Foto: Alejandro A. Madorrán Durán |
Se
va Obama. Acabaron sus ocho años en el despacho oval. Vimos los dÃas finales en
el cargo del Premio Nobel de la Paz. Muy probablemente, ha sido el más
“progresista” de los presidentes norteamericanos en los últimos cincuenta años,
al menos desde la perspectiva de Cuba.
Tanto
en polÃtica interna como hacia el exterior, es indiscutible que el primer
presidente negro de los Estados Unidos ha dejado un legado mucho más
trascendente que el hecho sustentado en su color de piel. El hombre al que
Fidel elogiara por su inteligencia, deja una larga lista de primeras cosas o
primeras veces.
Sin
pedirle peras al olmo, Obama logró que desde dentro se movieran los mecanismos
necesarios para descongelar las relaciones con Cuba, situó en el debate
nacional la necesidad de derogar legislaciones obsoletas, entre ellas las que
sustentan el bloqueo, emitió directivas presidenciales flexibilizando algunos
aspectos de esta polÃtica e incluso se arriesgó a visitar La Habana, en un
gesto insólito.
Como
tÃpico estadounidense, ha defendido, es cierto, el concepto de América para los
americanos; pero es innegable que lo ha hecho con inteligencia. A Dios rogando
y con el mazo dando pudiera ser la idea que sintetice ocho años de mandato que
parecen terminar con una clara revitalización de la influencia norteamericana
en el continente.
En
ese punto su acercamiento a Cuba ha sido una jugada estratégica en esta partida
global. Es indiscutible que del lado de allá se confÃa en que ahora será mucho
más fácil que el “american dream” llegue sobre todo a los más jóvenes del lado
de acá, mientras el resto del continente deja de mirar a la Isla como el
bastión inexpugnable de independencia y soberanÃa que siempre ha sido.
Sin
discursos belicistas pero sà muy retóricos, Obama se ha acercado a Cuba con el
doble propósito de debilitar y eventualmente acelerar el desmontaje del sistema
social y polÃtico, a la vez que pone freno al avance progresista en la región.
No
ha aspirado en ningún momento a cosechar la siembra. Ha trazado lÃneas para
quien le suceda. La paciencia es uno de los fuertes de todo ocupante de la Casa
Blanca y el mandatario que ahora concluye sabe que quizás en las formas se
modifique lo que él inició, pero no habrá variaciones de fondo.
AhÃ
está el gran legado de Obama para Cuba: la expresa declaración de una guerra de
otro tipo. Sin cesar en lo evidente: persecución financiera, injerencia
polÃtica, promoción de la subversión, campañas difamatorias; también ha entrado
al ruedo de las ideas, de la cultura, del convencimiento. Y podemos criticarle
todo lo anterior, pero hay que reconocerle haber retomado un diálogo
inexistente anteriormente. Incluso desde la diferencia debemos darle un mérito.
Se
va Barack y queda para Cuba un reto mayor y más urgente, el de ser coherentes,
creÃbles con nosotros mismos y con el mundo. (Eduardo Pérez Otaño, publicado en www.eltoque.com)
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