El olvido a simple vista - La letra corta

Lo más reciente

12 de julio de 2017

El olvido a simple vista

cuba-borracho-olvido-polemica-laletracorta-boris-milian
Imagen tomada de www.artelista.com

Por Boris Milián Díaz

Camina pegado a la pared agarrando cada superficie como si le fuera la vida en ello. Recuerda a un asceta que busca una reliquia en la cima de la montaña mientras avanza por un estrecho desfiladero. Todo en él –ojos, piel, ropa –cuenta una historia de renuncia y sufrimiento. Con cada paso se acerca más a su meta para continuar la búsqueda de redención que se le ha negado por obra y gracia del mundo -a pesar de que la mayoría de los mortales la da por sentada.

Es uno de los tantos borrachos que habitan las calles de nuestra decadentemente glamurosa ciudad para dar cierre al encanto general que la posee. Y, como cada día, recorre los portales de vuelta al lugar de donde salió tras una jornada de trabajo.

No habría que hacer un esfuerzo para imaginarse su lugar de procedencia. Bastaría adentrarse en las imágenes que Hollywood brinda de mazmorras o infierno: lugares obscenamente vaciados de todo rastro de humanidad o decoro.

Sus historias se reproducen por toda la periferia. Terminan por concentrarse en los núcleos citadinos para realizar las actividades económicas que la mayoría de nosotros halla demasiado repugnantes para su dignidad e higiene personal. Desde la recogida de materia prima -por la que pagan licencia- hasta la mendicidad -común y corriente actualizando el viejo arquetipo del bufón- sin descontar los eventuales episodios de prostitución -en caso de las mujeres- cuando los escrúpulos se pierden ante la premura del deseo de buenos ciudadanos que, tentados por lo barata que resulta la oferta, las usan y abusan a su antojo.

El objeto de su actividad es siempre el mismo: los quince pesos que requieren comprarse una de las canecas de ron que expenden los particulares y cuya calidad varía desde muy malo a casi intomable. Difícilmente podemos tildarlos de vagos o flojos cuando se exponen a tanto desgaste físico y mental.

La mayoría de nosotros pasamos de largo al verlos. Son otra de las idiosincrasias del paisaje, como los basureros, derrumbes o baches inundados. No notamos ninguna de las historias ocultas ni de los traumas que se esconden en ellos porque, sencillamente, no nos corresponde hacerlo. Damos por sentado que uno de los miles de psicólogos, trabajadores sociales u oficiales de policía que salvaguardan nuestra sociedad debería ocuparse de ellos. Para eso tenemos uno de los sistemas de seguridad social y sanitaria más eficientes del mundo que avergonzarían a potencias económicas. Sin embargo es común el verlos tirados sin conocimiento en un portal o banco de parque. ¿Cómo se levantan? ¿Acaso lo hacen? ¿Y después a dónde van? Nunca me he detenido lo suficiente para esperar a que suceda.

Siempre hay algo más urgente por hacer que velar por una vida humana. Aunque sea alimentarse de la experiencia para escribir un artículo con el que costear vicios más caros y mejor aceptados por la sociedad. Nadie lo hallará obsceno.

Y, mientras ellos reaparecen día tras día en número creciente, el mundo sigue su curso. Las mujeres continúan yendo a la peluquería. Los hombres atendiendo sus negocios o trabajos. Los estudiantes se entregan al ciclo de despreocupación y estrés que representa el forjarse una carrera. Y la televisión nos informa de que, a pesar de todo, nuestra sociedad sigue siendo una de las más humanas que se pueda concebir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comente acá... porque somos de letra corta: