Desde las
cuatro de la tarde estoy en la cola. El Festival de Cine Latinoamericano es una
olla de presión y diciembre es cómplice. Estoy en el Yara para ver la tanda de
las ocho de la noche. Se corrieron los horarios por cosas del Orinoco, perdón,
de la tecnología. Se rompió el proyector y tantos etcéteras que pasan a menudo.
Como yo, hay un montón de gente esperando. L y 23 es un termómetro. Hay una
patrulla por si las cosas se ponen tensas. El filme es Relatos salvajes. Me disculpan el director y el equipo completo de realización: la que está
“salvaje” es la cola. Al cubano le encantan las colas y si no le encantan lo
disimula muy bien.
Por fin,
aparecen los organizadores de esa fila que crece para los lados. Ahora pasan
una soga para ordenar a la gente. Me sentí como
animal de un rancho. Como
salvaje bestia. ¿Y vienen a decirme que la película se llama “Relatos salvajes”?
Vengan con cámaras, vale la pena filmar unas escenas en el cine Yara.
Luego de
faltas de aire, buenos empujones y un tirón de mi brazo, logro entrar. Por fin
adentro, celebro, respiro. Es un buen filme me digo. Por suerte, valió la pena
todo lo que pasó. La cola, el tumulto, hasta la soga… Reí con una historia
universal. Viví los absurdos de una sociedad cualquiera con aquel hombre de la
multa por pagar. La burocracia se traga los mundos. Pensé en Cuba.
Inevitablemente sentí en carne propia lo de encontrarse con un policía de “mente
cuadrada” al que solo le importa no tener problemas con su jefe.
El «crimen pasional» de los conductores en medio de la
carretera. La idea humana del error. De equivocarse y dar un veredicto final. Una
burla a la justicia. Reflexión perfecta desde el humor que se adapta a todos
los contextos. Argentina, Colombia, Cuba, Francia podría haber sido una
historia de cualquier latitud. Un filme con un guión sui géneris y un título aún
más original.
La violencia y
las actitudes “salvajes” resumidas en los cortos que forman el largometraje. El
salvajismo social dibujado en el séptimo arte. Absurdos, humor negro, burla y
reflexión. El director argentino Damián Szifrón narró historias ficticias que
por momentos me creí. En la boda se acaban los minutos de vivir en la burbuja
que el cine es capaz de crear. Suben los créditos y quedo con la ansiedad de
que me cuenten la realidad desde la diversión.
No me
arrepiento entonces de la tortuosa entrada a este cine ni de las horas de
espera. Son de esas películas que hay que “perseguir” en un Festival de Cine
Latinoamericano. Esas historias se van pero todavía me quedan las de la cola,
tan salvaje. La de la burocracia destructora y las del salvajismo social en
Cuba o Argentina. Son tan salvajes estos relatos como la cinta cubana Vestido de novia, pero esa será para
próximas líneas. (Por Isely Ravelo Rojas)
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