Por Claudia Bofill González
Cuba es, sin
lugar a dudas, cuna de incuestionable talento artístico. No escapa a este hecho
el desempeño musical de las féminas: cantantes de la talla de La Lupe, Celia
Cruz, Omara Portuondo, Helena Burque… han trascendido el panorama cubano para
conquistar la admiración y el reconocimiento del público internacional. A lo
largo de la historia, sus nombres han definido la cultura de su tiempo y han
merecido la preferencia de sucesivas generaciones.
A pesar de su aún
breve carrera artística, Ivette Cepeda se está insertando con éxito en el
paradigma de la voz femenina, y no se duda que, con acelerados pasos, logre el ascenso al Olimpo de las intérpretes
nacionales.
Profesora de
oficio, no vaciló en seducir los
escenarios con su instrumento más eficaz: la voz. No se le puede rebatir su capacidad
interpretativa, con la cual, más que cantar, pareciera que regala al público su
alma fragmentada.
Como aderezo a su
talento, una hábil elección de su repertorio le hace sumar seguidores constantemente:
el hecho de cantar temas de autores como Joaquín Sabina --se confiesa «muy
atraída por sus verdades, sus historias»-- Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Fito Páez, Jorge Drexler, incita a los
admiradores de estos a que se sientan identificados con
su sensibilidad musical y valoren sus acertadísimas versiones. Y,
efectivamente, es esta estrategia la que, en la mayoría de los casos, ha distinguido
su nombre y su arte del resto de las intérpretes contemporáneas y le ha valido
de acicate en la obtención de público; aunque luego este, más allá de disfrutar
de temas de reconocida calidad artística, comienza a incorporar a su horizonte
de preferencias su incuestionable voz y su particular modo de interpretación.
Sin embargo, uno
de sus méritos más resaltables es que Ivette, además de la balada, la nueva y
vieja trova y el feeling, se ha sumado al rescate del bolero. Este
género, que se ha ido opacando por las nuevas formas de creación artística en
el campo de la música, y que ha quedado, prácticamente, en el recuerdo de una
generación pasada, es retomado con una fuerza indecible por esta cantante. Su trabajo al respecto es loable, sobre todo,
porque el público más joven disfruta este género en su voz y retoma una importante
tradición musical que nunca debió ser relegada a planos tan distantes.
Estaciones, su primera gran producción musical, la dotó de renombre
nacional, luego de cierto tiempo deleitando con su voz en centros nocturnos de
la capital y programas musicales de la Televisión Cubana. Así pues, una vez lanzado
el CD en el mercado, la cubana ya tenía asegurada una multitud de seguidores en
su búsqueda. En su promoción, el viaje que hiciera a Francia -del cual ha
quedado como testimonio la multimedia “Una cubana en París”- le hizo colocar con
méritos su nombre más allá del ámbito nacional. A propósito, vale resaltar que
su actividad interpretativa incluye temas en idiomas foráneos, como, por
ejemplo, “La vida en rosa” (francés) y “Chicas de Ipanema” (portugués), entre
otros.
Resulta evidente que Ivette está escalando
presurosamente en su vida artística. Cada día su canto se hace más prolífero,
pues escucharla es tener la suerte de asistir a un acto de pasión, de
desenfreno en su interpretación. Quedar hipnotizados con su timbre peculiar,
con su entrega, su desenvolvimiento escénico, es la típica reacción de todo
aquel que se acerque a su arte, no desde la fría perspectiva de “una canción
más” entre tantas, sino desde la voluntad de encontrar una identificación que
rebase los límites del texto artístico; y es que al escuchar su música
asistimos no al esplendor de la canción, sino al instante en que esta cobra
vida, y desautomatiza todos los sentidos: cuando esta diosa canta, se hace
imposible huir a la embriaguez de su voz, todo lo que no provenga de ella deviene
ruido. El cetro de la canción es suyo. Toda ella es la canción.
Ivette es una joven promesa de la música cubana que promete aun... los invito a que lean este artículo que con todo se queda por debajo de la realidad. Gracias Claudia
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