Son las seis
de la mañana. Pedro se levanta de la cama con pereza y asustado por lo que
pueda encontrarse en un día de trabajo como otro cualquiera. Para comenzar no
tiene corriente eléctrica; los trabajadores de la empresa llevan poco más de
una semana arreglando unos tendidos y los apagones se han prolongado. Pedro
recuerda el Período Especial. Se cuestiona si esos años amargos ya pasaron o
todavía viven. De todas formas Pedro lucha contra todas las mareas.
Segura estoy
que alguna vez le ha tocado ser este personaje. La ineficiencia de unos pocos
ha dejado sin luz su hogar y aún así tiene que ocultar sus insatisfacciones
porque tiene una familia que mantener. Pedro sabe que el trabajo lo espera,
aunque luego reciba un salario que no le alcanza para satisfacer sus
necesidades, las de sus dos niños y la esposa. Sale a comerse el mundo tan
tristemente real. Es un sencillo mortal como todos, de los cubanos de a pie. Un
trabajador honrado, un cardiólogo extraordinario que aguarda por el P-16 que lo
llevará a la clínica donde lo esperan sus pacientes. ¿El desayuno? No es
fatalismo de quien escribe. Realmente ocurre. A veces, mejor dicho, la mayoría
de las veces, Pedro no desayuna porque el pan de la bodega está incomible.
Pasan los
minutos y el transporte es fantasma. Pedro mira su reloj y pierde un poco la
paciencia. Media hora ha pasado y nada de guaguas. Como es rutina, y no por
culpa suya, Pedro llegará tarde para comenzar la primera consulta. ¡Al fin se
acerca el P! La gente se desespera. La guagua para unos metros antes o después
de la parada oficial, como es costumbre. No importa dónde se detenga, las
personas corren en desbandada como quien huye del fuego y el transporte fuese
agua. Pedro no es la excepción, llegó “su salvación” para no recibir un
descuento salarial por marcar tarde su tarjeta de entrada u obtener un regaño
de su superior por la tardanza. Pedro logra subir, es el vencedor en esta
primera contienda del alba.
El tema del transporte
viene incluido dentro de la batalla mañanera. Terapias sicológicas para
conservar la calma y aumentar la paciencia ante los fragmentos de tiempo irremediablemente
perdidos en las paradas. Si pudiéramos unir cada fracción desperdiciada
seguramente sería un cuarto o la mitad de las horas del día. ¿Cuándo será
distinto? Tendríamos más tiempo de vida a nuestro favor. Distribuir mejor los
ómnibus del transporte urbano para cada ruta y sus horarios para pasar por las
paradas quizás sea una solución primaria, porque el problema es aún más
complejo.
Lo anterior
puede parecer un simple “había una vez…” Lo más triste es que no. Es la
realidad que vivimos en Cuba. Cada día somos más los “Pedros” que tenemos una
mañana así: amarga y lacerante. Poco importa si eres médico, estudiante o
maestro o cualquier otra profesión; el hecho es que las mañanas se dibujan crueles
para nosotros, los que por suerte o desdicha, somos los más como dice la canción de Tony Ávila. Hoy tengo 21 años, aspiro a que mis hijos puedan despertar y no
tener un amanecer tan turbulento. (Por Isely Ravelo Rojas)
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