A la
entrada de la bahía de La Habana y de frente a la ciudad, abre sus brazos una
de las esculturas más simbólicas y representativas de la capital cubana.
La
idea original de su construcción se atribuye a la primera dama de Fulgencio
Batista quien, según cuenta la historia, prometió erigir una imagen del Cristo
en un punto de la ciudad donde todos pudieran apreciarlo, si su esposo lograba
escapar con vida al asalto a Palacio Presidencial, aquel 13 de marzo de 1957.
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Jilma Madera junto al equipo que trabajó en el emplazamiento de la escultura |
Fue
así como la cubana Jilma Madera presentó sus bocetos al concurso que fue
convocado con tal finalidad, resultando ganadora. Llama la atención al buen
observador que, a diferencia de aquel emplazado en Río de Janeiro o el de
Cochabamba, en Bolivia, el Cristo de La Habana tiene rasgos muy marcados:
ojos rasgados y labios gruesos
representan a un hombre mestizo en esencia, reflejo de la sociedad cubana.
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La escultora Jilma Madera junto a una réplica del Cristo de La Habana |
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Jilma Madera junto a la pieza superior de la escultura |
Según
afirmara la propia escultora: “Seguí mis principios y traté de lograr una
estatua llena de vigor y firmeza humana. Al rostro le imprimí serenidad y
entereza como para dar alguien que tiene la certidumbre de sus ideas; no lo vi
como un angelito entre nubes, sino con los pies firmes en la tierra”.
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Fulgencio Batista y la primera dama, durante la inauguración del Cristo de La Habana |
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Imagen de las tropas rebeldes luego del triunfo de la Revolución. Al fondo el Cristo de La Habana |
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Detalles de la escultura: las sandalias son como las que usaba la escultora |
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Vista del Cristo de La Habana mientras hace entrada el crucero Adonia a la bahía. Foto Ismael Francisco |
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Detalles de la escultura |
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Detalles de la escultura desde otras perspectivas |
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Vista general desde la loma donde se encuentra emplazado el Cristo de La Habana |
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El Cristo se ha convertido en un símbolo indiscutible de la ciudad |
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