Por Eduardo Pérez Otaño
Todo
está inventado, y aún así, los cubanos nos aferramos a seguir cambiándolo todo
(o casi todo), y que conste, prefiero referirme principalmente a nombres,
términos y conceptos.
Otro
aniversario casi se cumple de haberse celebrado en nuestro país, luego de unos
largos y transformadores catorce años, el Sexto Congreso del Partido Comunista.
Entre otras novedades acontecidas allí, fue aprobado el Proyecto de
Lineamientos de la Política Económica
y Social del Partido y la
Revolución, aunque a la larga sea sencillamente un plan de
ajuste y revitalización de la maltrecha economía de la isla, sacudida
primeramente por la fuerte crisis económica de los años noventa, donde apenas
teníamos qué comer o calzar, y luego por las sucesivas debacles económicas
ocurridas a nivel internacional.
Y
es que, aunque no queramos incluso reconocerlo (a nivel popular y
gubernamental), el proyecto de lineamientos ha impulsado, además de los
necesarios cambios, un programa de ajustes y recortes que, si bien en otros
países se les tilda de asfixiantes (neoliberales en la mayoría de los casos),
en el nuestro vienen a reimpulsar el desarrollo social.
En
Grecia, por ejemplo, donde no hay siquiera dinero para pagar los salarios
estatales, se habla todos los días de despidos masivos y carencia de empleos.
Mientras, al más puro estilo cubano, se promovió desde hace alrededor de un año
la urgente necesidad de reducir las plantillas infladas, lo que significa dejar
“disponibles” a cerca de medio millón de cubanos y cubanas, o lo que es lo
mismo, y con todas las letras, desemplear o despedir (según se prefiera) de manera progresiva.
Variantes
más o menos, al final se pierde el empleo que bien pudo haberse mantenido por
5, 10 e incluso 20 años, pero si el criterio del director o jefe de la entidad
no es favorable, solo quedan dos caminos: ir al sector de los “trabajadores por
cuenta propia” o acogerse a los “múltiples” y “diversos” oficios que proponen
como alternativas, aunque se haya “largado las pestañas” como lo expresa la
sabiduría popular, para obtener un título.
He
aquí nuestro primer cambio: a los desempleados o parados (reconocidos como tal
en los países capitalistas) les llamamos “disponibles”, que incluso se presta
para las más diversas conjugaciones con otros términos afines (disponible a
trabajar en lo que no me gusta, disponible a hacer negocios ilícitos muchas
veces mejor remunerados que los legales, e incluso disponibles a pasar hambre
si solo sabía hacer una cosa: trabajar y trabajar hasta el cansancio en el
lugar del que me expulsaron)
Y
no es que, aclaro, no sea necesario el proceso por difícil que resulte. La
cuestión es, sencillamente, que resultan por momentos irrisibles los términos
con que se nombran procedimientos que desde hace bastante tiempo están
inventados.
Curioso
que nuestro segundo ejemplo venga estrechamente entrelazado al primero.
Ciertamente una de las pocas alternativas que quedan a aquellos que pierden sus
puestos laborales desde principios del año pasado es acogerse al “trabajo por
cuenta propia”, sin importar si pirateas discos o compras frutas (tan escasas
por estos tiempos), viandas u hortalizas en los mercados agropecuarios
estatales para revenderlos luego, pues al final está legalizado.
Resulta
sobre todo curioso porque casi a diario oímos hablar del tan llevado y traído
tema de la privatización en otras partes del planeta, de uno u otro sector, lo
que criticamos sin hacer diferencias entre si es la de los bienes fundamentales
o de los menores.
¿Es
que acaso nuestros “cuentapropistas” no son propietarios privados? ¿Tememos
usar el término propiedad privada porque, quizás, y solo digo quizás, nos trae
malos recuerdos o se contrapone a erróneas enseñanzas arraigadas en varias
generaciones?
En
este ir y venir de uno y otro término se continúan privatizando los pequeños
servicios que hoy el Estado no está en condiciones de continuar prestando,
descubrimiento realizado recientemente.
El
tercer ejemplo lo tomo directamente del sistema educacional.
Resulta
que en la carrera de Comunicación Social se imparte una materia que en
cualquier otro lugar se conoce como Marketing, dedicada al estudio de las
estrategias de mercado y a la promoción de ventas, entre otros apartados.
Pero
el problema es que así se le llama en los países “capitalistas” por lo que
nosotros no podemos decirle igual, quizás por una extraña razón, aún
desconocida o tal vez inalcanzable para quien escribe estas líneas.
