Por Eduardo Pérez Otaño
Desde
hace algunos días circula en las redes (como casi siempre sucede en estos
casos) una afirmación de contenido preocupante: “Si después de lo que ha
sucedido primero con Dilma y ahora con Lula alguien sigue insistiendo en que
Cuba aplique la supuesta división de poderes del estado burgués, como leo en la
prensa privada que nos legó Obama, o es tonto o es cínico”.
No
requeriría siquiera el menor análisis de no ser porque ha estado en boca
(digámoslo con más exactitud: en perfiles de Facebook) de importantes figuras
del entorno público cubano, con lo que ello significa. Esto es: la posibilidad
de que tal afirmación no sea una expresión de paso sino reflejo de un modo de interpretar
nuestra realidad y, peor aún, de una corriente de pensamiento en un sector del
país.
En
esta afirmación aparecen cuatro elementos que debemos abordar por separado si
queremos entender las tesis que acá presentamos: 1) lo sucedido tanto a Dilma
Rousseff como a Lula da Silva en Brasil; 2) la división de poderes planteada
por Montesquieu y asumida por Occidente; 3) la prensa privada legada por Obama;
y 4) el hecho de ser tontos o cínicos si se desea que rija en Cuba la
tripartición de poderes. Cada uno de estos elementos encierra contenido
suficiente para abordarlo desde la realidad cubana.
1) Dilma y Lula (o la cuestión de la
izquierda en América Latina)
Pensar
que la situación vivida hoy en Brasil, que dicho sea de paso no es más que el
reflejo de los tiempos que corren para la izquierda en América Latina, tiene
como causa directa la tripartición de poderes sería equivalente a creer que la
razón que llevó a la desintegración de la URRS (y al fin del socialismo en
buena parte del mundo) fueron sus estructuras de gobierno y no quienes las
ocupaban.
Seamos
más claros: si responsabilizamos de la situación que hoy viven las causas de
izquierda en el subcontinente (y la región en sentido general) al modo en que
nuestras naciones se han estructurado democráticamente, requeriríamos hacer
exactamente lo mismo si hablamos del modelo socialista. Tendríamos que afirmar
con igual seguridad que el sistema generado por el Partido Comunista de la
Unión Soviética (para nada asociado a los postulados de Maquiavelo, o eso nos
hicieron creer) fueron la causa primera de su propia desaparición.
Por
tanto, debemos afirmar que la tesis en sí misma carece de lógica. Los sistemas
políticos y democráticos, sean cuales sean, responden a las voluntades de
personas de carne y hueso, con intereses que superan la lógica de las mayorías
para imponer las de las minorías. Máxime si estas minorías ostentan
determinadas cuotas de poder que les permiten saltarse todas las estructuras y
normativas existentes.
El
problema brasileño hoy no es el de la tripartición de poderes sino el modo en
que las estructuras que representan esa tripartición se han corrompido hasta la
médula, y se han llenado de funcionarios corruptos e inescrupulosos que las han
puesto al servicio de intereses particulares y no colectivos.
El
propio Lula da Silva ha referido que entre lo errores cometidos durante las
gestiones del Partido de los Trabajadores (PT) al frente de los destinos de
Brasil, se encuentra la no resolución de los problemas estructurales del país,
entre ellos la tan necesitada Asamblea Nacional Constituyente que hubiera
posibilitado repensar las instituciones y sus funcionalidades.
El
entramado institucional brasileño, sin pretender adentrarnos en un análisis
para el cual no tenemos todos los elementos, está a todas luces corrompido. El
empleo de los acuerdos, las alianzas y el soborno como modo de lograr consensos
y mayorías no llevaron a ninguna parte. Tanto el legislativo como el ejecutivo
estaban minados desde el propio origen del gobierno del PT. Aquellos partidos
con los que establecieron las alianzas en algún momento terminaron por
convertirse en sus peores enemigos. Nada nuevo hay en esto.
No
podía tardar que todo ello llegara (o se expresara) en el poder judicial. Una
sociedad donde la verdadera separación de poderes no existe no puede pretender
que cuando dos de sus componentes fallan, el tercero resuelva el problema y
ponga a los otros en el lugar que les corresponde. A decir verdad, quizás el
cáncer ya andaba allí, anidado desde el propio origen de la democracia
brasileña después de los años de dictadura. Una limpieza que nunca ocurrió acabó
por esconder basura bajo las alfombras, y en silencio fue creciendo hasta
convertirse en lo que es hoy: una montaña de desechos que termina, como siempre
sucede, por caer sobre los más pobres.
La
izquierda latinoamericana, dada en no pocas ocasiones a la autocomplacencia y
la hipocresía, ha cometido en esto varios errores que a fin de cuentas han
terminado por pasarle factura. Mencionemos apenas tres para ilustrar la
afirmación: 1) las alianzas con fuerzas de “centro” o “centro izquierda” que
nunca fueron tales y que, muy por el contrario, resolvieron situaciones
coyunturales para luego volverse fuerzas reaccionarias dentro del propio
proceso de cambio; 2) la postergación de decisiones radicales que permitieran
la profunda transformación de las estructuras políticas y de gobierno, en
particular las asociadas a los medios de comunicación; y 3) la despreocupación
mostrada por desarrollar una verdadera revolución cultural.
