Imagen: Osmel Pons Álvarez |
Otro Rey en La Habana es Raulín.
Si le digo que una gorra lo corona,
una pantaloneta mezclilla, ajustada a la cintura por una riñonera, y unos tenis
desgastados de tanto andar destacan entre sus atuendos, y que trae el rostro
afeitado para acentuar los aires de modernidad, no creería que suman en su vida
65 años de existencia.
Si le explicara que casi todos los
días el amanecer lo sorprende tras los pirulíes que representarán su sustento
económico y lo duda, llegue a G y 25, en el Vedado, que allí, desde que el Sol
acaricia la calle hasta que se despide en el horizonte, podrá encontrarlo,
acompañado de su cubeta blanca donde almacena y exhibe los diferentes sabores
que ofrece para endulzarle el paladar.
No es zapatero, pero allí sentado la
mayor parte del tiempo, ya debe conocer cada calzado que transita por esa
acera: el calzado que deja prisa en las huellas, el calzado que anda despacio,
el calzado nuevo por esos parajes. Seguro puede avizorar cuál se detendrá
frente a su cubeta para llevar un caramelo.
Y es que esa acera se refleja en los
espejuelos de Raulín. Le cuesta trabajo levantar la mirada porque una
desviación en el cuello le ha dejado la cabeza inclinada. Nació así, con una
enfermedad que, además, le inmoviliza un poco el lado derecho del cuerpo y le
hace temblar las manos.
Hace varios años que llega a la calle
G con purilíes a la venta. No tiene hijos y desde que su abuela no está, la soledad
ha invadido su casa. Ahora conversa con el radio en las noches. Dice que
todavía en la cocina puede oler el aroma del arroz con leche, cubierto de
canela, que tanto le gusta y que solo ella sabía hacer.
Hace varios años ya no deja que la
casona le oprima el corazón. La abandona temprano para “hacer algo” porque
asegura que, a pesar de todo, la vida es bonita y vale mientras vivas.
Tiene a su Habana, la que su abuela le
obsequió hace tres décadas cuando se despidió de Cabaiguán, al ambiente de la
cuidad y a su fiel compañera de la “luchita diaria”, la que no le reclama si
cogió el ómnibus equivocado –porque “con calma, en la otra parada retornamos o
subimos a la ruta correcta”-, la que lo espera con paciencia: su cubeta.
Y si lo saluda, notará su voz aguda,
con una S que arrastra desde su garganta hasta que los labios la dejan escapar,
porque enseguida le responde con amabilidad y hasta una sonrisa sincera le
regala, una de esas que no cuestan tanto y valen mucho. Porque de esta forma,
ella le alegraba el día.
Rey Raulín, así se llama. Lo de Rey se
le ajusta con el título concedido a los monarcas de un reino. Raulín lo merece
pues, en el reino de este mundo, entre las riquezas que atesora tiene el cariño
de una abuela y la ciudad que una vez le ofrendaron.
En este atardecer, ha sido un honor,
ayudarle a abordar el P-2. (Por Darianna
Reinoso Rodríguez, tomado de: https://gotasderomerillo.wordpress.com)
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