Llegó
entre los últimos y tomó asiento, como es lógico, en la tribuna. Arrastró su
silla con todo el buen arte que se puede aplicar al monótono acto de arrastrar
una silla y se sentó. Cubrió la mesa -hasta entonces vacía- de todo, de notas, planillas,
cuartillas llenas de asociaciones infinitas de veintiséis letras.
Asumió
su postura oficial, la de siempre, la esperada por el auditorio. Acomodó el
micrófono, lo volvió a desacomodar: acto repetido doce veces, esto con toda
seguridad y elegancia, con maestría absoluta.
Garraspó,
tosió, tomó agua. Colocó el vaso a veinticinco centímetros de la esquina de la
mesa antes vacía, ahora apenas con espacio exacto para el vaso ya mencionado.
Un poco a la derecha, unos centímetros a la izquierda: precisión milimétrica.
De ser comprobado se llegaría a la conclusión de que...
nunca antes maestro alguno
de la geometría del espacio ha logrado tal habilidad.
Se
dispuso a hablar: sucesión terrible de fonemas enlazados para formar sílabas,
palabras, oraciones, párrafos, incoherencias tan bien organizadas que dejaron
impresionados al auditorio. Los temas eran con sumo interés repetidos por
enésima ocasión consecutiva. Aún tratamos de confirmar este dato en los
archivos personales de quien tan magistralmente hace uso de la lengua, pero nos
ha sido imposible certificar tal afirmación.
El
auditorio había asistido, vale aclararlo, bajo todo interés personal. Nunca
antes ni después se supo de presión alguna. La voluntad por sobre todo primaba
en la sala y también la expectación. Ya llegaba el discurso a su mejor momento.
El público prorrumpió en aplausos insistentes. Repitió la misma frase, hacia
atrás y hacia adelante unas tres veces, no más para no perder la genialidad.
Silencio total.
Unos
años más tarde -también nos quedaremos en deuda en tal caso- concluyó el
insuperable discurso. El auditorio amaestradamente saltó de sus asientos.
Gritó. Coreó frases de alegría. Agradecieron personalmente en la medida de lo
posible. Según cuentan, algunos lloraron, otros se desmayaron. Solo entonces La
Cuestión fue feliz. (Por Eduardo Pérez Otaño)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente acá... porque somos de letra corta: