¿Cómo le explico a mi hermana que su
posible trasplante de riñón será el doble de riesgoso porque una ley de 1917
impide que algunos de los medicamentos que necesita para sobrevivir luego de la
operación no puedan llegar a Cuba? ¿O que si estos se encuentran cuestan miles
de dólares?
Foto: Alejandro A. Madorrán Durán |
Algunas de estas preguntas se las
lanzaba a Samantha Power mientras leÃa su discurso ante los representantes del
mundo en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Aun a sabiendas de que
ninguna de ellas le interesarÃa siquiera volvà a pensar, esta vez en voz alta.
Y aunque el sistema de salud en Cuba
ha desarrollado extraordinarias habilidades para conseguir a miles de
kilómetros de distancia lo que está a menos de noventa millas, la probabilidad
de una demora en el envÃo de medicamentos, los altos costos, las trabas en el
traslado o cualquier otro impedimento se me antojan posibilidades reales.
Mi hermana nunca ha sido dada a las
“cosas polÃticas” como suele decirles. No entiende de ellas y no quiere
entender. No reconocerÃa a la Power ni aunque la tuviera delante y mucho menos
sabrÃa que es la misma persona que ha creÃdo siempre en la utilidad de medidas
como esas que, por décadas, han puesto en riesgo más de una vidas en este paÃs.
Todo ello no impide que ahora tenga
que padecer sus efectos en carne propia, y peor aún, no poder salirse con eso
de que es “trova polÃtica” o “no es lo mÃo”.
Un amigo, como mi hermana, no cree en
esas historias que a veces no entiende o le parecen más de lo mismo: pretextos,
y para colmo de males, trillados.
Tiene VIH. Requiere de retrovirales.
Hace algunos meses me llamó preocupado porque parte de sus medicamentos estaban
en falta. En la farmacia le habÃan dicho que la producción estaba detenida por
la carencia de materias primas que demoraban en entrar porque habÃan tenido que
ir a buscarlos al otro lado del mundo. Entonces la cuestión se le tornó más
seria, personal.
Los factores externos bien sabemos que
nos son los únicos. Quizás ese mismo barco demora en el puerto par de dÃas por
desorganización, falta de prioridades, cuestiones internas que no
necesariamente se sustentan en leyes tan antiguas como la de comercio con el
enemigo, esa que el vecino del norte esgrime como madre y raÃz de todas sus
legislaciones que asedian a la economÃa cubana desde hace cincuenta años.
Ahora hablo con mi hermana. Pensamos
en alternativas, opciones, posibilidades. El médico le ha dicho que con buena
suerte y al ritmo actual para el próximo año tenga que operarse
definitivamente. Él, como nosotros, tiene esperanzas de que para entonces se
hayan aliviado restricciones que permitan más prontitud y mayor acceso a
medicamentos más baratos y cercanos.
Mi amigo aunque no se conforma tiene
también que esperar. “A ver qué pasa”, me dice. “¡Veremos!”, le respondo. Y
entonces el bloqueo se me hace algo personal. Una historia entre miles,
millones. (por Eduardo Pérez Otaño, publicado en www.eltoque.com)
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