“Basta
una amable extrapolación para postular un grupo humano que cree reaccionar
psicológicamente en el sentido clásico de esa vieja, vieja palabra, pero que
no representa más que una instancia de
ese flujo de la materia inanimada, de las
infinitas interacciones de lo que antaño llamábamos deseos, simpatías,
voluntades, convicciones, y que aparecen aquí como algo irreductible a toda
razón y a toda descripción.”
Julio Cortázar
Ni siquiera sé su nombre, pero lo prefiero
así. Él también estaría de acuerdo con
este pacto de misterio si supiera mi desconocimiento. Sencillamente se lanzaría
su mochila al hombro y diría sarcásticamente: “Lo explícito es absurdo”.
No deja
de sorprenderme su liviana manera de ver la vida. Ni los filósofos más avezados
competirían con sus antojadas palabras.
Dicen
que corrió entre los números cuando era joven, luego jugó con la física y finalmente
se sumió en el hálito encantador de sus pasiones profesionales.
Y anda
por el mundo pregonando que la pedagogía es el
arte de la provocación. Realmente él hubiese sido una bonita competencia
para Einstein, para Da Vinci, para Mozart o para Chaplin, pero decidió tener un
arte
propio.
Desde
entonces (desde siempre) interpreta su personaje frente al auditorio
hipnotizado. Las siglas en el pizarrón, los juegos de palabras, los dibujos,
las burlas constantes, el subconsciente, los sueños... todo nace de su
impetuosa e innata condición de provocar a quienes lo rodean. Él, como buen
artista, atrapa a su público.
Sabe
cuán eficiente resulta ese constante enfrentamiento de subordinaciones
mezcladas. Jamás pasaba “lista”, se burlaba de esos momentos en los que
subjetivamente -decía- los
profesores imponen su poder al demostrar cómo los alumnos están sometidos a sus
disposiciones. Él se conformaba con memorizar nuestros rostros, aplicar sus
ironías a quienes llegaban tarde y conversar sobre el horóscopo durante los
minutos del receso.
La primera
vez, me esforcé en vano por tomar notas, jamás tuve una libreta para esa
asignatura; finalmente descubrí que estaba frente a un experto de la persuasión:
te perdías en la nebulosa de sus impulsos, sin rumbo definido y al final, el
descubrimiento: habías presenciado una majestuosa clase.
Por eso
me compadezco de los que utilizan amenazas para captar atenciones, de los que
te acosan con profanar tus resultados académicos o de los que simplemente son
esclavos de un papel mientras imparten una conferencia sobre cuestiones
indisolublemente ligadas a su accionar diario.
Me niego
a soportar las incompetencias de quienes no tienen las cualidades suficientes
para impartir clases. ¿Veinte años no es edad suficiente como para ser
responsables de nuestras acciones? ¿Por qué dirigirse a estudiantes universitarios
como si fueran niños incapaces de concebir la magnitud de sus actos?
Por desgracia,
aún existen individuos que empañan la perfecta labor de los verdaderos
pedagogos. “La vida les dará la
calificación que merecen”, nos decía el profe Sin nombre, y es cierto,
aunque otros se empeñen en adelantar el futuro con la violencia verbal y con
ese aire de superioridad que tanto molesta. Al final, más que inspirarme
respeto, me dan lástima.
Conocer
al profesor Sin Nombre fue una perfecta oportunidad para borrar tenebrosos
recuerdos de esa materia. Fue una perfecta oportunidad para aprender a valorar
la existencia sin exageraciones. Fue una perfecta oportunidad para adueñarme de
mis turas.
Ojalá
hubiera podido resumir en letras su magnífica actuación. En vano intento
hilvanar entre líneas aquellos chistes, las reflexiones afrodisíacas, las
bromas insospechadas, los ojos desorbitados, su andar sereno, su pelo
desinhibido, su rostro de niño feliz, los absurdos convertidos en moralejas.
Hoy
solo me queda cumplir la promesa de releer Rayuela. La discusión de la obra de
Julio Cortázar fue la despedida del profesor de filosofía. Y aún no sé su
nombre, pero (como diría el escritor argentino) “nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir,
escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo”. (Por
Laura Barrera Jerez)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente acá... porque somos de letra corta: