Fresa y Chocolate, de Juan Carlos TabÃo y Gutiérrez Alea |
Como
muchas otras cosas en la vida, el cine, o mejor, determinadas pelÃculas,
necesitan su momento, su tiempo, su instante. Forzar las pautas de lo que por
naturaleza ha de llegar no es más que violar, con la mayor alevosÃa, el lento
avanzar del crecimiento espiritual en todos los órdenes, porque hablamos de
esos filmes que marcan y trascienden, que no quedan en su época, que calan
hondo.
Debo
confesarlo: con veintidós años aún no habÃa visto Fresa y Chocolate, la decana de la filmografÃa cubana y no me
arrepiento de que haya sido asÃ. De hecho, las pequeñas casualidades que me
hicieran postergar por más de dos décadas el acercamiento a esta genial obra,
han conspirado para...
bien mÃo y de esta pelÃcula de Juan Carlos TabÃo y Tomás
Gutiérrez Alea.
Cuando
la Cuba de hoy se enfrenta a novedosos caminos y las reformas impulsadas y las
reformas impulsadas pretenden ahondar en problemáticas sociales como la
xenofobia y el racismo, Fresa y Chocolate
se erige como la muestra de que nada es completamente nuevo, nada es tan
original.
Un
filme de 1993 que nos habla de frente sobre las posibilidades reales de
construir una nación con bases sólidas en la pluriculturalidad, las múltiples
religiones y creencias, las libertades individuales y las construcciones
colectivas, una sociedad donde quepan Virgilio y MartÃ, la Virgen de la Caridad
y los «ateos».
SerÃa
erróneo creer que el largometraje se enfoca solamente en el problema de la
libertad sexual o el tema gay, esa constituye una mirada reduccionista. Es la
esencia de la cubanidad la que probablemente recoja, a grandes rasgos, esta
obra maestra, una cubanidad sobreviviente a viejas polÃticas doctrinarias, a
esquemas anticuados, a vigentes marginaciones, a antiguas y novedosas
exclusiones. No hay un solo cuadro en Fresa
y Chocolate que no grite, desde su más Ãntima construcción semántica: ¡Esta
es Cuba, mi Cuba, nuestra Cuba! Gústele a quien le guste y pésele a quien le
pese.
En época
de férreas censuras, el cine logró rescatar la esencia de la isla para
devolvérnosla en una obra trascendente e inquisitiva que a mis veintidós años
hace cuestionarme las formas y las esencias a niveles insospechados.
Seguro
estoy que de haber asistido al concierto de verdades presentadas por TabÃo y
Alea hace algún tiempo, como mis más cercanos colegas, ni
siquiera estas letras se me hubieran ocurrido, ni hubiese calado tan hondo,
incluso hasta las esencias mismas de mi cubanidad.
Hoy ni
fresa ni chocolate, me dirÃa un amigo, mejor una ensalada mixta para mirar
desde Coppelia, el mismo de las largas esperas y las ingratas decepciones,
pasar dÃa tras dÃa, lenta e inexorablemente, el futuro de esta Isla construida
a retazos rojos y negros, cual sabores de un helado por degustar. (Por Eduardo Pérez Otaño)
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