Sencillamente
la hemos renombrado como Mercadotecnia, un nombre “más cubano” y al parecer,
también “más socialista”, lo que nos hace reafirmarnos de forma significativa y
descollante en nuestra ideología…
Incluso,
poco importa que la bibliografía, casi toda correspondiente a autores
extranjeros, presente el término mundialmente reconocido, hay que continuar
sustituyéndolo por el nuestro.
El
cuarto y último ejemplo fue el que, sinceramente, me impulsó a escribir estas
líneas.
Hace poco escuchaba un programa juvenil
transmitido por Tele Rebelde que
trataba, nada más y nada menos, sobre “sexo transaccional” (¿!¡?), e incluso se
entrevistaba a una especialista que labora en el Consejo Provincial de lucha
contra el “sexo transaccional”, o algo así.
Con
toda sinceridad reconozco mi falta de cultura al no poder comprender qué
significaba este término tan “sofisticado”, al escucharlo en voz de la
conductora del programa. Pocos minutos después me di cuenta: hablaban de la
prostitución.
No
pude menos que reírme porque, incluso, luce y suena lindo. No podíamos
ajustarnos a un concepto conocido y manejado en el mundo entero, probablemente
tan antiguo como el propio lenguaje. Teníamos que, necesariamente, crear una
palabra que no recordara posibles paralelos.
Si
en los demás países del planeta es prostitución y si antes del triunfo
revolucionario de 1959 también se le denominaba así, ahora es “sexo
transaccional”, para que lo sepa usted.
Los
ejemplos se sobran y alcanzarían de seguro para que algún entendido en la
materia redactara un enjundioso diccionario al que no pocos tendríamos que
acudir. Así encontraríamos “desvío de recursos” en lugar de robo, sin
detenernos en los curiosos e “inteligentes” nombres dados a los términos
deportivos, especialmente en el béisbol, para quizás hacerlo “más nuestro”, o
tantos otros, los que me limito de mencionar para no aburrir al amable lector.
No
importa si los vocablos ya están creados y perfectamente se comprenden. Los
cubanos nos guardamos el derecho de reinventarlos o modificarlos en dependencia
de los tiempos que corran y las necesidades y urgencias que nos apremien.
Y
es que incluso una palabra puede sustituirse por otra en un plazo de 5 o 10
años, siempre y cuando, por supuesto, la circunstancia amerite la utilización
de tan extraordinaria ciencia, de la que, por suerte o por desgracia, somos
especialistas con reconocida trayectoria.
Si
hace un tiempo todo aquel que emigraba al exterior (entiéndase Estados Unidos
de América o cualquier otro país capitalista y ladrón de cerebros) era
considerado un traidor, un apátrida, alguien indigno de considerarse cubano, un
vendido al capitalismo, un indolente… y tantos otros adjetivos, hoy les
llamamos diáspora y los invitamos a compartir como hermanos del mismo pan y el
mismo vino. Todo porque sencillamente al cambiar los tiempos, cambian los
intereses y con ellos las palabras que los nombran.
¿Cuántos
de estos conceptos, términos, vocablos, o como queramos llamarles, que hoy
tienen significados ofensivos,
excluyentes e incluso “peligrosos”, cambiarán en un futuro? ¿Quién asegura que
a causa de esas mismas palabras, los que quizás sufren hoy, mañana no reirán?
¿Por
qué la necesidad casi enfermiza de crear todo un código lingüístico propio de
la “isla socialista del Caribe”, como le llama Padura a nuestra Cuba, a pesar de
que todos están ya inventados y son de perfecta comprensión?
¿Acaso
queremos asemejarnos a ese, considerado por muchos y en los más diversos
sentidos, “mal ejemplo”, que constituyeron algunas de las políticas
aplicadas en la extinta Unión Soviética, cuando se creaban términos, ideas, e
incluso filosofías para justificar un modo determinado de pensar?
¿No
hemos tenido ya suficientes lecciones dictadas y recordadas constantemente por
la historia y la realidad diaria que vivimos?
Respuestas
imposibles para mí, un inculto en la materia. Solo citar una frase que tantas
veces uno de mis profesores ha repetido en clases aunque no logre recordar qué
afamado director de cine la dijo: “Es necesario que todo cambie para que todo
siga siendo igual”.
Buen artículo, felicidades por atreverse a hablar de estos temas. Por favor sería bueno más publicaciones como estas. Suerte!!!!
ResponderEliminarEs cierto, solo que deben trabajar en mantener actualizado el sitio
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