Érase una vez el guajiro - La letra corta

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20 de marzo de 2018

Érase una vez el guajiro

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Pintura "Más café don Nicolás" del cubano Antonio Gattorno


Tomado del blog Cubaprofunda

La puerta se abrió con el primer puntapié: “Te lo dije, Elisa, teníamos que haberla hecho más fuerte”, expresaría luego Lorenzo, reconstruyendo paso a paso la escena que acababa de vivir. Cuando vio a los guardias rurales escopeta en mano solo atinó a recoger los bultos, a los muchachos, y a echar una última hojeada a su bohío.

De tablas de palma mal pulida y techada con guano, la vivienda apenas se mantenía erguida. Afuera, el cobertizo con los horcones forrados de láminas de metal, “para que las ratas no me manoseen los granos”; la casa de cebar los puercos, la de secar el tabaco y la letrina, lejos de las habitaciones principales.

Era poco, pero allí había vivido siempre. En esas mismas arboledas conquistó a piedrecitas a la guajira más linda de la zona, y por esos lares todos lo conocían como Lorenzo Acaba Mundos, en alusión a lo que era capaz de hacer con un machete afilado. Eso sí, no había guateque ni velorio que se le escaparan.

Sin embargo, en aquel invierno de 1957 se las vio negras. “Pensé que estaba perdido, con tres chiquillos arreguinda’os de la madre y ni un centavo pa’ comer. Oiga, esos malos ratos no se olvidan”, dice el antiguo veguero que hoy se deja cuidar por sus hijos.

Como Lorenzo, cientos de campesinos espirituanos rememoran tiempos de antaño con una mezcla de amargura y nostalgia. Las condiciones de vida han cambiado y, con ellas, el imaginario de los vecinos del monte.

El progreso se cuela por los intersticios del campo para echar por tierra el eterno enfrentamiento entre civilización y barbarie. Más allá de renovadores a ultranza y tradicionalistas acérrimos, la realidad montuna de hoy impone nuevos retos.

HURGANDO MONTE ADENTRO

Los orígenes del campesino cubano se remontan a los años iniciales de la conquista. En su afán por ocupar la ínsula, España distribuyó los terrenos recién descubiertos a aquellos súbditos que se establecieran definitivamente aquí.

Tan antigua como las villas de Sancti Spíritus y Trinidad resulta la presencia campesina por estos predios. Los primeros habitantes de la región desarrollaron la agricultura de subsistencia para soportar los rigores de una isla apenas explorada.

Desde aquellos años y hasta hoy, pasando por la fuerte presencia canaria en los montes de Cabaiguán y Zaza del Medio, la provincia espirituana se enorgullece de su tradición guajira. Actualmente habitan en las áreas campestres más de 130 000 personas, lo que representa el 30,14 por ciento de su población total.

Todo puede faltar en casa, menos el buchito matutino de café. La ropa del laboreo, el sombrero y las botas resultarán imprescindibles para la jornada diaria, para la poda, el deshije o la recolección del grano rojo.

No pocas mujeres han dejado atrás los convencionalismos pasados que las ataban a sus hogares, y laboran la tierra, imparten clases o desempeñan cargos administrativos. Policlínicos, nuevas tecnologías para la Salud y la Educación, paneles solares y equipos electrodomésticos han aliviado las carencias de estas regiones.

Acaso por los numerosos cambios en las rutinas cotidianas, el guajiro de estos tiempos se ha ido transformando a la par de sus condiciones materiales. Sigue necesitando del machete, de las botas mal curtidas, del sombrero para protegerse del sol. Sin embargo, algunas tradiciones culturales han debilitado su arraigo.

EN BUSCA DEL GUATEQUE PERDIDO

Término polisémico per se, se entiende por tradición al conjunto de doctrinas, creencias, ritos, costumbres… conservadas en un pueblo por transmisión de padres a hijos. De raíces hispánicas por el fuerte componente étnico español, pero bien aplatanadas en la isla, las tradiciones guajiras abarcan todos los ámbitos de la creación artística popular y hasta el mismo quehacer diario.

Algunas obras literarias cubanas del siglo XIX ya se hacían eco de las fiestas montunas. Desde entonces los guateques devinieron celebraciones por excelencia del campesinado cubano en las que el tres, el laúd, el güiro y la guitarra servían de base rítmica para las tonadas, de inspiración para bailadores.

La recogida de una abundante cosecha o algún aniversario familiar constituían pretextos para el clásico jolgorio del puerco asado en púa, tostones, frijoles negros, arroz blanco, cerveza y ron. Mas, aquellos bríos festivos que otrora caracterizaron al campesino espirituano han sido desplazados por formas de distracción más a la usanza urbana.

En el Museo Etnográfico de Cabaiguán, única institución del país que atesora la cultura material y espiritual del montuno, se advierten síntomas de desencanto. De acuerdo con los especialistas del lugar, los guateques no aglutinan ya a tantas personas como antes; lamentablemente esa costumbre está decayendo.

En ocasiones no escasean las ganas, sino algunos instrumentos musicales. El facilismo ha hecho mella en guardarrayas y trillos: con el pretexto de que a la juventud le satisface más la música grabada, hoy no se conciben las actividades recreativas sin canciones de moda y altos decibeles.

Tampoco se trata de darle la espalda a la contemporaneidad, ni de enquistar a los guajiros en las marismas de antaño por el mero hecho de preservar intacto el folclor de nuestros campos. Eso sería tan imposible como desacertado.

Sin embargo, ha de hallarse el equilibrio preciso entre las corrientes renovadoras que exportan las urbes y el patrimonio intangible aún vivo en los montes, para que los juegos de velorio, las parrandas, el rodeo y tantas otras manifestaciones autóctonas no sean apenas un recuerdo de lo que una vez fuera la composición étnica del cubano.

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