Luego de miles de promesas, la tan
ansiada prosperidad sigue siendo una quimera para muchos. Hablemos un poco
sobre esos sueños pendientes, pospuestos, inalcanzables, pero que nos hemos
ganado con tanta espera.
Foto: Alejandro A. Madorrán Durán |
Pareciera que en este paÃs nos hemos
habituado a las promesas largas y a los pasos cortos. Por allá por los sesenta
habÃa quienes cantaban sobre los grandÃsimos logros por llegar y en efecto
muchos sueños llegaron, no pocas deudas al fin quedaron saldadas, pero otras
tuvieron que ser pospuestas.
Los setenta nos hizo descubrirnos creyendo en los famosos
diez millones, y a los cortes de caña fuimos a parar casi todos: los creyentes
en el comunismo que se construÃa “a pasos agigantados” y los ateos también. Casi
sin recuperarnos de los callos en las manos recibimos la noticia de que aquella
locura no serÃa posible. Y comenzamos marcha atrás, importando manuales y
exportando a los inconformes. Del llamado quinquenio gris evolucionamos a
cierta apertura mental, cultural y económica…
Asà se nos aparecieron los ochenta, con sus latas de leche condensada
por la “bodega” y la mantequilla por todas partes, en un burdo ensayo de
sociedad opulenta que nunca pudo consolidarse, porque cuando mejor se ponÃa la
fiesta vino la advertencia: ¿y si se cae el campo socialista qué nos hacemos?
El último decenio del siglo veinte, para los cubanos,
iniciarÃa con aquello de que “ahora sà construirÃamos el socialismo de verdad”,
porque lo anterior habÃa sido puro ensayo, mucho cuento, malos intentos con
resultados que debÃan corregirse. Sin comida, sin electricidad y sin futuro,
pero con muchos sueños prometidos, juntamos mano con mano para salvar a esta
isla rodeada de agua, mucha agua por todas partes.
Entre cifras de un creciente Producto Interno Bruto y un
noticiero nacional con más viandas y vegetales que en todos los mercados de la
nación, nos asomamos al año dos mil. Un paÃs movilizado por aquel niño robado a
esta tierra volvió a hacer hervir muchos sueños, que poco tiempo después se
convertirÃan en cinco nuevos nombres, cinco nuevas causas para un pueblo
hambriento de metas por vencer.
Diez años después, nos propusimos recomponer la nación,
revisar el inexistente modelo económico, ajustarnos a un mundo que avanzó
demasiado rápido para nuestro gusto en las últimas cinco décadas. Con los
lineamientos vinieron nuevas promesas de prosperidad, más abono a un puñado de
sueños.
Ahora que ya los sesenta, los setenta, los ochenta, los
noventa y hasta los dos mil son historia; ahora que sobrepasamos la etapa del
verdadero socialismo; ahora que llegó el momento de comenzar a recoger la
cosecha de sueños sembrados por todas partes durante demasiado tiempo, aparece
la tempestad de un nuevo periodo especial, anunciado por frases como: “crecemos
pero no lo suficiente”, “el PIB quedará por debajo de lo planificado”, “debemos
trabajar más duro y ser más eficientes”.
Esta isla sigue siendo un paÃs de promesas largas, demasiado
largas, y pasos cortos, demasiado cortos. No basta con quedarse sentados
recontando los millones de alfabetizados, los miles de médicos formados en
tiempos de Revolución, la voluntad internacionalista de un paÃs que ha sabido
movilizarse por las más disÃmiles causas en todas partes del mundo.
Porque esos alfabetizados, esos mismos médicos, esos que han
regresado de cualquier rincón del planeta, se inventan nuevos sueños todos los
dÃas, sueños que requieren respuestas y no consignas. ¿Qué habrÃa sido del
hombre si se hubiera contentado con vanagloriarse durante miles de años por
haber inventado la escritura, en lugar de desarrollarla, perfeccionarla, darle
nuevas utilidades y convertirla en arte, comunicación, ciencia…?
Como dice el poeta no
vivo en una sociedad perfecta / yo pido que no se le dé ese nombre / si alguna
cosa me hace sentir esta / es porque la hacen mujeres y hombres, los mismos
que soñamos y que aspiramos a que esos sueños sean realidad, porque nos lo
hemos ganado con tanta espera. (Por
Eduardo Pérez Otaño, publicado en www.eltoque.com)
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