Por Erian
Peña Pupo
En una
reciente entrevista a La Gaceta de Cuba el cineasta Fernando Pérez opinaba
sobre las dificultades que enfrenta la creación joven en nuestro país. El
director de Martí, el ojo del canario
asegura que “si uno piensa que los jóvenes son los que tienen que transformar y
continuar la evolución de nuestra realidad, uno tiene que darles una sola cosa:
libertad”.
No se trata
de compresión o tolerancia, lo que pide el cineasta es una absoluta libertad
creativa junto a la oportunidad de difundir el arte joven. Libertad creativa no
es solo libertad de crear, es, además, obligación de expresar lo creado.
Cuando
hablamos de arte joven debemos analizar que no siempre es arte de vanguardia.
Esta nos recuerda el propio concepto de
dialéctica: contradicción que lleva al cambio, al desarrollo y a la evolución.
A lo largo de la historia, las vanguardias han roto con los estilos anteriores
para dar paso a nuevos movimientos culturales que, en sus inicios
incomprendidos, llegaron a marcar su impronta. Así les ocurrió, entre muchos,
al surrealismo y a la Nueva Ola Francesa, en materia de cine, por solo citar
dos ejemplos.
En el
terreno artístico, como parte de un proceso constante, siempre han existido
generaciones que niegan la anterior. Los valores logrados por una, además de
mantenerse, sedimentan otros aportados por una nueva oleada de creadores. La
cuestión no es negar generaciones, sino evolucionar preservando la herencia
cultural de cada una.
Arte joven
es simplemente aquel hecho por jóvenes. No importa si es o no vanguardista (a
estas alturas no creo que los términos importen mucho). Puede mantener viejos
patrones, buscar definiciones personales o crear nuevas maneras de hacer y
pensar el arte, aun así continúa siendo creación joven. Esta, a la vez, puede
ser vanguardista, tanto filosófica como estéticamente.
Desde el
punto de vista de la difusión del arte son muchos los inconvenientes que
afectan al sector joven creativo del país. Inconformidades, críticas e
insatisfacciones inherentes a cualquier proyecto pueden frenar la realización
del mismo. Aquello de que el arte joven resulta demasiado joven para que alguien
lo tome en serio, influye en la deficiente estrategia comunicativa de esta parte
de la producción artística nacional. Unido a esto encontramos la carencia de un
mecanismo de divulgación de mediano o alto impacto.
Otro
delicado punto sería el apoyo institucional. No reciben el mismo tratamiento,
tanto financiero como mediático, el Festival de Cine Pobre de Gibara, que la
Muestra de Nuevos Realizadores o el Festival de Cine de La Habana. Igual sucede
con las Romerías de Mayo, el Festival Longina o la Jornada de Teatro Joven.
Estamos en
presencia de un arte, para muchos, cuestionador y difícil, tanto temática como
estéticamente. Es el reflejo de una realidad que, aunque incómoda, es nuestra
realidad, como el vino de Martí, aquel que era agrio pero nos pertenecía.
Recurren a la creación los temas sociales, el desarraigo identitario, el
cuestionamiento político y las diferentes posiciones subjetivas- y objetivas,
por qué no- que ante el problema experimenta el autor. Las maneras de
expresarlas son muchas, y por eso se recurre, en ocasiones, a maneras
originales, pero nada convencionales a la hora de crear.
Más allá de
los canales de difusión y producción mediática, debemos analizar los discursos
estético-formales que pueden caracterizar la calidad de una obra artística.
Villaverde escribió Cecilia Valdés y Lam inmortalizó La jungla en tiempos en que la unión
medios-creación estaba casi completamente alejada del acontecer cultural
cubano. La capacidad de crear no depende -nunca lo ha hecho- de la capacidad de
propagar lo creado.
En una
nación como la cubana, en constante búsqueda y redefinición identitaria, cuando
la fuerza de la ideología se impone a la estética y la creación, peligra,
entonces, seriamente el arte. Después de una obra marcada, desde su punto de
vista, por el compromiso social, la acción joven busca autonomía artística.
Esta, tratando de cambiar el estatus anterior, desecha al arte que, de tanto
mezclarse con el universo político, puede terminar confundiéndose con él. Y
este intento de ruptura es lo que molesta a muchos.
En una
ocasión le escuché decir a Alberto Lescay que en nuestro país la escultura
estaba tan generalizada que un busto del Apóstol era considerado arte, y ese es
el gran error con que se pretende oficializar una imagen. El escultor había
visto obras de este tipo, hechas a partir de reproducción en serie, en los
lugares más insospechados de la Isla, sin ninguna utilidad estética ni
funcional, incluyendo varias paradas de ómnibus. Corremos el riesgo que
encierra un breve cuento de Augusto Monterroso: matamos a la oveja negra, pero,
arrepentidos, le dedicamos estatuas. Lo vital no es sacrificar a las nuevas
ovejas negras del rebaño para que las siguientes generaciones se ejerciten en
el arte de escultura, como termina el cuento del guatemalteco, sino consolidar
nuevos mecanismos para promover la creación.
Las
complicaciones para acceder a un espacio de exhibición o distribución, los
llamados “espacios tradicionales”, es otro de los aspectos que frena la
creación artística; aunque esto no debe ser excusa para la improductividad o el
vacío creador. ¿Qué métodos debemos usar para medir la calidad del arte joven?
¿Es qué acaso el arte que hacen los jóvenes no les interesa ni a ellos mismos?
Las respuestas podrían justificar la escasa asistencia a las presentaciones
literarias, las exposiciones de artes plásticas o las lunetas vacías en el
teatro.
Estas son
algunas de las consideraciones que debemos hacernos acerca del futuro del arte
joven en Cuba. Un arte que, rodeada de impedimentos para su total
materialización dentro del complejo mundo cultural, avanza en los caminos de
una definición social e identitaria. Un arte que, como decía Fernando Pérez,
busca una total independencia para continuar siendo fiel reflejo de la realidad
cubana.
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