Por Luis Dariel Pinto Delgado
Escribir sobre migración en
el contexto actual se hace dramático: desplazamientos de poblaciones, aumento
de crisis económica en regiones como América Latina y el Caribe… Por solo poner
un ejemplo, el resurgir en esta área geográfica de corrientes políticas de
derecha, marcan las pautas de la contemporaneidad sobre migración, la cual trae
aparejado a la familia como núcleo y sujeto de los procesos migratorios.
La teoría nos indica que la
emigración es el proceso en que el individuo deja su lugar de origen para
establecerse en otro país, generalmente por causas económicas o sociales, y
amparados en la mayoría de los casos, por el consentimiento y acuerdo del
núcleo familiar. No obstante, los lazos filiares hoy no se rompen en el caso
cubano, sino que se fortalecen mayoritariamente, creando redes sociales que se
organizan y desarrollan canales y rutas migratorias, lo que ocasionó un
incremento considerable de salidas de personas del país.
El proceso migratorio cubano
se debe observar como un asunto natural, ya que la formación de la nación es
producto de constantes procesos migratorios. Además, ha transcurrido a lo largo
de la historia por diferentes etapas. Desde el mismo triunfo de la Revolución discurre
por varios momentos históricos: entre ellos se destacan las oleadas migratorias
de Camarioca (1965), Mariel (1980) y la Crisis de los Balseros (1994).
Las diferentes coyunturas
políticas supeditadas a las conversaciones sobre temas migratorios entre Cuba y
los EE.UU, incidieron directamente en la caracterización particularizada de
nuestra migración, modificando la composición de ella. Es de ese modo que comienza
una mayor migración calificada, joven y femenina, fenómeno que se mantiene
hasta nuestros días, variando indistintamente los índices y porcientos de
migrantes tras la aparición de nuevos destinos.
El proceso migratorio cubano
y la familia, iniciaron la modificación de las estructuras sociales a partir de
la aparición de nuevas formas de organización de los núcleos familiares,
transitando por nuclear, extendida y llegando a la descomposición.
Al mismo tiempo, vuelve a
colación el término “transculturación” del Dr. Fernando Ortiz, con la ruptura
total de las relaciones políticas entre Cuba y los EE.UU el 3 de enero de 1961.
El sujeto que migraba se trasladaba con elementos culturales de su sociedad y
en el asentamiento, con el proceso de asimilación-inserción, ese mismo individuo,
con ayuda de la familia, reproduce patrones, conductas, creencias y hábitos de
la cotidianidad para poder materializar la idea de realizar el proceso de
atracción familiar, y reconstruir su núcleo familiar.
El
tema migratorio y la participación masiva de ciudadanos cubanos como
protagonistas de estas empresas, fueron por mucho tiempo motivo de
discriminación, víctimas de políticas estaduales. Estas discriminaciones y
conceptos sobre los cubanos que decidían emigrar tanto por vía legal como por la
ilegal, fueron cambiando desde finales de la década del ochenta y principio del
noventa, bajo un nuevo contexto con el derrumbe del campo socialista y el
inicio del llamado “período especial”.
Debido
a las carencias económicas, la política de los Estados Unidos, con su negación
de visas, influyó en que dicho período se caracterizara por un apoyo familiar a
los emigrados, cambiando la visión del proyecto migratorio de una conducta
desleal y discriminatoria a una vía de escape de la crisis. Se potenció la esperanza
en la conformación de una red social capaz de movilizar al resto de la familia
en función de la reunificación por las distintas funciones, ya fuere ayuda,
conexión o proceso de atracción familiar.
Además
de las señaladas flexibilizaciones en la Política Migratoria y a pesar de que
aún se requiere continuar trabajando en estos aspectos, es evidente que la
aprobación de nuevas fuentes de empleo en el sector por cuenta-propia y las
conversaciones entre Cuba y los EE.UU. para normalizar las relaciones entre
ambos países, ha dado un vuelco radical a las valoraciones, aspiraciones y
conceptos envejecidos en las dos orillas, evidenciándose mayor intento de
reconciliación familiar.
Hoy
se hace patente que las familias se han unido en conciencia y deseos de la
reunificación familiar, despolitizando en la mayoría de los casos el tema
migratorio y empujando a los gobiernos a tomar partido y dinamizar las
voluntades en pos de solucionar o al menos mejorar el proceso migratorio entre
ambos países. Por otra parte, este ha cambiado, primero desde la base social,
observando con más claridad una emigración circular que nunca existió como la
tenemos hoy y con tendencia al aumento, destacándose como máximos protagonistas
del proceso migratorio en el contexto actual, la familia cubana.
Antes
de la modificación de la ley migratoria en enero de 2013, las solicitudes de
repatriación, según datos de la Dirección de Inmigración y Extranjería no
superaban los mil, mientras que ya para el 2016 sobrepasaban las 10 mil peticiones.
No obstante, a pesar de ser eliminada la Política
de pies secos pies mojados y el Programa
de PAROLE para profesionales de la salud, las cifras de emigrantes cubanos
se han mantenido alta, manteniendo el saldo migratorio
cubano negativo, lo que supone que la afectación al núcleo familiar es
continuada.
El
elemento jurídico no escapa al empeoramiento de la situación del familiar que
migra, poniendo barreras entre la diáspora y sus coterráneos, ya que en gran
medida quedan desprotegida las capacidades para el ejercicio del derecho de
estos individuos en temas como el traspaso de bienes, la participación en
actividades de comercio interior y exterior, y el propio proceso político, por
lo que las normas cubanas continúan como otro protagonista en los cambios
profundos a los que se enfrenta hoy la sociedad.
La
tendencia de nuestra migración es a la circularidad, la que ha aprendido a
convivir en dos espacios totalmente distintos, de los cuales han obtenido
herramientas y estilos de vida foráneos, que sin transgredir directamente lo
autóctono, ya se ponen en práctica, logrando modificaciones en la política
económica y social de Cuba.
Hoy
la diáspora exige más participación, inclusión y respeto de sus derechos como
ciudadanos cubanos, lo que supone un reto no despreciable para el país, ya que
los cubanos residentes en el exterior constituyen aproximadamente el 12.5 % de
la población (1.4 millones sobre una población de 11,2 millones). Cerca
del 85.7% de ellos vive en Estados Unidos.
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