Por Laura
Barrera Jerez
La película de Ana, por Laura de la Uz |
Aunque las luces se apaguen, somos
algo. Oímos entonces la respiración de otros y un sentimiento de infinidad nos
arrastra a una nueva dimensión.
Durante diciembre, muchos espacios en
La Habana se iluminan con la oscuridad. Esta vez volvieron, por trigésima
cuarta ocasión, los silencios de quienes nos arriesgamos a ver, a sentir y a
disfrutar otras realidades.
El cine vibra. La gente asiste. Las miradas
sobran… Y a veces, la casualidad y la sorpresa nos trae regalos cautivantes.
Así conocí a Ana, a sus mentiras de falsa
prostituta, a su doble vida para ganarse el dinero y poder comprar un
refrigerador.
Daniel Díaz Torres logró que
enmudeciéramos y riéramos por la misma causa.En ese secreto va el misterio de
los aplausos y la complicidad del auditorio tras 100 minutos de diversiones y
dolor, tras un guión cómplice de ese humor cubano, sin exageraciones, ni
atropellos.
Laura de la Uz no deja espacio para
las dudas, lo dice todo: con gestos, con palabras, con lágrimas, con una
actuación digna de ella y de la Ana que protagoniza, la Ana de dos vidas y muchos deseos. Yuliet Cruz
(Flavia) acompaña el remolino de Laura con la misma fuerza intrínseca de quien
siente lo que hace.
Símbolos audiovisuales, perfectamente
conjugados, contextualizan el escenario de una película que no abusa de códigos
ni de referentes para abordar la realidad. Cuba en Ana y Ana en Cuba: banderas,
muros desvencijados, familias con escaseces, gente de pueblo natural y
elocuente, sin miedos de enfrentar las realidades, sin miedos de sobrevivir al
día a día.
Dos películas paralelas apuestan por
eso que a veces hacemos con desgana, a causa de una razón que nos supera. Aquí,
las cosas impuestas de la vida impulsan los destinos hacia beneficios añorados.
Pero el espectador puede ir más allá: más allá de Ana, de su película, más allá
de una opción del Festival, más allá de lo que realmente somos, de lo que
aparentamos ser, más allá de nuestros instintos por superar necesidades de una
vida que se reduce a intentar, cada día, ir más allá.
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