacer ahorros para ir allí un vez al año a celebrar un
aniversario significativo; entre el propietario de un par de hostales con una
veintena de habitaciones y el trabajador que tiene o aspira a un modesto
apartamento; entre el dueño de una cadena de distribución de pizzas con una
decena de motos y aquel ciudadano que no renuncia al pan de la bodega. Eso, en
Cuba, es un dato de realidad altamente sensible. Son brechas de inequidad no
socialista.
Al respecto no es ocioso constatar
empíricamente que los cambios en la percepción corriente de movilidad social
ascendente en una parte de la población cubana parecen estar creando la
representación de que el resultado positivo del proceso de actualización pasa por
el arribo a una especie de clase media (¿burguesa?) con la que se llega a
identificar el sentido (¿burgués?) de prosperidad, cuya abrupta irrupción en
nuestro discurso político se acompañó de una pobre construcción ideológica
socialista previa y de un apócrifo sabor de novedad práctica que echaba
descuidadamente por tierra, aún como contrasentido, más de 50 años de su propia
creación nacional a nivel popular masivo.
Por otra parte, la “apropiación
gananciosa” por esos empresarios de las bondades de nuestra justicia social
produce cierto efecto desgastante en el sentido socialista, en tanto aquellas
les liberan de presiones directas de sus trabajadores, los que, aun siendo
explotados o discriminados, pueden sentirse felices. Se crea la apariencia de
que el bienestar viene del lado privado cuando en realidad el mismo parasita
relativamente en las generosidades del otro - el socialista ahora posible- cuya
ausencia en otras realidades sociales se transfiere como peso de necesidades
que presionan sobre los empresarios privados, pues es el salario que pagan a
los trabajadores que emplean la fuente única para saldarlas en los que les sea
posible. Si esto es así ¿no estarán también las seguridades socialistas
tributando al proceso de acumulación de esos empresarios privados? Incluyo en
mi respuesta afirmativa a esta pregunta los iguales beneficios socialistas que
ellos mismos reciben, incluida la estabilidad social.
Como decía Fidel, en la idea que
cita García Valdés, frente a la introducción de estos elementos de capitalismo
lo decisivo es cuidar el poder. Pero si esos empresarios emplean formas
encubiertas (pero públicas) de explotación y discriminación asociadas a la propiedad
privada ¿no se está dañando el poder del pueblo? ¿Cómo se traduce o traducirá
en términos de poder político la creciente acumulación del empresariado privado
en Cuba?
Las respuestas a estas preguntas,
entre otras muchas posibles, parecen parte importante en el análisis acerca de
la posible constitución de una clase burguesa en Cuba hoy (también acerca de la
posible constitución de un nuevo sector social de la clase obrera cubana). En
todo caso, lo que ocurre es propio de la naturaleza de la transición socialista
al tiempo que esta debe poner su impronta. ¿Será, o deberá ser, una burguesía
“capitalista”, en el entendido habitual de su naturaleza íntegra? (¿será, o
deberá ser, una clase obrera al estilo capitalista tercermundista?). Las bases
de reproducción de esa posible clase en formación no son netamente
capitalistas; múltiples son sus condicionamientos con origen en las ventajas
socialistas. Se trata pues de una posible burguesía cubana, donde la carga
semántica del gentilicio trasciende la alusión a una pertenencia nacional y lo
de burguesía ¿sería correcto? Pero no es solo, ni en esencia, una discusión de
términos, pero también estos son importantes.
¿Deberá dejarse la respuesta sobre
la formación o no de esta clase social al curso objetivo y espontáneo de los
procesos para enterarnos después? ¿No debiera construirse el “nuevo pacto
social” más allá de lo que lo hacen y harán las leyes y ciertos mecanismos
económicos? ¿Es este o no un asunto público que compete a la conciencia
nacional?
Claro que ser ricos no es igual a
ser burgueses. Tampoco la inorganicidad burguesa de los nuevos ricos significa
que la búsqueda de organicidad como clase no esté en marcha, con más o menos
intención colocada en el asunto. La estructuración de una clase excede el ámbito
particular de las relaciones de propiedad y, en general, el económico.
¿Acaso no se va conformando una
esfera superestructural que la nutre, aunque no sea dominante, en nuestra
sociedad? ¿Es que entre tales empresarios no se va creando fácticamente cierto
“pacto social” aun cuando no se auto-visibilicen explícitamente como una nueva
clase social? (¿es que ya no empiezan a hacerlo?). Al respecto debe ser
estimada hasta esa suerte de “solidaridad” que crece entre tales empresarios
(más que competencia hasta ahora) como expresión de conciencia de compartir una
práctica diferente y novedosa en nuestro contexto.
¿Es que el modo de vida
pequeño-burgués no va anidando en ciertos lares, incluso desde el manto de lo
legal o semi-legal y al amparo de la política económica dominante? ¿No vemos
surgir, abriendo trinchera en terreno popular, una identidad que va limándose
en los nuevos patrones de interacción social que acompañan nuevas prácticas de
poder, saber, deseos y discursos? Sería bueno revisar componentes de la vida
cotidiana como vida familiar y empleo de tiempo libre, más allá del trabajo en
ese empresariado privado nacional.
