Foto tomada de www.miscuadrosymurales.com |
Tengo recuerdo felices de aquel
televisor Caribe que hubo en mi casa hasta hace pocos años. Llegué a tomarle
cariño a los muñequitos rusos y a las aventuras de los fugitivos (en su primera
y original transmisión por la TV cubana), y eso fue posible gracias a la
especial predilección que sentà siempre por aquel viejo armatoste de origen
ciertamente desconocido, al que hubo que hacerle un espacio casi permanente en
el taller de reparaciones.
Desde entonces me adapté a ver la
televisión de cerca, muy de cerca. Cuando comenzaban a bailar las imágenes en
la pantalla un golpe por la derecha, rápido y seco, era siempre muy efectivo;
si lo que veÃa circulaba de abajo hacia arriba una y otra vez o se desvanecÃa,
eran de lo más práctico los botones de atrás y un poco de azar.
Durante toda mi niñez y buena parte de
la juventud fue aquel el televisor que me mostró la Cuba que aprendà a
descubrir más allá del estrecho mundo que era mi casa-mi escuela: una Cuba en
blanco y negro, porque no habÃa para más, cuando los pocos recursos apenas
alcanzaban para mantenerlo con vida pese a las otras mil prioridades propias de
la subsistencia.
Siempre nos negamos a las técnicas de
moda en pleno perÃodo especial: aquello de pintar la pantalla con azul de
metileno o violeta genciana, vendidos en las farmacias, para variar del blanco
y negro al violeta, y de paso alimentar la ilusión de una TV en colores.
Porque en aquellos dÃas ya habÃa en
Cuba quienes a la misma hora en que mi padre casi rutinariamente salÃa para el
taller en busca de los arreglos necesarios, para luego poder ver la novela de
turno, tenÃan sus pujantes televisores en colores de verdad. Pero en mi casa no
entramos nunca, que yo recuerde, en el grupo de los poquÃsimos cubanos que con
las reformas de los noventa saltaron de la “clase toda” a la “nueva clase alta”
o “macetas”, que se fueron posicionando como resultado de las incipientes
grietas sociales.
Luego, con el tiempo, nos deshicimos
de aquel viejo televisor y lo sustituimos por uno pequeño, también en blanco y
negro y solo después, mucho tiempo después, vino la televisión en colores.
Nosotros seguimos perteneciendo al grupo mayoritario de la “clase toda” sin
poder encontrar la forma de avanzar en este juego de posiciones estratégicas en
que se ha ido convirtiendo, en los últimos tiempos de modo más acelerado, la
vida en Cuba.
Y aunque he tratado, como filosofÃa de
vida, de alejarme de aquella visión en blanco y negro que desde niño tenÃa de
cuanto sucedÃa en el paÃs, siempre gracias a un Caribe al que le debo parte de
mis sueños infantiles, me resulta incomprensible hacer coincidir aquello de que
"de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, con la
realidad constante y sonante.
Cuando de pequeño me aburrÃa de
intentar recomponer la imagen desordenada de aquel viejo televisor Caribe, iba
hasta la casa de los vecinos, sin vÃnculos laborales conocidos pero con muchos
contactos y negocios (des) conocidos, a ver la Cuba en colores, que para ellos,
mostraba la televisión nacional. (Por:
Eduardo Pérez Otaño, publicado en www.eltoque.com)
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