Cuando estaba en el
preuniversitario tuve un profesor de FÃsica y QuÃmica muy singular. Su
particularidad residÃa en ir de estas dos materias a la historia, con una
habilidad pasmosa. Una tarde exponÃamos un seminario sobre la Revolución
Industrial. Aunque no era su asignatura, entró cabizbajo, con su caminar lento
y se sentó al final del aula. Le gustaba observarnos e incluso intimidar a los
inseguros.
La profesora hizo a uno de
nosotros la pregunta ¿Qué significa Revolución Industrial? Era obvia esa
interrogante, pensé. Por mi cerebro desfilaban todas las combinaciones
posibles: Revolución de Octubre, Revolución del 30, Revolución cultural.
El muchacho que debÃa
responder fue sorprendido. Comenzó a hablar y se enredó dándole espacio a una
palabrerÃa hueca. Vi como el profe AgustÃn desde el fondo del aula abrÃa cada
vez más los ojos. El joven, mal convenció a la profesora y salió del apuro. Al
terminar la actividad el profe de QuÃmica se me acerca y casi en susurros
me dijo: Niña, él podÃa contestar la pregunta con una palabra, Revolución es
CAMBIO, sea del tipo que sea.
Hoy, aunque las definiciones
revolucionarias se alargan, permanezco con la única palabra del profe. Luego,
la universidad por añadidura incorporó el ingrediente perfecto a toda
revolución: el espÃritu.
Entonces me dediqué a
escribir, a hacer literatura para eso. Para interactuar con el lector
intentando provocarle una Revolución de pensamiento. La literatura y el arte,
en su sentido más amplio, si deja apacible al espectador no cumplen su función
primera: impulsar cambios, sean del tipo que sean. (Por Isely Ravelo Rojas, Foto: Yasset Llerena Alfonso)
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