Si
Juan Pablo II viviera no tengo dudas de que habrÃa ordenado ya la excomunión de
Francisco. Junto a un Papa emérito habrÃa en la Casa de San Pedro otro hereje,
un dueto interesante para una Iglesia que ha entrado al tercer milenio de la
era cristiana plagada de deudas consigo misma y con sus seguidores.
¿Renuncia
o escape? El mundo entero debatió en su momento a la vez que ponÃa en duda las
verdaderas justificaciones esgrimidas por Benedicto XVI para retirarse de la
silla de San Pedro. Para no pocos, la cúpula pareció derrumbarse sobre los hombros
de un mortal pecador, como el resto de la humanidad, si nos atenemos a los más
estrictos principios bÃblicos.
La
misma iglesia que el Santo Juan Pablo II intentó hacer entrar al nuevo milenio
libre de toda culpa, aunque para ello fuera necesario pedir perdón por hechos
tan escandalosos como la condena a Galileo por su oposición a reconocer que la
Tierra era el centro del universo y la quema de Giordano Bruno, no pudo
librarse de los escándalos por corrupción, principalmente en la Banca Vaticana.
Junto
a los turbios manejos de las finanzas del Estado más pequeño del mundo pero el
de dominio más universal, se venÃan sumando los relacionados con la pederastia,
la férrea oposición a una mayor incorporación de la mujer a la vida religiosa,
lo relacionado con las comunidades de diversidad sexual, el aborto, entre otros
asuntos no menos complejos.
¿PolÃtica religiosa o religión polÃtica?
Juan
Pablo II –también conocido como el Papa Viajero- hizo del Vaticano y la
institución religiosa en sà misma un instrumento polÃtico. La Santa Sede pasó a
convertirse durante su pontificado en un actor importante e implacable, aunque
silencioso, en la reconfiguración del mapa geopolÃtico mundial.
Se
dice que el presidente norteamericano Ronald Reagan contaba entre sus favoritos
al heredero de San Pedro, por reconocer en él a
un hombre que con inteligencia
y eficacia extraordinarias estaba logrando enfrentarse al comunismo soviético.
Recientemente se han dado a conocer nuevos documentos que dan fe de las
alianzas asumidas por el Vaticano en plena guerra frÃa.
Y
América, la misma tierra que para bien de la Iglesia Católica ha pujado al Papa
Francisco, vivió como pocos la polÃtica y la férrea doctrina dictada desde la
Santa Sede. La TeologÃa de la Liberación era demasiado comunal –tan parecido a
comunista-, demasiado apegada a los pobres, demasiado relacionada con las
causas de los excluidos, como para permitirle fortalecerse en esta parte del
mundo. Juan Pablo II amonestarÃa a sus principales lÃderes, generarÃa
divisiones, se opondrÃa a su discurso pública y secretamente.
La
institución religiosa de dos mil años de historia entró entonces en un momento
de crisis estructural, tanto como la del propio capitalismo.
Una Iglesia que se adapta
Francisco,
el Papa del cambio, ha negado el empleo de atributos clásicos de la autoridad
del Sumo PontÃfice, ha hecho de la misericordia una prédica fundamental a la
vez que empuja a la Iglesia Católica hacia la periferia, desde donde los pobres
han mirado históricamente las grandes ceremonias litúrgicas mientras los
parásitos entretienen al hambre y el abandono de los centros de poder los
reducen a votantes polÃticos.
La
misma iglesia que en un momento cerró sus puertas a las prédicas como las de
Oscar Arnulfo Romero hoy se abre, por órdenes de Francisco, a los desposeÃdos.
Los pobres pasan al centro, un centro aún demasiado periférico pero en
permanente movimiento.
Desde
la Iglesia se habla entonces de cambio climático, de redistribución de las
riquezas, de crisis migratoria, del nefasto poder de las transnacionales, de
las ideologÃas radicales, del respeto a las diferencias, de inclusión, de
diálogo con todos los sistemas polÃticos y religiosos.
