Dos modos de entender la libertad - La letra corta

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14 de marzo de 2018

Dos modos de entender la libertad



La libertad parece ser algo tan sencillo que todo el mundo cree poder decir algo sobre ella. Ser libre significa, según la creencia popular, hacer lo que uno quiera sin que nadie pueda impedirlo. Sin embargo, este concepto esconde una profunda complejidad en su interior, que los no iniciados en la filosofía apenas consiguen vislumbrar. Lo cual no quiere decir que se trate de algo que solo concierna a los filósofos: los problemas que los filósofos descubren, cuando son verdaderos, son problemas de todos.

Por Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Tomado del blog La luz nocturna

Desde hace mucho tiempo, se ha hecho una distinción entre libertad negativa y libertad positiva. La primera se refiere a ser libre con respecto a algo, ser libre de negar cualquier autoridad o contenido para hacer lo contrario. La segunda se refiere a la libertad para hacer algo, para romper con lo establecido y crear algo nuevo. La diferencia puede parecer sutil, pero es sustancial: mientras que la libertad negativa no se compromete con ningún contenido, y tiene un carácter eminentemente secesionista, la segunda lleva en sí la idea de una finalidad y un contenido material. La trascendencia de esta distinción es captada, además, de modo inmediato, cuando se comprende que la libertad negativa es el paradigma de libertad propio de las sociedades capitalistas occidentales, mientras que la libertad positiva lo es para el socialismo.

Libertad negativa. Todo el mundo disfruta de la sensación de librarse de una coerción exterior o de una autoridad abrumadora. Además, la desobediencia en sí misma provoca un morbo que nos viene desde la época de la expulsión del Edén- según el mito-. La sociedad capitalista, al menos en su forma clásica, promueve el auge de esta idea de libertad: es la superestructura ideológica que acompaña a la muy real transformación de los hombres en individuos desarraigados que solo pueden vender su fuerza de trabajo. En el capitalismo, la relación entre el empleador y el empleado tiene que realizarse bajo la forma de un contrato entre dos hombres libres. Por esta vía, que incluye la falsa equivalencia entre trabajo y sueldo, el modo de producción capitalista se asegura la mejor de las configuraciones ideológicas: el obrero firma “por sí mismo” el permiso para ser explotado.

Por supuesto que, en esas sociedades, la libertad negativa completa nunca se da de facto. El que irrumpa en la casa de su vecino, lo asesine y viole a su mujer, no será considerado un ciudadano que hace uso de su libertad, sino que será juzgado como un criminal. La libertad negativa que se tolera es aquella se expresa a través de las categorías de la razón instrumental: una mercancía puede ser intercambiada por cualquier otra, toda empresa es posible si se hacen bien los cálculos. Es por eso que el capitalismo necesita como acompañante a un estado que se encargue de reprimir toda la “libertad sobrante” y que prepare al individuo para que sea un reproductor de las condiciones sociales de producción. Y ese estado, en condiciones favorables, debe ser también un espacio en el que la libertad negativa se exprese a través de la institucionalidad política. ¿Qué mejor colofón para una sociedad de entes económicos autónomos que un sistema de democracia parlamentaria que le asegure a todos un voto totalmente libre e igual al resto?

La libertad positiva, por otro lado, se ha expresado históricamente como un problema y un proyecto. Fue Fichte, el filósofo alemán, quien planteó del modo más claro la cuestión: es imposible pensar en un ser libre que no sea capaz de producir la realidad que lo rodea. ¿Qué clase de libertad sería aquella que nos hiciese deambular entre las opciones que nos entrega el pasado? Cuando se habla de libertad positiva, se habla sobre todo de una ruptura temporal y del surgimiento de una realidad material nueva.

Un ejemplo de libertad positiva puede ser, a nivel individual, la creación artística o el descubrimiento científico. Sin embargo, cuando el problema se plantea a nivel de toda una sociedad, entonces se está hablando del desarrollo de proyectos colectivos. Y no hay ninguna sociedad que esté más marcada por la construcción de un proyecto colectivo que la socialista.

Surge, sin embargo, un escollo. ¿Acaso es posible hablar de la libertad en colectivo? Pues sí. Lo cual no quiere decir que el asunto no sea problemático. La construcción de una nueva sociedad, el ejercicio de la libertad positiva en colectivo, implica la existencia de un consenso y de una empatía colectiva alrededor de una idea. Lo malo está en que, hasta ahora y dada la herencia de siglos de antagonismo social sedimentados en nuestro lenguaje, los consensos colectivos son muy frágiles. Dentro de una sociedad que ha abrazado un proyecto colectivo pueden al cabo del tiempo surgir grupos que abandonen el proyecto o dejen de creer en él. Pero entonces, puede ser que sea demasiado tarde.

Lo que muestra la experiencia del socialismo real soviético es como, en una sociedad que ha ejercido la libertad positiva en colectivo, luego los ciudadanos quedan a expensas del poder que crearon para llevar adelante ese proyecto. La ruptura del consenso general hace degenerar la sociedad en una dictadura del viejo estado instituido para hacer cumplir la voluntad general, y que ahora conserva de un modo cínico los viejos símbolos que lo vieron nacer. Como dijo una vez Marcuse, la libertad del hombre no es un asunto privado, pero no es nada si no es un asunto también privado.

La libertad negativa y la positiva configuran el arco de posibilidades antropológicas en las que el hombre parece estar atrapado. Hoy por hoy, las sociedades de la libertad negativa ni siquiera funcionan exactamente del modo en que se describió más arriba. La libertad individual ya no tiene como resultado el fortalecimiento de la personalidad sino más bien su disolución: la industria cultural somete a ese individuo a tantos estímulos que este ya no puede sostener su atención en nada mucho tiempo. La sociedad postmoderna ya no le confiere importancia o valor alguno al acto de elegir libremente, de tanto y tan vacíamente que lo repiten.

La libertad positiva, por otro lado, sigue siendo un El Dorado aparentemente inalcanzable. Solo ella puede realmente dar satisfacción a las ansias humanas, ya que el hombre no elige sino porque desea Algo. Sin embargo, ese algo, cuando se le ha intentado alcanzar por las vías del socialismo, se ha transformado casi siempre en un fruto de cenizas. A diferencia de la libertad negativa, que se sostiene a sí misma y a la sociedad que la produce a través del mercado, la libertad positiva no parece servir como un cemento social duradero. Al menos, debemos decir que no se ha encontrado la forma de crear una institucionalidad política óptima para las sociedades socialistas, que necesitan sostener y recomponer el consenso general alrededor de un proyecto de futuro.

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