La colonización del pensamiento - La letra corta

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6 de marzo de 2017

La colonización del pensamiento



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Las pirámides de Teotihuacán compiten en majestuosidad con las construcciones más imponentes de cualquier parte del mundo. Cuesta creer que fueron levantadas por civilizaciones precolombinas sin previo contacto con la moderna y avanzada Europa del Medioevo tardío.

Frente a la Pirámide del Sol se siente uno el ser más pequeño del universo, indefenso ante la grandeza del trabajo colectivo, ante el ingenio humano capaz de sortear todos los impedimentos logísticos e ingenieriles para devolvernos obras grandiosas.

Allí, caminando por la misma avenida que une a la del Sol con la de la Luna, donde tantos desfiles militares y ceremonias religiosas se desarrollaran, me pregunté ¿qué hubiese sucedido si toda la historia estuviera al revés: si la vieja Europa hubiera sido conquistada por los avanzados aztecas o mayas, si una de las carabelas hubiese llegado a costas españolas comandada por el inca Atahualpa, si todo cuanto creemos saber hoy estuviera del revés?

Sentado en lo alto de la pirámide del Sol imaginé un mundo rindiendo culto a los astros, quizás con sus ceremonias donde la ofrenda humana constituiría el sumun de la unidad hombre-naturaleza, donde lo bello fuera la piel mestiza, los colores fuertes, las plumas de aves, donde las lenguas dominantes fueran el maya, el quechua...

O un mundo a lo chino, a lo sioux antes de que el invasor inglés acabara con casi todo vestigio de su presencia, quizás a lo árabe. Un mundo donde el concepto cultural globalizado fuera otro, tal vez tan impuesto como el europeo, a lo mejor más plural, menos dominante.

Muchos de nuestros paradigmas, creencias arraigadas y transmitidas de generación en generación, sustentan sus verdaderas raíces en patrones culturales cuyos orígenes nos son ajenos. En un mundo donde se globaliza todo, la cultura es como el agua del río por donde navegarán las naves de los nuevos conquistadores. Y estos abrirán nuevos canales, desecharán unas corrientes y promoverán otras, generarán sus propios diques, porque es en este campo donde mejor se puede dar la conquista.

Somos colonizados culturales cuando pensamos en los códigos que otros quieren que sustenten nuestro pensamiento. Códigos culturales globales, distribuidos por los medios de comunicación, las transnacionales, el mercado, la publicidad...

En la medida en que preservemos nuestras pirámides y más que estas, nuestras prácticas rituales entorno a ellas, que nos reconozcamos globales pero únicos, que sepamos defender nuestras propias prácticas en diálogo con lo universal, en que podamos mirarnos a nosotros mismos e identificarnos sin necesidad de acudir a recursos foráneos, en esa medida dejaremos de ser colonizados mentales.

Que nuestras pirámides sean defendidas como templos sagrados. Que los cantos preconizadores de buenaventuras no nos hagan recibir con regalos a quienes luego espada mediante nos harán sus esclavos, que otros no construyan en unos pocos días sobre lo que ha tardado en armarse cientos de años.

La guerras de hoy, en este país que se abre al mundo de un modo nuevo, no está en el discurso vacío o en la consigna panfletaria; no está en la lucha contra el mensajero ni en los manuales pasados de moda, está en nuestras universidades, en los teatros, en la televisión de carácter social, en los libros que educan e instruyen, en donde se genere un pensamiento cultural previsor, autóctono, sólido.

Miro nuevamente desde esta cima a la que tantos aztecas subieron creyéndose inexpugnables en lo militar, fuertes en lo religioso, protegidos por la naturaleza. Observo sus calles y a lo lejos las otras ciudades como esta, todas vacías, y pienso en la suerte que han tenido de no haber sido sepultadas como tantas otras bajo las iglesias europeas. Pienso en los aztecas como una cultura, una civilización poderosa, aunque hoy solo queden vagos recuerdos y mucho silencio. (Por Eduardo Pérez Otaño, imagen de: www.kaosenlared.net)
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