Lo invito a una abstracción:
exceptuando problemas de salud y pérdida de familiares o de seres queridos,
¿qué serÃa lo peor que pudiera pasarle en este momento?
En ocasiones juego conmigo y me hago
esa pregunta, casi siempre como consuelo ante situaciones estresantes (porque “todo podrÃa ser peor”). Pero a veces
también estoy al lÃmite de mi capacidad para reaccionar y controlarme y
entonces, ni siquiera ese cuestionamiento resuelve mi pesar.
Hoy no puedo releer los textos que año
tras año fui escribiendo, letras que nadie conocÃa, solo yo. Las guardaba para
entretenerme en tiempo de pobreza espiritual, cuando la musa solo alcanza para
corregir lo escrito y no para crear nada nuevo.
Ayer habÃa visto las fotos de mi
último viaje a la playa. En esa ocasión faltó alguien especial, que por suerte
ya está de vuelta, pero de todas formas me gustaba admirar a mi familia lejos
de la casa de siempre, del camino de siempre, lejos del dÃa a dÃa, lejos de la
bullicio de la ciudad... Disfrutaba los recuerdos de mis vacaciones.
HabÃa encontrado hace poco unos libros
que me interesaba leer y unos documentos muy útiles para investigaciones pendientes.
Incluso, oÃa música, casi siempre de Silvio, para complacerme con la canción más
linda que he dedicado y con otras melodÃas necesarias.
Estudiaba y aprendÃa conceptos,
fechas, situaciones hipotéticas, teorÃas comunicológicas de Horkheimer, de
Mauro Wolf, de Manuel MartÃn Serrano…A veces me perdÃa en los laberintos
tecnológicos a pesar de sus indicaciones tan simples, pero al mismo tiempo tan agobiantes.
TenÃa opciones para recrearme en
cualquier instante libre, conservaba mensajes electrónicos de amigos lejanos y guardaba
con recelo mis escenas preferidas, quizás una conversación de David y Diego en
el Coppelia tomando helado de fresa y chocolate, o tal vez los últimos gritos y
la lluvia de Clandestinos.
Hasta ayer andaba con mi bolso
repleto. Amaba ese espacio cómplice, el mundo que creé para trabajar, para
disfrutar, para estudiar o para recordar.Un refugio que hoy ya no está.
Entonces, cuando todo se ha ido: los
textos escritos, las notas de clase, los discos de música, las fotos de los
viajes, los libros aún sin leer, los datos necesarios para el próximo trabajo,
las pelÃculas de siempre… Cuando hemos sido vÃctimas de problemas cuya solución
se nos escapa de las manos… Cuando vemos, sin poder hacer nada, cómo se pierden
gigas y gigas de esfuerzos, de dÃas pasados… Cuando la vida nos obliga a
frenar… Cuando perdemos lo que consideramos imprescindible… ¿Es esto lo peor
que nos podÃa pasar?
Por desgracia, solo “los momentos lÃmite” nos hacen
reaccionar. A veces le entregamos nuestra vida a aparatos tecnológicos que
evolucionan mucho más rápido que nuestra propia especie. Hechizados por su
utilidad, los divinizamos y nos convertimos en esclavos de su funcionamiento.
Y justo después de perder tantos
archivos, me preguntaba cuán provechoso serÃa, de vez en cuando, eliminarlo
todo y dejar vacÃo el disco duro de mi computadora. Asà desafiarÃa mi maldita subordinación
a estos artefactos tecnológicos. SerÃa un buen ejercicio de autodefensa, una
estrategia para aprender a trazar estrategias.
Y por supuesto, me sentirÃa mucho mejor,
si un dÃa (como hoy) debo escribir desde otro ordenador, porque sencillamente
el mÃo, el de siempre, no responde, no funciona y ni siquiera ha sido capaz de
preservar aquellos gigas de información que conformaban mi mundo. Pero…
recuerde: todo puede ser peor, y al
final, el éxito de esta vida “semi-informática” está en aprender a burlarla dependencia. (Texto
y foto por Laura Barrera Jerez)
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