De cualquier modo, la discusión
pasa ahora por la realidad de la conformación o no de una clase burguesa
(importando, por cierto, su magnitud en términos de concentración de propiedad
y riquezas: ¿pequeña?, ¿mediana?, ya que grande parece estar descartada), lo
que de por sí no es un hecho menor en nuestro contexto. Y no lo es no
precisamente porque no encaje con una determinada noción de lo que debe ser el
socialismo, si no por lo que la desregulación posible del estado de cosas puede
desencajar objetivamente el socialismo ahora posible. Pero lo esencial del
asunto es ¿cómo hacer que eso ocurra, si es necesario, sin menoscabo del poder
del pueblo en Cuba?
Subrayo, y coloco como premisa
primaria del análisis, ese “si es necesario” en relación a la existencia o no
de una clase burguesa, porque es de lo que debemos estar suficientemente
seguros para proyectar cualquier examen que sobrepase la resbaladiza apoyatura
emocional de lo deseado y lo indeseado. Por eso considero muy útil aquella
confesión con que Engels comienza su artículo Clases sociales: las necesarias y las superfluas: “Muchas veces me
he preguntado en qué medida son útiles, o incluso necesarias, las diferentes
clases de la sociedad…”. (4)
Su lectura nos invita a plantearnos la problemática
de la función económica necesaria o no de cada clase, real o posible. En
nuestro caso convendría también valorar, sin voluntarismo alguno, la función
social y política de cada componente de la diversidad socio-clasista. Una
incorrecta apropiación de esta cuestión en su totalidad puede ser muy riesgosa
en Cuba hoy. De ahí la legitimidad de la pregunta: ¿es necesaria o superflua la
formación de una clase burguesa en Cuba hoy? En el fondo está la cuestión de la
objetividad histórica o no del argumento que es menester sopesar.
A veces este tema adquiere el tono de si es o no
“querido” el advenimiento de esa clase, viniendo de otros presupuestos que
participan de cierta disputa: ¿debemos, porque nos es posible, restringir al
punto máximo el paso a formas privadas o hemos de mudar rápidamente hacia ese
tipo todo lo que ahora sintamos ineficiente? A propósito, la adjudicación del
carácter eficiente o no a cada tipo de propiedad, que es uno de los argumentos
mundanos casi apriorísticos que circulan en la discusión corriente de la
cuestión, no debiera omitir por ingenuidad, ni por maldad, la variable
“responsabilidad económica social diferenciada entre empresa privada y empresa
estatal socialista”, como bien lo hace notar el doctor Carlos García. Asimismo,
la diseminación de actores económicos que surge asociada al proceso posible de
estructuración de esa clase burguesa debe ser también objeto de profundo
examen, incluso desde y para la función preventiva de la normativa política y
jurídica.
En todo caso, si la diversidad estructural es
consustancial a la actualidad de la transición socialista cubana, parece ser
que eficiencia económica socialista, legalidad flexible -controlada y
respetada- para viabilizar la necesidad histórica, formación
ideo-cultural de subjetividades anticapitalistas, aseguramiento de reproducción
del acumulado socialista existente en el desarrollo de las nuevas identidades
socio-clasistas y la re-forja conceptual y práctica de una plataforma
axiológica de valores humanistas compartidos deben ser, entre otros, antídotos
esenciales en los que hemos de empeñarnos con conciencia clara del momento
actual. Pero solo podrá fructificar si somos consecuente con aquella idea
fundante de Fidel: “…todo lo que la Revolución realice, tiene que ser realidad primero en la
conciencia del pueblo. Eso es lo verdaderamente democrático, ya que esta es una
Revolución de mayorías, y por eso es una revolución democrática…(5)”
La alianza estratégica entre política, ciencia y conciencia popular es
sustancial.
Estamos por tanto frente a un asunto académico y
político, pero la matriz es política, porque la cuestión económica es también
una cuestión política de suma actualidad. Claro que la variable mediadora es el
problema del poder político, porque como bien recuerda el Dr. Carlos Valdés
citando a Fidel: “… ¿Quién tiene el poder? Esa es la clave… (6)” Nadie crea que
escondemos esta verdad, ni que nos sonroja reconocerla. Ese el leitmotiv de
nuestra lucha. De él depende lo demás. Solo que debemos entender cada vez mejor
¿qué es tener el poder?
*El autor es Dr.C Filosóficas y profesor titular de la Escuela Sperior del Partido Ñico López
Notas:
(1) A propósito ¿cómo se calcula en Cuba el trabajo necesario en estas empresas?
(2) Me aprovecho de referencias que aparecen en el trabajo de Ariel Terrero: La riqueza pendiente.
(3) En: Economía con Tinta. Suplemento del periódico Granma,
30 de junio de 2017; p. 2
(4) Ver
artículo en: Revista Marx Ahora no.40/2015; pp. 162-165. Palabras citadas en
p.162.
(5)
Castro Fidel. Discurso pronunciado en la Universidad de La Habana, el 27 de
noviembre de 1959.
(6) Fidel
Castro. Discurso pronunciado el 15 de enero de 1960.
Mucho bla bla y al final los burgueses hace años que existen los hijos de todos los dirigentes y los generales ladrones con autorización
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