Por Eduardo Pérez Otaño
Ministro Bruno RodrÃguez Parrilla:
En la tarde del lunes 17 de abril comunicaron nuestros medios
que ha sido usted recibido por las más altas autoridades de la monarquÃa y el
gobierno españoles. Hemos conocido por fuentes oficiales, que ha transmitido
usted una invitación formal y oficial, para que el Señor Mariano Rajoy,
presidente del gobierno español, visite Cuba.
No pudo escogerse fecha más inoportuna ni noticia más ingrata
para darse a conocer justo el dÃa en que se conmemora un aniversario más del
inicio de la invasión de Playa Girón, cuando los Estados Unidos intentó retomar
por la fuerza los mandos del paÃs. Debo confesar que he meditado sobre la
cuestión y no deja de ser inaceptable. Me permito dirigirme a usted en
ejercicio de un derecho ciudadano y de un deber moral.
Ha esgrimido usted, entre otras justificantes, el
“agradecimiento” por la posición asumida por el gobierno español en las
negociaciones que recientemente concluyeron entre la Unión Europea y Cuba.
Discrepo con su discurso al respecto.
La obtención de los derechos, ministro, no se agradecen. No
hay nada que agradecer al señor Mariano Rajoy por haberse alineado al resto de
las naciones europeas para derogar la injusta posición común que un dÃa
decidieron adoptar los viejos colonizadores. No es esa justificación suficiente
ni decorosa para tender una mano que puede ser mordida por las vÃboras, que ven
en esta tierra en medio del Caribe la oportunidad perfecta para la
recolonización.
Agradezcamos, sÃ, al pueblo español que reconoció siempre la
injusticia que cometió el gobierno de José MarÃa Aznar cuando decidió apoyar tamaño
error histórico. Agradezcamos, sÃ, a los grupos de solidaridad con Cuba que en
la penÃnsula ibérica batallaron dÃa y noche para obligar a sus gobernantes a
cambiar de aptitud. Agradezcamos, sÃ, a la dignidad con que asumimos los de acá
el hecho de que Europa en su casi totalidad decidiera darnos la espalda.
A ese mismo pueblo español que el señor Rajoy ha convertido en
blanco de la más despiadada receta neoliberal; a esos que han enviado a la
indigencia por no tener un trabajo digno que les permita pagar vivienda,
electricidad y comida; a esos que reprime en las calles con todos los medios
posibles por oponerse a sus polÃticas; a esos debemos agradecer por su
resistencia y por su dignidad, por representar lo mejor de un continente que no
ha logrado extirpar el extremismo y la xenofobia.
Usted ha invitado, y me permito insistir aunque sé que lo
conoce perfectamente, al mismo que apoya abiertamente la más hostil campaña
contra la Venezuela chavista; al Mariano Rajoy que aboga por una OTAN más activa
y belicosa; al gobernante que declara como fracasado el modelo de la izquierda
en América Latina y no duda en apoyar cuanto acto se organiza en cualquier
parte del mundo en contra de los movimientos progresistas en la región.
Usted tendió la mano y la invitación al mismo señor que
aparece como uno de los principales implicados en uno de los mayores escándalos
de corrupción en España, el llamado Caso Bárcenas; a ese que considera a los
migrantes como un mal que debe ser extirpado; a ese que, según las estadÃsticas
reconocidas a nivel internacional, ha logrado llevar al desempleo a una de cada
cinco personas y al cincuenta por ciento de los jóvenes universitarios; al que aboga
por la intervención directa en Siria y de paso apoya la coalición encabezada
por Estados Unidos que irrespeta la soberanÃa de aquel paÃs.
Hablamos, en fin, del Mariano Rajoy que representa las
posiciones más antiprogresistas y colonizadoras que puedan encontrarse en la
vieja Europa.
Usted que dirigió uno de los medios de comunicación más
importantes de este paÃs; usted a quien le han correspondido algunas de las más
difÃciles y complejas negociaciones diplomáticas en las cuales se ha enrolado la
cancillerÃa cubana; usted conoce sin lugar a dudas el poder de los sÃmbolos, el
significado de los gestos, la trascendencia de las palabras.
Habrá quienes crean extremista mi posición. Habrá quienes, en
nombre del “progreso económico”, pongan a un lado las “diferencias ideológicas”.
Habrá incluso quienes digan que la polÃtica es una cosa y otra muy diferente es
la economÃa y los negocios. Sin embargo, si algo hemos aprendido en los últimos
ciento cincuenta años, desde que Céspedes se levantó contra la metrópoli
española, es que ni en nombre de la economÃa, ni en nombre siquiera de la
supuesta “civilidad” serán negociables el decoro y los principios.
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