Por
Fernando Almeyda Rodríguez (FEC)
"No estoy de acuerdo con lo que
dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo": Estas palabras
de Voltaire fueron las primeras ideas
que me vinieron a la mente a raíz de leer la Carta Abierta dirigida por Eduardo Pérez Otaño al Ministro de Relaciones Exteriores; debo decir que no
coincido totalmente con la postura de la Carta,
no obstante he de aplaudirla. La solidez de los argumentos más que certeros da
pie a reflexiones casi impostergables. Prefiero valorarla como un excelso
ejercicio de crítica y dignidad, y como el pie forzado perfecto.
Mis diferencias radican sobre todo en
considerar que puede existir un discurso diferente para cada espacio. Pienso que
es un fenómeno perfectamente normal a los efectos internacionales; no obstante,
ello no excusa las trazas de inconsecuencia que encontramos. Si nuestra
posición oficial lacera en algún modo la integridad de los ideales que tan
férreamente defendemos, quizás sea hora de replantearnos la forma en que los
expresamos.
Creo que Cuba está compelida a
aprender los códigos del discurso internacional: tiene muchas variantes y
matices que podemos aprovechar para lograr una defensa más satisfactoria de
nuestros intereses. De lo que se trata es de lograr “habilidad” más que “fuerza”;
en política no es posible mantener un discurso político plenamente consecuente,
pues al igual que en la ética, existen muchas cosas que no deben decirse,
aunque sean verdaderas (aunque siempre habrá sus excepciones: Corea del Norte).
Después de 20 años con una política
exterior obsoleta para los estándares hegemónicos mundiales, resulta muy difícil
aprender desde cero los códigos internacionales; pero es más complicada la
tarea cuando el país pretende operar desde un esquema político de amigo-enemigo.
En pocas palabras: “los que no apoyan mis políticas son el enemigo, y los que
sí lo hacen son mis amigos”. Nada pernicioso hay en esta fórmula, salvo cuando
se invierte.
Por desgracia en un mundo tan
globalizado, tan interdependiente, y fraccionado, no puede pensarse en términos
de blanco y negro, salvo en casos extremos; “la consecuencia ética” se trueca
por “habilidad negociadora”; el discurso es ahora líquido, como la Modernidad descrita
por Bauman. Aunque nos desagrade, es cómo es, y no parece que podamos vivir
mucho más tiempo en una burbuja.
Seguir con el discurso amigo-enemigo,
nos hace diferentes, resalta nuestra integridad política, pero más todavía
resalta vetas de doble moral cuando negociamos con “los enemigos”: ¡no pueden
existir arcoíris en un mundo blanco y negro! Eso no escapa, ni al más tonto y
menos al instruido y culto pueblo de Cuba; nada impide que osados jóvenes como Otaño
pongan el dedo en la llaga buscando exprimir el veneno: lo único que puede
impedir su silencio es el silencio mismo, pues el hecho en sí es evidente.
A los efectos Internacionales, es
perfectamente correcta la invitación al presidente del gobierno español. Eso lo
entienden Rajoy, el señor Ministro Parrilla, y ciertamente yo, pero ¿cuántos estamos
en la condición y disposición de entenderlo? En un modelo que aspira a una
participación unitaria y continua del pueblo en la política, si no se educa en
nuevas formas de hacer política, se irá construyendo un abismo entre la opinión
popular y la opinión pública. Tarde o temprano, el Estado tendrá que atajar
este asunto desde la médula, desde su propio funcionamiento.
No se trata de un problema aislado.
Hay que pensar holísticamente (marxistamente) para entenderlo. Las mismas
intolerancias y tabúes que nos hacen confundir lo público con lo estatal
inducen todos los problemas que son centro del debate público: el ejercicio de
la prensa en Cuba, la economía nacional, la doble moneda, la inconsecuencia del
discurso político.
Estamos, ni más ni menos, ante una
contradicción: o nos cerramos al mundo, o reelaboramos nuestro discurso
político desde la base. Sea la solución por la que optemos dado el contexto
histórico que nos ha tocado vivir significará un parte aguas.
Contrario a Otaño, creo que nuestro
Ministro de Relaciones Exteriores representa la postura correcta, sólo que
sobre argumentos anticuados y obsoletos. Debemos renovar nuestras ideas sobre
la base de nuestros fundamentos políticos y constitucionales. Ciertamente los
principios no son negociables, pero hay que aprender que un principio es un decurso no un discurso. Entender esto podría salvarnos de la pereza típica de la
cultura política del cubano.
Sírvanos entonces la “Carta Abierta” de Eduardo Pérez Otaño como una admonición por nuestra molicie
ante las necesidades y los cambios. Convídenos a reflexionar y recordar, una
vez más, la importancia de ser más radicales, (verdaderamente) martianos y
marxistas; de ir a las raíces de las cosas, y cambiar todo lo que debe ser
cambiado: dígase, ser más revolucionarios.
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