Promesas largas y pasos cortos - La letra corta

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18 de enero de 2017

Promesas largas y pasos cortos



Luego de miles de promesas, la tan ansiada prosperidad sigue siendo una quimera para muchos. Hablemos un poco sobre esos sueños pendientes, pospuestos, inalcanzables, pero que nos hemos ganado con tanta espera.
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Foto: Alejandro A. Madorrán Durán
Pareciera que en este país nos hemos habituado a las promesas largas y a los pasos cortos. Por allá por los sesenta había quienes cantaban sobre los grandísimos logros por llegar y en efecto muchos sueños llegaron, no pocas deudas al fin quedaron saldadas, pero otras tuvieron que ser pospuestas.

Los setenta nos hizo descubrirnos creyendo en los famosos diez millones, y a los cortes de caña fuimos a parar casi todos: los creyentes en el comunismo que se construía “a pasos agigantados” y los ateos también. Casi sin recuperarnos de los callos en las manos recibimos la noticia de que aquella locura no sería posible. Y comenzamos marcha atrás, importando manuales y exportando a los inconformes. Del llamado quinquenio gris evolucionamos a cierta apertura mental, cultural y económica…


Así se nos aparecieron los ochenta, con sus latas de leche condensada por la “bodega” y la mantequilla por todas partes, en un burdo ensayo de sociedad opulenta que nunca pudo consolidarse, porque cuando mejor se ponía la fiesta vino la advertencia: ¿y si se cae el campo socialista qué nos hacemos?

El último decenio del siglo veinte, para los cubanos, iniciaría con aquello de que “ahora sí construiríamos el socialismo de verdad”, porque lo anterior había sido puro ensayo, mucho cuento, malos intentos con resultados que debían corregirse. Sin comida, sin electricidad y sin futuro, pero con muchos sueños prometidos, juntamos mano con mano para salvar a esta isla rodeada de agua, mucha agua por todas partes.

Entre cifras de un creciente Producto Interno Bruto y un noticiero nacional con más viandas y vegetales que en todos los mercados de la nación, nos asomamos al año dos mil. Un país movilizado por aquel niño robado a esta tierra volvió a hacer hervir muchos sueños, que poco tiempo después se convertirían en cinco nuevos nombres, cinco nuevas causas para un pueblo hambriento de metas por vencer.

Diez años después, nos propusimos recomponer la nación, revisar el inexistente modelo económico, ajustarnos a un mundo que avanzó demasiado rápido para nuestro gusto en las últimas cinco décadas. Con los lineamientos vinieron nuevas promesas de prosperidad, más abono a un puñado de sueños.

Ahora que ya los sesenta, los setenta, los ochenta, los noventa y hasta los dos mil son historia; ahora que sobrepasamos la etapa del verdadero socialismo; ahora que llegó el momento de comenzar a recoger la cosecha de sueños sembrados por todas partes durante demasiado tiempo, aparece la tempestad de un nuevo periodo especial, anunciado por frases como: “crecemos pero no lo suficiente”, “el PIB quedará por debajo de lo planificado”, “debemos trabajar más duro y ser más eficientes”.

Esta isla sigue siendo un país de promesas largas, demasiado largas, y pasos cortos, demasiado cortos. No basta con quedarse sentados recontando los millones de alfabetizados, los miles de médicos formados en tiempos de Revolución, la voluntad internacionalista de un país que ha sabido movilizarse por las más disímiles causas en todas partes del mundo.

Porque esos alfabetizados, esos mismos médicos, esos que han regresado de cualquier rincón del planeta, se inventan nuevos sueños todos los días, sueños que requieren respuestas y no consignas. ¿Qué habría sido del hombre si se hubiera contentado con vanagloriarse durante miles de años por haber inventado la escritura, en lugar de desarrollarla, perfeccionarla, darle nuevas utilidades y convertirla en arte, comunicación, ciencia…?

Como dice el poeta no vivo en una sociedad perfecta / yo pido que no se le dé ese nombre / si alguna cosa me hace sentir esta / es porque la hacen mujeres y hombres, los mismos que soñamos y que aspiramos a que esos sueños sean realidad, porque nos lo hemos ganado con tanta espera. (Por Eduardo Pérez Otaño, publicado en www.eltoque.com)

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