Las esencias disfrazadas por
la cotidianidad, o mejor, por las demandas de una cotidianidad demasiado
mediada por las individualidades y sus grandes aspiraciones, presentan a este
siglo un renovado dilema shakesperiano: ser o parecer, he ahí la cuestión.
El día a día del nuevo milenio
ya en su segunda década pareciera exigir de la apariencia mucho más de lo que
las propias esencias pueden soportar, porque no cabe dudas que aunque el diablo
se vista a la moda el azufre seguirá haciendo de la suyas, o para mejor
comprensión: la mona aunque se vista de seda… ya lo adivina usted.
Poco pareciera ser lo que
realmente es. Pocos pueden ser lo que realmente quisieran ser.
Ni Nietzsche y sus
afirmaciones y confirmaciones del ser y del yo, ni la filosofía con toda su
experiencia milenaria, llegan aun a...
entender esta era nuestra en que lo
aparente sustituye a lo real, y lo real se convierte en complemento sin
importancia, porque ¿lo real no vende, verdad?
El Maestro nos lo anunciaba ya
con toda claridad: el que lleva mucho fuera tiene poco dentro; el que lleva
mucho dentro necesita poco afuera. Mas para las reglas del mercado el bueno de
Martí importa poco y la moral se queda en el pasado. La vorágine de la vida
real y concreta no puede atarse a esos viejos preceptos que ya nadie quiere
aprender y menos practicar.
La humildad y sencillez son
cosa del pasado. La moda y sus tribulaciones, la modernidad con sus nuevas
metas, el conocimiento con sus necesidades, la posición con sus requisitos, el
ser con el parecer: la relación curiosamente aun sigue siendo de dos, de
complementos, de aparentes equidades.
Para el autor de Romeo y Julieta no hay más sentido en la
cuestión misma que en su apariencia. Todo depende de cómo se vea, dirán
algunos; todo se verá como realmente sea, afirmarán otros pocos.
Y en lo que ambas partes se
ponen de acuerdo avanzamos hacia el porvenir, donde por cierto, ni los libros
de Shakespeare ni las discusiones de este tipo parece que tendrán mucho
sentido. Claro, no será por falta de interés, sino por carencia de tiempo. He
ahí el otro problema: el tiempo.
Sencillo: no hay tiempo para
discutir sobre el ser y el parecer, esa es la cuestión.
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