Por
tanto, decir que el problema de la izquierda en la región es culpa de la
tripartición de poderes es, cuando menos, intentar cerrar los ojos ante la
verdad. No podemos olvidar tampoco que esa misma izquierda llegó al poder y no
tuvo dificultades en jugar ese mismo juego que hoy la derecha continental ha
aprovechado con tanta efectividad. Es más, ni siquiera se preocupó por cambiar
las reglas a las que hoy pudiéramos culpar.
2) la división de poderes planteada por Montesquieu
y asumida por Occidente
Este
punto no requeriría grandes discusiones si no fuera por el modo en que se ha
tergiversado su comprensión. No pretendemos hacer una discusión
teórico-político-filosófica al respecto. Sin embargo, no podemos dejar de lado
el hecho de que la propuesta teórica de Montesquieu y el modo en que han sido
aplicadas, interpretadas y reinterpretadas son cosas bien diferentes.
La
adopción de la tripartición de poderes por los fundadores de los Estados Unidos
y su imposición como forma de ordenamiento, con especial fuerza en los tiempos
de posguerra, tergiversaron el modelo en sí mismo. Corrompida nos ha llegado, a
las naciones latinoamericanas, la versión del filósofo francés.
Una
vez más el problema no es teórico sino funcional. La propuesta en sí misma
debería, como sucede en otras naciones (quizás habría que revisar experiencias
menos viciadas como es el caso de algunos estados europeos), permitir la
coexistencia de tres poderes que deben trabajar, de modo equilibrado, en función
del progreso y la representación de los intereses de las mayorías.
La
debilidad funcional del modelo, plagado de influencias económicas y de intereses
que le trascienden, ha hecho fracasar en buena medida la tripartición de
poderes como esquema de convivencia democrática en América Latina y en buena
parte del mundo. Nuestras naciones, como diría José Martí, pretendieron
injertar en las Repúblicas el mundo, pero descuidaron que el tronco siguiera
siendo el de nuestras Repúblicas.
La
tripartición no es, ni por mucho, el único modo en que pudiéramos entender la
vida en nuestros países. La sabiduría indígena que existía en estas tierras
antes de la invasión europea ya daba muestras de saberes ancestrales en cuanto
a la gestión de la cosa pública, por solo mencionar un ejemplo.
Esta
tergiversación absoluta de la esencia de la separación de poderes ha provocado,
en buena medida, el fracaso del modelo democrático impuesto en esta parte del
mundo. Para ser sinceros, tampoco la izquierda, ni siquiera el socialismo
europeo cuando fue potencia capaz de imponer modelos, generó alternativas lo
suficientemente efectivas que permitieran la organización de modos de
convivencia donde todos pudieran tener voces y derechos de forma equitativa.
Aquello de que “todos somos iguales” o “del pueblo y para el pueblo” se diluyó
en un aparato partidista y de gobierno altamente ineficaz, antipopular a largo
plazo e incapaz de generar modelos alternativos de gran calado.
3) la prensa privada legada por Obama
Hay
suficientes documentos que demuestran de modo irrefutable cómo el gobierno de
los Estados Unidos ha puesto millones de dólares al servicio de la subversión
en Cuba. Le ha apostado, en particular, a la generación de liderazgo entre los
jóvenes, la formación de una clase económica afín a sus intereses y el
desarrollo de estrategias de comunicación en función de restar apoyos al
gobierno cubano.
Todo
esto es cierto y para nada novedoso. En casi sesenta años de Revolución la
noticia sería que no existiera algún tipo de política o directriz encaminada a
derrocar el modelo cubano, en una especie de obsesión fatal.
Sin
embargo, pensar que la prensa no oficial (llamada por unos “alternativa”, por
otros “privada”, y por algunos “contrarrevolucionaria”) es resultado de la
visita de Obama y más aún, de las intenciones de Estados Unidos, es no tener en
cuenta todas las razones posibles.
El
sistema de medios de comunicación en Cuba es incapaz de satisfacer las
necesidades y demandas nacionales. Atada a modos de entender el periodismo y el
ejercicio de la comunicación con raíces profundamente soviéticas, y en última
instancia utilitarias, le ha sido imposible reinventarse y readaptarse al mundo
en que vivimos.
Esta ineficacia ha generado, por un lado, la disminución de su capacidad para formar la opinión pública en el país con el subsecuente fortalecimiento del “boca a boca” como mecanismo de acceso a aquellos contenidos que los medios oficiales no pueden presentarnos. Por otro lado, ha propiciado que emerjan un conjunto de medios fuera del sistema oficial que buscan satisfacer esas demandas.
