Detalles,
fragmentos, instantes… De grandes, a cambio de ganar la lógica, perdemos la
inteligencia natural, la verdadera inocencia y la capacidad de soñar. ¿Has
mirado la luna hoy?
Apenas comienza a oscurecer. Mientras
la mayoría espera el ómnibus que ya viene repleto y con demoras, ella mira y
señala: “mamá, mamá, la luna, la luna”. La madre, apostando por otros
menesteres la hala del brazo mientras ella insiste: “la luna, mira, qué
grande”; a lo que le responden: “deja eso, no sirve para nada”.
Keyla tiene cuatro años y aún cree
también en los reyes magos, porque con esa edad todavía puede uno darse el lujo
de la inocencia. Desde su pequeñez trata de retar a todo el que le rodea y
aunque la quieran convencer de que esos viejecitos con barbas largas que
reparten regalos cada enero no existen, o que no vendrá ningún ratoncito a
llevarse el diente del hermano, ella lo cree y es feliz.
Su felicidad, inalcanzable para los
que le miran desde la altura de la praxis cotidiana y el pragmatismo a flor de
piel, le alcanza para contagiar a unos pocos. Con solo cuatro años Keyla enseña
a otros todo aquello a lo que renunciamos o aprendemos a renunciar en este
largo camino que es crecer y vivir en sociedad.
A veces le pregunto a mis amigos si
han visto la luna hoy, si se han dado cuenta que está en la mejor de todas sus
fases, si apreciaron el conejo que mi padre se empeñaba en que yo viera. La
respuesta, casi invariablemente se traduce en un no rotundo, convencido, porque
pareciera que eso no es importante, no es trascendente.
Nací una noche de luna llena, o eso
dicen. Quizás por ello creo en los detalles que alimentan el alma y refuerzan
el espíritu para adelantar en esta carrera llena de vallas en que se convierte
la vida.
Y con la luna he aprendido a no
aceptar un no como respuesta, a insistir en los detalles, a aceptar las
lágrimas de otros y las mías, a permitir la equivocación y exigir que se
rectifique. He puesto los pies sobre la tierra mirando al cielo o al horizonte,
que es lo mismo, que es igual.
Aquello de buscar alternativas para la
enajenación quizás haya sido después de todo un pretexto de Marx para decirnos
que también disfrutaba de la luna, que creía en el futuro como la conjunción de
trabajo diario y refuerzo espiritual: lo abstracto como complemento de lo real.
Keyla termina por llorar. No entiende.
No quiere entender. La mamá no miró la luna y ella está triste. Aún no sabe que
el próximo mes se le aparecerá como hoy. Cree que esa luna que ve es única e
irrepetible y la quiere atrapar para sí.
Como la pequeña, termino de observar
el cielo y a regañadientes monto en este ómnibus del transporte público donde
escasean los soñadores, los lunáticos empedernidos, y sobran los que desconocen
esa otra dimensión de la vida que puede situarse, por ahora, más allá del
horizonte. (Por Eduardo Pérez Otaño)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente acá... porque somos de letra corta: