Por: Osvaldo M. Álvarez Torres*
La
historia que no puede perder la familia cubana
Siempre he pensado, no porque nadie me
lo haya impuesto sino porque lo aprendí de mis mayores, que no pueden existir pueblos,
ni culturas, ni naciones, ni familias sin historia o que la tergiversen de tal
manera que se queden sin la misma, pues ello sería como no existir.
No sólo fue lo que me dijeron mis
mayores, sino lo que aprendí desde la cuna, en el seno de una familia
pueblerina que me dio como uno de los primeros regalos de la infancia, un
pequeño busto de hierro, pintado de blanco, con la efigie magnífica de José
Martí.
La unidad de la familia no sólo la
observé en los míos, sino en la familia de mis amigos, de mis conciudadanos.
Aprendí que cada vez que había un problema que dejaba de ser individual se
convertía en global, entiéndase, de toda la familia. Toda la familia se unía y
se tornaba infranqueable, cual valladar que se hacía inexpugnable ante aquel
problema de uno, que se convertía en el problema de todos.
Esa ha sido la historia común de la
familia cubana por los siglos de los siglos.
Así actuó de indomable la familia
consanguínea y tribal del cacique Hatuey, el primer aborigen rebelde de las
tierras americanas, cuando fue capturado, maniatado y llevado a la hoguera para
ser quemado vivo, remedo de los clásicos tribunales de la inquisición,
retomados por una España que siempre había llegado tarde a todo y que entronizó
la esclavitud de los indios, exterminados por la bestialidad de los
conquistadores- colonizadores, para continuar con la trata de los esclavos
negros arrancados de sus reinos africanos.
El valor de la familia criolla,
originaria de Cuba, fue ilimitado ante las fechorías de corsarios y piratas que
en el saqueo de las villas, volcaron su ira en el rapto y violación de
doncellas, en el robo y en los alevosos crímenes cometidos.
Luego serían las familias de los
vegueros (cosechadores del tabaco), sublevados contra los representantes de la
Metrópoli española y sus instituciones coloniales en la isla, que para
preservar el monopolio sobre el tabaco y el estanco de este producto, hicieron
pagar con sangre a los que se alzaban contra los extorsionadores, llevándolos a
la horca, que resultó a posteriori redentora y símbolo de valentía, unión de la
firmeza de pensamiento, defensa de intereses no individuales sino familiares y
atisbos de una actuación criolla que despuntaría después en la cubanidad, o
sea, en el surgimiento de los cubanos, que dejaban de ser simples criollos.
Seguiría la familia cubana como centro
del reservorio de tradiciones combativas y de autoprotección, con las disímiles
conspiraciones criollas contra una monarquía peninsular y un gobierno colonial,
que asfixiaban las ansias de libertad de comercio, de autonomía primero e
independencia después, de abolición de la aberrante
esclavitud impuesta, para escarnio de la raza humana
El grito de independencia del 10 de
Octubre de 1868, la liberación de los esclavos por el precursor de aquella gesta
libertaria, el ilustre abogado y terrateniente Carlos Manuel de Céspedes y del
Castillo, el nacimiento de una nación, al dejar de ser criollos y convertirse,
por imperativos de la lucha, de la recién surgida conciencia nacional, en
cubanos, devino el ejemplo imperecedero de amor a la familia, de unidad
familiar, aquella frase lapidaria que le ganó a Céspedes el calificativo de Padre
de la Patria, cuando ante el chantaje de los oficiales españoles por la
captura de su hijo mayor Oscar, quien sería fusilado si Carlos Manuel de
Céspedes no cejaba en el empeño independentista, el excelso patricio les
espetó: “Oscar no es mi único hijo, …yo soy el Padre de todos los cubanos”.
Años después vendría el gesto
maternal, familiar, de dedicación a la familia de Lucía Iñiguez, madre del que
sería Mayor General Calixto García, cuando informada de que su hijo se habría
inmolado antes de caer en manos del enemigo español, expresó con altivez: ¡Ese
es mi hijo Calixto!
No puede preterirse la postura de
Mariana Grajales, madre de los Maceo, aquella excepcional mujer, cuidadora sin
límites de sus “cachorros”, cuando en ocasión de difíciles momentos para su
familia, se irguió para decirle al menor hijo, Marcos, que se empinara, que se
alzara para luchar por la libertad de Cuba.
Ni qué decir de la amantísima madre de
José Martí, sufrida por su hijo que estaba cada día avocado a dar su vida por
la independencia de Cuba. Y el sentimiento del Apóstol por su familia, por sus
padres y hermanas, por su primogénito hijo.
La familia del generalísimo Máximo
Gómez, el dominicano-cubano, es ejemplo de la unidad de la familia, de su amor
sufrido por el joven hijo muerto al lado del excelso jefe, del respaldo al
libertador que, destituido de su cargo por escisiones y envidias, recibió las muestras
de simpatía y cariño, de desagravio de todos los cubanos, poco antes de su
deceso el 17 de junio de 1905.
Luego, a los treinta y ocho años de la
instauración de una República, que nació lastrada por el estigma entreguista y
servil de una Enmienda Platt, en la Asamblea Constituyente que dotó a Cuba de
uno de los más modernos y progresistas textos constitucionales de Latinoamérica
de la época, en 1940, que ulteriormente quedó en letra muerta, por el no
desarrollo en leyes complementarias ulteriores su preceptiva, sería definida la
familia cubana magistralmente, en los debates de la Asamblea Constituyente de
1940, por el controvertido pero no menos importante filósofo cubano del siglo
veinte, Jorge Mañach, también constituyentista.
En tal sentido afirmó Mañach y ello ha
trascendido a la posteridad: “La familia cubana es algo más que esa
asociación, meramente física, y transitoria en que algunos delegados parecen
estar pensando…Es el ámbito afectivo en que se mantienen las mejores
tradiciones sociales; es la sociedad en pequeño, el instrumento de que la
sociedad se sirve hasta para preservar la vida física de la especie…..Es el
instrumento para la transmisión de la tradición moral o cultural de la especie,
para preservar una serie de valores, de actitudes delicadas del espíritu, que
no pueden prosperar fuera del ámbito familiar…” (1)
*Ponencia presentada por el profesor Osvaldo M.
Álvarez Torres en la Conferencia Provincial Preparatoria de la I Conferencia
Nacional de Ciencias Sociales. Matanzas, marzo, 2015.
NOTAS:
1.
CASASÚS, Juan J. E.: “La Constitución a la luz de la doctrina magistral y la
jurisprudencia” Primera Edición. La Habana. Cultural S.A., 1946.Pág. 259.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente acá... porque somos de letra corta: