Por Eduardo Pérez Otaño
Lloro. Por dentro y por fuera. Sé que solo tú lo entenderás.
Solo tú has guardado en silencio cada uno de mis olvidos –cumpleaños, fechas
especiales, semanas sin llamar-, todos mis plantones, los pocos o muchos
dolores de cabeza.
Ahora entiendo que nunca he dicho lo que debÃa y nunca lo
solicitaste, porque ni una sola vez me has pedido nada. Sé, y me entristece,
las mil deudas pendientes que no podré saldar, porque ya pasaron, porque aunque
estás, mereces otros cumplidos, nuevos, renovados, hechos de hoy.
Gracias por cada
corrección no entendida, por el regaño fuerte, insistente, indoblegable.
Nunca podré agradecer suficiente el haberme enseñado a llorar de este modo, con
cara de felicidad, porque nadie merece ser salpicado con mis lágrimas, aunque
me seque por dentro, como tú, de a poquito, siempre más.
Por ti me he hecho fuerte, imbatible, creativo: he buscado en
la distancia cómo devolver esta enorme deuda que sé es impagable, pero que me
esmero en honrar.
Sé también que cuando no me has entendido es porque he sido
incapaz de explicar con tus palabras, con tus pausas, en tus códigos. Y aun
corriendo ese riesgo nuevamente lo vuelvo a intentar: traducirte en párrafos lo
que un dÃa como hoy me ha hecho llorar, porque nunca he dicho lo que debÃa, lo
que querÃa…
Y ahora resuena la letra de una canción toda para ti: aunque amores yo tenga en la vida / que me
llenen de felicidad / como el tuyo jamás madre mÃa / como el tuyo no habré de
encontrar.
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