«Porque la
vida es un sueño, y los sueños, sueños son» escribo estas líneas. Porque sé de
un hombre que sueña sin dormir o que vive dormido para siempre soñar, un hombre
que ha encontrado en el arte su razón de ser, su motivo para vivir.
Sé de un
hombre que despierta cada mañana y se ríe de la vida, de las desgracias, de las
desdichas. Porque este hombre ha descubierto que como el principito, lo mejor
es arrancar cada mañana los pequeños baobabs antes de que crezcan y acaben con
nuestro pequeño planeta, pero teniendo cuidado para no confundirlos con las
rosas, porque a pesar de todo se parecen mucho.
Sé de un hombre
que quiere hacer soñar desde el arte y con él, que dedica su vida a hacer teatro,
a dar vida a personajes, a delirar junto a sus actores, a ver tomar vida día
tras día un texto inerte.
Sé de un
hombre que en realidad es un ser extraordinario. Cuando descubrió lo que para
otros pudiera haber sido el final del camino se empeñó en construir pequeños
senderos para no detenerse, porque la vida es corta y no hay tiempo suficiente
como para perderlo parados al final del sendero principal.
Sé de un
hombre que llora y ríe, que se enamora – ¡y vaya si se enamora!-, que dice
haberlo vivido todo o casi todo en poco más de tres décadas, pero que se
traiciona a sí mismo cada vez que su cara muestra ese gesto de descubrimiento
constante y permanente.
Y hombres como
este sé que los hay por ahí. Muchos o pocos, no lo sé, pero he tenido la
oportunidad de conocerlo, y mejor que eso, me ha permitido ser su amigo. Y como
conozco a ese hombre que sueña, soy un poco más feliz, porque sé que aun en las
más difíciles circunstancias, cuando pareciera que el mundo te ha virado la
espalda, que el destino no existe y que los dioses te castigan, es posible
soñar, sea desde el arte o desde la cotidianidad, pero a fin de cuentas, soñar.
Y este hombre
como el principito un día abandonará su cuerpo pesado para viajar con más
ligereza por esos pequeños planetas que andan por ahí, a donde la gente que
sueña tiene derecho a ir, y allí encontrará sus rozas, las que no confundió con
baobabs, y recogerá los sueños que hoy se empeña en ayudar a construir.
Sé, en fin, de
este hombre que sueña y sé también que aun seguirá soñando. (Por Eduardo Pérez Otaño)
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