Foto: Alejandro A. Madorrán Durán |
Por
Eduardo Pérez Otaño
-Mira periodista, tú lo que tienes que
hacer es probar una vez y verás que eso es la vida misma.
-Asà mismo hermano. Se te van a olvidar
todos tus problemas, vas a ser feliz de verdad… -reafirmó el amigo.
-Oye periodista, esta es mi felicidad, y
nadie me la va a quitar, ¿tú sabes?
Marlon tiene 17 años. Hace dÃas que no
se baña. Se le nota. Se percibe también por el olor. Rafael, el Rafa, como le
dicen al amigo, anda siempre con él. Son uno.
El reloj marca las dos de la madrugada.
Es el parque G, en el segundo corazón de La Habana: el Vedado. También es
viernes.
Hace algunos años esta avenida, nombrada
“de los Presidentes”, se convirtió en refugio ideal para frikis, mikis,
hippies, emos, vampiros sexuales, y toda una amplia variedad de nuevos
“descarriados”. Para muchos, este parque se convirtió en un verdadero
laboratorio social.
Me arriesgo a contar una de las tantas
historias que he escuchado desde que trabajo en la cafeterÃa predilecta del
parque, como le llaman ellos. Pregunto, o eso intento, buscando algo que me
permita dar forma al relato.
El Rafa siempre habla un poco más, como
cuidándolo. A lo mejor por eso de que es un poco mayor que Marlon. Le paga
algunos jugos y lo reanima cuando casi a punto de amanecer se aparece con algún
bajón, como le dicen, cuando la falta de comida y el alcohol hacen sus
estragos.
-Mira periodista, aquà todo el mundo se
echa sus goticas, se pone a millón, ya tú sabes…
Es buena gente. Con una historia de
miedo, a veces muy real, a veces medio mÃtica. Pero de esas sobran por estos
lares.
Según el Rafa, la madre no quiere saber
de él desde que el padre de Marlon por poco la mata en una golpiza. Él, en
defensa de ella, le calló a batazos mientras dormÃa. Resultado: quince dÃas en
coma.
-La abuela es la única que se hace cargo
de él- , me dice el amigo como esbozando una justificación- pero ya está vieja
y no puede con sus inventos.
La noche comienza para ellos. A esta
hora apenas queda sitios en los bancos y aceras. Muchos años después de que G
se convirtiera en centro importante para estos muchachos, sigue representando
su único espacio de libertad.
Viven como en una cofradÃa. Se conocen.
Los que más tiempo llevan viniendo tienen sus zonas preferidas. Descubren si
hay un nuevo infiltrado. Cuando se pone aburrida la madrugada caminan por la
calle 23 o bajan hasta el malecón.
-¿Y por qué vienes al parque G?, le
pregunto, creyendo saber la respuesta.
-Porque es lo mÃo periodista, esto es lo
mÃo. Oye, asere, voy bajando…
Nos despedimos hasta que vuelvan a darse
una vuelta una o dos horas más tarde. Quizás entonces no se acuerde de mis
preguntas. Tampoco de que soy un dependiente-periodista que quiere escribir
algo sobre él para un sitio digital. Puede que venga con unas goticas de más, de
esas que lo ponen feliz. (Publicado en www.eltoque.com)
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