Por Laura Barrera Jerez
Él, dispuesto
siempre, por el amor victorioso que pocos humanos han conocido: “¿Cómo si estás
hecha de nostalgia lo eres todo?/ Y si eres todo ¿por qué ansías en lo oscuro
que yo mire y desee tu belleza?”
Fina García
Marruz perteneció, junto a su esposo Cintio Vitier, al grupo de jóvenes de la
revista Orígenes, símbolo de las letras cubanas del siglo pasado. Poco a poco,
ambos se fraguaron un camino glorioso en la literatura, pero entre ellos, los
principales lazos estuvieron en el amor, en la intimidad de un hogar que
fundaron juntos y de donde salieron otros altos exponentes de la cultura de la
Isla, como sus hijos José María y Sergio Vitier, músicos ampliamente
reconocidos a nivel mundial.
Fina y Cintio
siempre construyeron arte y respiraron cultura. Como padres, fueron el
estandarte principal. Quizás de ahí proviene esa sensibilidad exquisita entre
ambos, lo cual deja muy claro Cintio, en la antología Diez poetas cubanos (1948) cuando dice: “Fina hace de sus poemas
verdaderos movimientos del alma.”
Pero a pesar de su amplia obra, dicen que pocas veces ella ha concedido
entrevistas, y en una de esos intercambios con la prensa, dejó clara su postura:
“Me siento en esos casos como una violinista a la que le piden un concierto de
flauta. Yo me comunico mejor con el silencio, sin el que no se podrían
dar la poesía, la música, ni el encuentro con uno mismo”.
En su hábito por la escritura, la muchacha tierna y callada encontró su
destino. Así de sencillo y emocionante lo narró Cintio, al recordar el instante
supremo: “Ella era una martiana más consciente que yo. Escribió uno de los
trabajos más importantes que recuerdo sobre Martí, en 1951, en la revista Lyceum. A mí me deslumbró
ese texto y me di cuenta de que ahí estaba nuestro destino común”.
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