“…Y todavía no hemos visto nada.
Espero que venga alguien inexorable (siempre temo y espero)
y acabe por nombrarnos en un signo,
por situarnos en alguna estación,
por dejarnos allí,
como dos gritos de asombro.”
Mario Benedetti
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Foto: Laura Barrera Jerez |
Cotidianidad: hacer periodismo y atreverse a pocas cosas
en la vida. Parecen dos esquemas reprochables, pero en realidad son riesgos, riesgos
exquisitos. Sin embargo, a veces la ingenuidad, el tiempo y la gente, cobran tales
valentías.
1
Quedan solo seis paquetes
de galletas en la cafetería. Ayer hubo una actividad en San Simón de las
Cuchillas, al norte, en las lomas. Aunque no esperaban ninguno de vuelta, allí
estaban aquellas entidades de harina, poco aceite y algunos agujeros para su
transpiración. José desayunó galletas de sal, cruzó la carretera y se alejó de
aquella cafetería inhóspita donde solo quedaba la resaca de una fiesta a
cientos de kilómetros.
2
Son las 2:00am y
en la calle tampoco hay mucha gente. Ahora mismo parece tan desierta como aquel
entronque de San Luis donde ayer despacharon galletas de sal. Una mujer se
acerca. No la veo porque estoy de espaldas. Solo la escucho y no miro hacia
atrás porque el cansancio no me alcanza para voltearme. Y, ¿qué le importa a
ella que yo esté cansada y qué me importa a mí lo que ella dice? Yo continúo caminado aunque siento sus pasos. Ella conversa: -Tengo que
cuidar a mis hijos, yo soy su madre y no les debe suceder nada. No puedo
permitirlo. Yo soy su madre. Yo soy su madre…
3
¿Qué hacía yo de
madrugada caminado por la calle San Lázaro, en medio de La Habana oscura? ¿Qué
hacía yo sola? Ahora que amaneció siento terror por aquella loca que me
acompañó, inconscientemente, de regreso a mi casa… Aunque creo que su
enfermedad no era la locura. Quizás sufre de imaginaciones: hay personas que
sienten una necesidad incontrolable por cuidar y proteger lo que no tienen.
5
A Julio nunca
antes lo había visto. O quizás no lo recuerdo. He pasado por varios pasillos
hasta llegar a una galería y en ella, el ambiente acogedor y monótono de una
casa sola: con su sillón, sus luces, sus muebles llenos de papeles y de libros.
Sentí que yo necesitaba aquel ´escenario´ porque no tenía el original: debía
quedarme con la reproducción artística de la casa real. Allí se filmaría parte
de la película, nadie percibiría el embuste. A Julio le expliqué todo, otra
vez, como cientos de veces durante un año y dos meses he hablado de mis
intenciones. No sé si Julio me entendió. Cuando me acercaba, él me pedía que me
alejara, por mi bien. Tenía en sus pies zapatos diferentes y estaba
completamente vestido de blanco. De pronto se fue escaleras arriba, a un lugar al
que no me permitieron acceder. Nunca supe si podía grabar en su obra de arte.
4
Después
de una mala noche parece que he vivido en pesadillas el día que me corresponde
comenzar a partir de ahora. Son las 10:56 am y no encuentro qué hacer. Debo
irme justo al mediodía. Definitivamente “todavía no hemos visto nada”. Y yo
sigo esperando la llegada inexorable de alguien: ya temo y espero. ¿Será él
quien lo nombre todo con un signo? Yo presiento un asombro, aunque controlaré
mis gritos.
5
En mi última
conversación profesional decidí que seré siempre una persona dramática. Creo
que no había entendido el concepto justo hasta que escuché cuán despreciable
puede ser el dramatismo para otros.
Conversar es
siempre difícil y se necesitan al menos dos personas para ello. Pero, ¿quién
obligó a los participantes de la fiesta, en San Simón de las Cuchillas, a que
dejaran de comerse seis paquetes de galletas? ¿Por qué temerle a las locuras de
quienes defienden y protegen lo que no tienen? ¿Por qué aferrarse a una casa, a
un sillón, a un libro que idealizamos antes de leer?
Por suerte existe
el dramatismo, para salvarnos de las decepciones. Y para contar los días, como
si fueran sueños, cuando no nos atrevemos a asumirlos como días. (Por Laura Barrera Jerez)
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