Quizás sea
este uno de los epitafios más extensos de los que se tenga memoria; pero bien
merecido está, máxime cuando el pretexto es el arte, al parecer uno de los
pocos con derecho a cuestionar desde todo punto de vista esta realidad nuestra
que nos circunda; el mismo arte que bien construido puede convertirse en
tribuna para las causas nobles y justas. Del arte cuestionador tomo la
inspiración necesaria para estas letras tristes, para este epitafio.
Poco se ha
escrito de cuánto el comunismo, sus concepciones básicas, fundacionales o no, y
su puesta en práctica, de forma abierta o recalcitrante, ha influido sobre la
familia como célula fundamental de la sociedad. No pretendemos disertar sobre
el papel que en un sistema social y polÃtico cualquiera le corresponde a esta
unidad; pero es indiscutible que el sostenimiento de una nación pasa por la
existencia y estabilidad de la familia.
Escrita a
finales de los noventa, una obra alemana parece gritar desde sus más Ãntimos
intersticios, esos que con cada lectura completamos constante y permanentemente,
los efectos de polÃticas homogeneizantes
en pos de construir una sociedad que funcionara como una gran familia, donde
fueran desterrados el individualismo y todos los males sociales derivados de
este.
Cara de fuego,
del escritor alemán Marius von Mayenburg, es en sà misma el prólogo de este
extenso epitafio, el resultado de esa búsqueda de la gran familia perfecta que
en su relación con la sociedad, en el sentido nacional, sigue los patrones
establecidos pero que al interior de sus cuatro paredes se derrumba a cada
instante como castillo de naipes.
Un padre que
no asume su homosexualidad y que siente atracción por unos hijos completamente
fuera de lo estándar, donde el uno se contenta con el fuego y la otra planea
liberarse de su gran mal: los progenitores, y por ende, la familia; y una madre
que está y no está, que aparece para completar el boceto de la existencia. Una
válvula de escape, Paul, el novio de la hija: la tabla de salvación o el
torpedo final.
Con la caÃda
del muro de BerlÃn, dos modelos se encontraron frente a frente de forma
irremediable. El occidente y el oriente, cual premonición de posteriores
enfrentamientos, quedaron cara a cara, concepciones distintas, construcciones
sociales diversas, familias diferentes.
De la Alemania
post BerlÃn ´89 a la Cuba en pleno perÃodo especial. Nuestro propio muro
comenzó a caer durante la larga década de los noventa y con él descubrimos que
bajo la alfombra habÃa muchos más que polvo escondido. No dejaron de tener
efectos sobre la familia los intentos importados de territorios allende los
mares donde se impuso la convivencia colectiva, con cocinas y baños comunes,
con nula intimidad y efÃmera coexistencia.
Poco a poco la
institución familiar comenzó a deteriorarse significativamente hasta
convertirse en una estructura en extremo frágil, volátil. Y de nuevo a
Mayenburg y de nuevo a Kurt, quien encuentra en el fuego, como antaño los
filósofos griegos, el bien que todo lo cura, la posibilidad de la redención, el
método purificador. Todo reducido a cenizas es aún mejor. Luego del calor y la
luz, la nada. (Por Eduardo Pérez Otaño)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente acá... porque somos de letra corta: