Se va el tiempo y con
él la posibilidad de ser y hacer de este un mejor paÃs, un pedazo de tierra
donde quepamos todos con iguales derechos a tomar y formar parte del futuro que
queremos y nos merecemos.
Foto: Alejandro A. Madorrán Durán |
Profe
¿qué es el tiempo?, le pregunté sin apenas saludarlo. En aquellos dÃas me debatÃa yo entre las leyes de
Newton y los avanzados postulados de Albert Einstein. Frente a voluminosos
libros de FÃsica General buscaba la respuesta a muchas de las dudas que desde
pequeño me acechaban. Más de una vez consagraba las madrugadas a los misterios
de una de las ciencias más apasionantes.
Ni la amplia experiencia en la preparación a
estudiantes para concursos nacionales e internacionales de la materia ni su
especialización en astronomÃa, lograron dotarlo de las capacidades para
responder con la misma inmediatez con la que formulé mi pregunta. Me miró y
meditó unos minutos: "El tiempo es nada", me respondió.
Muchas veces he vuelto a aquellas palabras. Una y otra
vez busqué en cuanto volumen cayó en mis manos pero nunca encontré una
respuesta semejante. A pesar de ello, el tiempo se ha convertido en uno de esos
conceptos que he intentado capturar una y otra vez sin resultado alguno.
Cuando el hombre decidió comenzar a medirlo nunca
imaginó que terminarÃa siendo prisionero de su propia iniciativa. Del reloj de
sol al de arena, del automático al digital y de este al atómico... una y otra
vez hemos perfeccionado los mecanismos para asegurar la mayor precisión posible
en la variación de un punto a otro en la esfera numerada.
Mientras, la vida avanza rápido, demasiado rápido; y
casi sin darnos cuenta se lleva los mejores momentos, las ilusiones, las
esperanzas. El reloj hace girar sus manecillas y con ellas, indeteniblemente, nuestro
ahora se convierte en ayer, mientras el mañana desconocido nos pasa por el lado
y sigue camino, casi sin avisarnos.
Muchas las ganas y poco el tiempo: poco para cambiar
todo lo que quisiera en esta vida finita, en mi entorno más inmediato, en este paÃs
rodeado de agua por todas partes como una terrible circunstancia, en este mundo
al que, queramos o no, pertenecemos ateos, creyentes y toda una gama de seres
para los que el tiempo no alcanza.
Y aún asÃ, a pesar de que no hay respuesta para la
pregunta primigenia, negarse a enfrentar el paso del tiempo, cruzarse de brazos
y ver cómo otros hacen suya la tarea de transformar el mundo, decidir
apartarnos de lo que nos toca hacer a cada uno de nosotros, es como morir de a
poquito, lentamente, sin decidirnos a hacer nada.
No quiero sentarme en esta esquina y ver cómo pasa el
tiempo y con él mi momento para hacer de este el mejor lugar posible para
todos. Aún con la posibilidad de que me digan iluso, soñador, o cualquiera de
los otros apelativos que matan iusiones y caracterizan a los
"pragmáticos", prefiero arriesgarme, porque hay mucho por hacer,
tanto por decir...
Mientras, miro la luna, pienso en el tiempo y decido
los próximos pasos, aquà donde a veces pareciera que no hay nada grande por
hacer, como lamentara Rubén MartÃnez Villena en los años veinte del siglo
pasado. Y el tiempo, indetenible, se me antoja ahora un pretexto humano, un
modo de rehuir a lo que por deber, nos corresponde. (Por Eduardo Pérez Otaño)
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