Un
Papa ecologista, antitransnacional, pro-desposeÃdos. Un Papa comunal –para
alejarnos del concepto de comunismo-. Un Papa que reconoce en los movimientos
de izquierda latinoamericanos una fortaleza para la región. Un Papa que lavó
los pies de presos comunes y mascó la
hoja de coca en Bolivia. Un Papa que se ha atrevido a abrir el debate sobre el
aborto, la homosexualidad y el derecho a la mujer a ocupar determinadas
posiciones dentro de la Iglesia Católica. Un Papa anti-Papa, en fin.
En
dos milenios la Iglesia ha aprendido muy bien el arte de la adaptación. Mucho
antes incluso de que Darwin describiera el proceso de Selección Natural como
mecanismo para lograr la adaptabilidad y supervivencia de las especies en los
más disÃmiles entornos, ya la más universal de las instituciones religiosas
habÃa puesto en prácticas esas leyes.
El
cambio de discurso no tiene que constituir en sà mismo un cambio estructural. Eso
lo sabemos bien. Las apariencias no son las esencias pero por algún lugar ha de
comenzarse.
El niño malo
La Cadena
Fox no dudó en tildarlo como “el hombre más peligroso del mundo”, mientras
Donald Trump, candidato republicano a las presidenciales en Estados Unidos para
2016 ha sugerido que quizás sea hora de darle “unas nalgaditas”. Ni lento ni
perezoso, Francisco anuncia mes tras mes nuevas medidas, decisiones que se
suman a una transformación cada vez más profunda de la Iglesia Católica.
Le
cuesta y le costará trabajo barrer el conservadurismo alimentado durante
demasiados siglos y exacerbado en los últimos treinta años, pero de su éxito
dependerá que la institución religiosa sobreviva a esta era de movimientos
telúricos en lo económico, lo polÃtico, lo social y lo religioso.
El
gobierno mundial impulsado desde la Santa Sede tendrá que sustentarse sobre la
base de lo dicho por Benedicto XVI en conversación con Jaime Ortega, Arzobispo
de La Habana, recogida por Yarelis Rico en la edición de marzo de 2015 de la
revista Palabra Nueva, “la Iglesia no está en el mundo para cambiar gobiernos,
sino para transformar con Evangelio el corazón de los hombres, y esos hombres
cambiarán el mundo según la disposición de la providencia”.
Para
Francisco, a su vez, “la Iglesia no puede ser nunca una simple espectadora,
este proceso la iglesia lo tiene que acompañar en diálogo”, en referencia al movimiento
integracionista que se lleva adelante en Latinoamérica. Y en diálogo acompañó
el Papa el proceso de negociaciones y posterior restablecimiento de relaciones
diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, quienes durante más de dos años y en
total secreto asistieron en Canadá a la mesa de negociaciones.
Alejado
de las dudas iniciales sobre su posible relación con la dictadura de Jorge
Rafael Videla en Argentina, Francisco ha enrumbado su pontificado por un
sendero totalmente novedoso en la historia reciente de la institución
religiosa.
Ahora
llega a Cuba la máxima autoridad del Vaticano en visita oficial y apostólica.
Por tercera vez un Papa pisará la tierra de la Mayor de las Antillas y como
nunca antes la Isla se ha preparado para su recibimiento. Viene con sus
discursos de hombre sabio y por demás en el español de estas tierras. En el
morral traerá las sorpresas también, como ya ha sucedido durante su anterior
gira por Ecuador, Bolivia y Paraguay.
Con
su encÃclica Laudatos Si, Francisco ha anunciado desde ya la nueva batalla que
la Iglesia Católica dará en favor del medio ambiente. No pocas de estas
acciones le han merecido la nominación para el Premio Nobel de la Paz y
corresponderá a la Real Academia de las Ciencias de Suecia el último veredicto.
Francisco,
el Papa de los pobres, el del cambio, ahora no solo ha de cargar con las
responsabilidades propias de su cargo y los conflictos internos de la
institución que dirige, sino también con las esperanzas que millones en este
planeta han depositado en sus manos. (Por
Eduardo Pérez Otaño)
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