Es cierto
que una parte de ellos ha surgido y se financia de fondos foráneos cuyos
intereses no son del todo claros, e incluso unos cuantos son abiertamente
reaccionarios al sistema político y de gobierno en Cuba. Pero también es muy
cierto que otra parte busca llenar los vacíos (muchos, a decir verdad) que ha
dejado el modelo de prensa existente en el país apelando a diversos modos de
subsistencia.
Una
vez más, el surgimiento de lo alternativo ha sido consecuencia del actuar de la
oficialidad, en buena medida, por la imposibilidad de estos últimos de
responder a las demandas reales de un país altamente capacitado e informado,
que requiere más y mejor comunicación cada día. Es más, hablaríamos de la
responsabilidad del gobierno y el partido en la ineficacia del actual sistema
de medios, donde el oficialismo prima por encima de lo público; pero esto es
tema para otro día.
El
supuesto “sistema de medios privados” no existe en Cuba desde la visita de
Obama. Viene desde mucho antes, solo que, en su estrechez de miras, las
estructuras de poder prefirieron meterlos a todos en el saco de los “otros” en
lugar de negociar. Se negaron a darles oportunidades para que diversificaran el
panorama comunicativo nacional, en lugar de verse obligados a vivir en la
clandestinidad.
4) el hecho de ser tonto o cínico si se
desea que rija en Cuba la tripartición de poderes
Quizás
sea este el más preocupante de los puntos contenidos en la afirmación inicial
que, recordemos, ha circulado durante algunos días en las redes cuyo origen se sitúa
en importantes figuras de la vida pública nacional. Esto refleja cierto grado
de intolerancia preocupante pero no novedosa.
El
hecho de que alguien en el país esté proponiendo la instauración de la
tripartición de poderes nos obliga a preguntarnos entonces ¿qué modelo de país,
qué modelo democrático tenemos hoy? Criticar que alguien solicite la aplicación
de cierta teoría parte del hecho de reconocer que dicha teoría no se ha
aplicado, o lo que es lo mismo, partiría de confirmar que la supuesta
separación de poderes existente hoy en Cuba (a decir: Legislativo, con la
Asamblea Nacional del Poder Popular; Ejecutivo, con el gobierno nacional; y
Judicial, con el Tribunal Supremo Popular) no es tal.
Ambas
cosas, si acaso, son muy cuestionables: tanto la intolerancia como la
existencia de un modelo que responde a las formas descritas por Montesquieu
pero que, en su funcionamiento, y más aún en su interpretación, no son tal.
Que
alguien demande hoy en Cuba la tripartición de poderes ni es un acto cínico ni
reflejo de alguien tonto. Responde a una demanda que puede considerarse
legítima incluso aunque no se comparta, como es mi caso. Expliquemos ambos
puntos para mayor claridad.
El
socialismo promete al pueblo todo el poder. Sin embargo, no ha podido generar
modelos democráticos legítimos y auténticos que revolucionen la gestión de la
vida pública. Por la razón que sea, ni siquiera cuando la URSS como potencia
ostentó suficiente poderío militar y económico como para imponer sus propias
visiones, fue capaz de generar las alternativas que hicieran frente a la
clásica tripartición de poderes asumida como bastión del capitalismo.
Cuba,
por ejemplo, asumió a todas luces una versión desmejorada de la propuesta de
Montesquieu. Modificaciones más o modificaciones menos, ahí están claramente
los tres poderes. Salvo por el artículo constitucional donde se establece que
el Partido Comunista es la fuerza dirigente superior de la sociedad, el resto
de la estructura adoptada es claramente la misma que se ha asumido en el
continente.
El
denominado como “poder popular”, si bien está muy bien establecido en el
ordenamiento jurídico, apenas tiene un carácter nominal. No es más real y
efectivo el poder de decisión del ciudadano de a pie en Cuba que en cualquier
otro sistema de gobierno en cualquier otra parte del mundo.
La
solicitud por tanto de la aplicación de la separación de poderes en un país
como el caribeño muestra con claridad que el actual sistema mediante el cual se
gestiona la vida pública no responde a las demandas y necesidades reales (al
menos no a las de todos los cubanos). Sobran los ejemplos.
Por
otra parte, ya lo hemos dicho con claridad, tampoco es que el modelo de
Montesquieu venga a resolver ningún problema por sí mismo. No lo ha hecho en
ninguna parte del mundo ni lo hará. El asunto es de personas y no de
planteamientos teóricos. Ni la tripartición ni el modelo griego de democracia
ni ningún otro va a resolver las carencias mostradas en la gestión del poder en
Cuba.
Se
requiere un sistema y una estructura auténticamente cubanas, resultante de la
experiencia histórica y cuya primera y genuina manifestación parta del
soberano, el único capaz de reconocer lo que necesita y requiere en cada
momento histórico. Urge repensar el modelo de gestión nacional, actualizarlo y
adecuarlo a los tiempos que corren. No se trata de americanizarlo ni
europeizarlo, sino convertirlo en estructuras funcionales y útiles para el
presente y el futuro del país. En eso no hay ni tontería ni cinismo.
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