Nacer
y vivir
El Teatro Alhambra fue
fundado el 13 de septiembre de 1980, en el
cruce de las calles Consulado y Virtudes, en La Habana. Según la
investigadora, Gina Picart, era “un feucho caserón”, tenía una sola planta y
era propiedad de José Ross, un emigrado catalán que no había tenido mucha
suerte con los negocios. Inicialmente este hombre tuvo la idea de construir un
gimnasio en aquel local que más tarde se convirtió en un salón de patinaje
y finalmente en un teatro.
“En el Alambra se
representaron más de cinco mil piezas, todas costumbristas y de gran arraigo
popular. Ya hemos visto en esa mítica película La bella del Alambra, del
director Enrique Pineda Barnet, cómo solían transcurrir las noches entre sus
muros. Dividida entre la elegante platea y el modestísimo lunetario, una
desaforada multitud de varones (en la que no faltaban unas pocas damas
osadísimas que se disfrazaban hasta con bigotes para poder asistir al
espectáculo) aplaudía con arrebato a sus vedettes favoritas o silbaba con el
mismo vigor a las que algo envejecidas mostraban carnes algo envejecidas (…);
reía con las picardías del negrito y el gallego; vitoreaba fogosamente a la
mulata y hasta se enzarzaba en peleas de bandos cuando la actualidad se
adueñaba del escenario” (Picart, G. 2009).
Un solo escenario en Cuba
mantendría la presentación sistemática de obras teatrales.“En 1900 se dio
inicio a la temporada más célebre del Teatro Alhambra, ahí van a refugiarse los
restos del teatro bufo ya deteriorado y comienza un género revisteril con
características propias. Villoch, los Robreño, José López…son los protagonistas
de una empresa en la cual sobrevivió la modesta commediadell´arte cubana.” (Espinoza Mendosa, N.:2012). Esta
temporada duraría hasta 1935, y hoy es considerada la temporada más extensa del
teatro cubano.
Entre los visitantes más
ilustres del Alhambra estuvieron Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Valle Inclán,
Jacinto Benavente y García Lorca, por solo mencionar algunos nombres
representativos de una lista que es mucho más extensa.
La corrupción y el
servilismo de los gobiernos de la época había propiciado la circulación entre
la población de chistes y burlas, y aquel contexto también se reflejaba en las
tablas, aunque no comenzaría la modernidad teatral en Cuba en aquellos días
amargos y de desconfianza.
Sin embargo, el llamado teatro vernáculo introdujo cambios
sustanciales en la proyección de las artes escénicas: mayor riqueza
escenográfica y de vestuario, y un significativo desarrollo de la música como
componente indispensable de las puestas en escena. Se mantenían personajes
típicos como el negrito (con su lenguaje popular y refranero), el gallego (más conservador y cauteloso), la mulata
(deseada por su imponente figura femenina), el bobo (que se refugiaba en la
tontería para hacer críticas y reflexiones fuertes) y el chino (constantemente
luchando por adaptarse al nuevo espacio geográfico que le correspondía). Muchas
veces los personajes se basaban en individuos reales, y con la caricaturización
de su personalidad, los actores hacían reír al público.
Esta imbricación entre el
humor, el lenguaje coloquial, la música y la danza complementando la trama,
hicieron que el teatro Alhambra fuera aplaudido y reverenciado por el público
cubano. La defensa constante de las causas justas fue un de las razones por las
cuales fue escalando posiciones dentro del imaginario social. Además, la
decisión de sus actores y directores de rechazar los modelos impuestos y los
géneros cultos para apropiarse de sus
elementos de manera original, le fue imprimiendo un sello distintivo a aquellos
escenarios.
El historiador Eduardo
Robreño, aclara:“el género alhambresco respondía a un teatro
costumbrista, captador de tipos y costumbres. A diferencia de los bufos, cuya
principal característica era la superactuación (…) El naturalismo cobró
vigencia y todos los intérpretes que se distinguieron a través de los años
mantuvieron esa tónica (…) Tales fueron los casos del negrito, el gallego y la
mulata”.
Pero las opiniones de los
investigadores, críticos de arte e investigadores sobre el tema, son muy
diversas en cuanto a aquella manera de hacer teatro. En el tercer tomo de su
libro La selva oscura, Rine Leal
dice: "Los primeros años del teatro cubano en la república de 1902
estuvieron marcados por el predominio absoluto del género alhambresco [...] y
un descenso vertiginoso hacia la banalidad, el entretenimiento ligero y hasta
la pornografía o sicalipsis, como se le llamaba pudorosamente en la prensa
[...] Es indudable que nuestra escena alcanza su nivel más bajo de calidad y
moralidad".
Sin embargo, otra lectura
más favorable del fenómeno alhambresco, puntualiza
la significación de este teatro dentro de la cultura cubana, ya que su
autenticidad proviene de la defensa de las tradiciones populares (donde se
incluyen maneras de hablar, de vivir, de relacionarse socialmente) que hoy nos
cuentan parte de nuestra historia y nos permiten entender tendencias artísticas
más actuales.
Según la investigadora
Gina Picart, el Alhambra fue un exponente del arte dramatúrgico cubano porque en él surgieron nuevos géneros musicales y el
bufo y la comedia alcanzaron alturas inestimables. (Por Laura Barrera Jerez y Yoel Almaguer de Armas)
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