Lo he
intentado todo y he llegado a la conclusión de que lo mejor es no hacer una
declaración de amor. Como cada mañana usted se levanta para afrontar los bienes
y males de un día que promete, pero usted sabe que ese día debe ser aún más
especial de lo normal, porque es el que usted ha escogido para confesar su
amor.
Luego de haber
acopiado fuerzas y suficientes argumentos a favor de esta decisión, usted ha
concluido que no puede esperar ni un minuto más: hoy o nunca, se dice, y así
comienza la jornada, con una penita en el corazón y en el estómago, con miedo,
con pequeños ataques de pánico, con sobresaltos.
Todo lo ha
pensado en detalles, las palabras las ha ensayado decenas de ocasiones, las ha reescrito, tachado, reconstruido. Ha
hecho ejercicios de voz y dicción e incluso descubierto nuevos matices. Ha
practicado los gestos y las posibles reacciones a las probables respuestas.
Usted que sabe
llegado el día de la verdad ha dispuesto además la sorpresa, porque una buena
declaración de amor – eso lo ha aprendido de la vida- debe ser sorpresiva. Ha
seleccionado de entre miles la canción perfecta, ha construido las situaciones
que al final desemboquen en el momento justo en el que usted pone en práctica
todo su maquiavélico plan, su plan de conquista, su estrategia de cacería.
Mira una y
otra vez el reloj y así se pasa toda la mañana. La hora ha sido fijada para las
12 con 30 minutos de la tarde y ya es casi mediodía. Vuelve a repasar los
bocadillos, escucha una vez más el tema. Ha escogido para esta ocasión una
canción de Pablo Milanés interpretada por Ivette Cepeda. Comprueba que es
perfecta para la ocasión. Nada ha fallado hasta ahora y nada podrá fallar. No
hay margen de error. Usted lo ha previsto todo.
La hora, al
fin, ha llegado… y pasa de largo. Usted olvidó un detalle, no preparó esos
gestos que comienzan a aparecer en su cara. Pasa de la tensión a la tristeza y
a la decepción, en apenas unos minutos. Luego una ola de esperanza le hace
creer por momentos que se ha retrasado pero vendrá. La una de la tarde y usted
no ha cumplido con su principal tarea del día: una declaración de amor.
Ha pasado el
día y no he hecho, a fin de cuentas, mi declaración de amor. Las palabras
ensayadas, la música lista, los gestos practicados, se convierten ahora en una
burla hacia mí mismo. Y es entonces cuando decido que quizás Platón tenía razón
al decir que «la mejor declaración de amor es la que no se hace; el hombre que
siente mucho dice poco».
Aun así,
quizás sea esta mi verdadera y definitiva declaración de amor. (Por Eduardo Pérez Otaño)
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