“Aunque
estoy a punto de renacer, no lo proclamaré a los
cuatro vientos, ni me sentiré un
elegido: sólo me tocó en suerte,
y lo acepto porque no está en mi mano
negarme, y sería por otra
parte una descortesía que un hombre
distinguido jamás haría…”
V. P.
Ya es una isla y
no me asombra tanta grandeza. Su nombre encumbrado retoza constantemente con
los recuerdos de quienes nos quedamos detrás. Sí, nos quedamos tratando de comprender
algunos granitos de esa tierra fértil, nos quedamos en la espuma de las olas
que llegan hasta la orilla.
Lo sorprendente
es que su isla no haya desaparecido de los mapas. En este mundo tan convulso
muy pocos creemos en ese lirismo de la geografía, pero él nunca perdió la
esperanza. Sin temerle a los incrédulos, decía con toda franqueza: “Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
y poco a poco, igual que un andante chopiniano, empezarán a salirme árboles en
los brazos, rosas en los ojos y arena en el pecho.”
Virgilio siempre
lo supo. Quizás por eso aquella frialdad
de sus cuentos, tal vez la furia, o la broma colosal, en definitiva, su vida entera reposaba en las letras.
Tal vez nunca
pudo controlar los insomnios y por eso decidió matar al protagonista de su
historia, a aquel misterioso individuo sin tranquilidad nocturna. Aun así, ni
Virgilio logró que conciliara el sueño. Y el personaje se habrá quedado
insatisfecho, pero, ¿cuántos hemos sucumbido ante la escritura diáfana y veloz?
¿Cuántos hemos sido cómplices de los verbos recurrentes del escritor, de las palabras indicadas, de los
silencios necesarios? ¿Cuántos nos hemos quedado atrapados en su isla?
No dudo que esa
paz haya surgido del andar incansable por tantas tierras: Matanzas lo vio
nacer, Camagüey lo acogió, la Habana lo cultivó… Por suerte, le tocó a Cuba recibirlo
cuando llegó al mundo.
Y aunque esos
lirismos de la geografía ya no impresionen a muchos, y aunque casi nadie sepa convertirse
en isla, algunos cubanos han decidido serle fiel a las pasiones literarias que
hicieron de Virgilio Piñera un hombre sin igual.
Así lo recuerdan
en Centro Habana. No sabía que sus faenas habían encontrado el contexto
perfecto entre las calles escondidas de esos parajes antiguos. Y la gente
pasaba por allí sin saberlo, la gente iba y venía sin imaginar las hazañas del
balcón.
Ahora, aquella
pared se ilumina con la luz de las ficciones, con las imágenes y los recuerdos
que solo aquel espacio puede contar.
El tiempo había
pasado sin darle a Virgilio tan merecido reconocimiento. Jamás se habría
conformado con la gloria de los grandes. ¿Cómo no mantenerlo vivo en el lugar
donde se consagró a sus impulsos? Allí, cerca de la gente, cerca del olor a
barrio, cerca del aire denso de la cotidianidad, cerca de la Cuba nuestra.
Cuando leí Cartas a Totouche, el epistolario que
recoge las misivas que Alejo Carpentier enviaba desde Parías a su madre,
comprendí cuántos secretos se esconden en esas calles desvencijadas. El autor
de El Reino de este mundo, hablaba de ellas con tal
naturalidad y regocijo, que resulta estimulante imaginar tanto esplendor.
Pero cada época
tiene su encanto. Hoy, el tiempo ha cobrado sus horas, mucha belleza se pierde
ante nuestros ojos: los hombres no hemos sido suficientemente consecuentes. Y mientras
saldamos poco a poco nuestras deudas (algunas quedarán para siempre), nos
siguen sorprendiendo los secretos de una arquitectura magnífica.
Los homenajes
imprescindibles nos devuelven la paz a quienes
debíamos tal deferencia. Esos compromisos a veces se postergan, pero
nunca es tarde para saldarlos. Hombres como Virgilio lo merecen. En aquel lugar
él logró convertir su inspiración en arte, y mantenerse vivo allí, más que un
derecho, es una necesidad.
Cuando
transitemos la calle Gervasio entre Lagunas
y Ánimas, una placa dorada, en el número 121, nos regalará la frescura del
balcón donde Virgilio escribió sus ficciones. Ahora será permanente el insomnio
del dramaturgo, será una isla rodeada por un mar de gente, está entre los
suyos, y no puede negar tal reconocimiento porque un hombre distinguido no comente esa descortesía. (Por Laura Barrera Jerez)
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