Por Eduardo Pérez Otaño
El
próximo 1 de julio se definirá el nuevo presidente de México en sustitución de
Enrique Peña Nieto. Con el arranque oficial de las campañas electorales el
pasado 30 de marzo, se confirma el fin de las ideologías políticas en esta
contienda en particular: las alianzas y componendas para hacerse de las
candidaturas pone en evidencia al sistema político mismo.
Cuatro
candidatos se discutirán la primera magistratura, y de paso tratarán de
concentrar los favores del electorado durante estos tres meses: el oficialista
José Antonio Meade Kuribreña, Ricardo Anaya Cortés, Andrés Manuel López Obrador
y la independiente Margarita Zavala Gómez. Entre estas opciones deberán elegir
cerca de 90 millones de votantes según datos oficiales del Instituto Nacional
Electoral.
Se
elegirán además 9 gubernaturas, incluyendo la Ciudad de México, así como 500
diputados y 128 senadores a nivel nacional. A su vez, 30 entidades del país
tendrán elecciones para Congresos y Presidencias Municipales. Todo esto
convierte a la elección de 2018 en la más cara de la historia mexicana. De
paso, más de 12 millones de jóvenes de entre 18 y 23 años votarán por primera
vez.
A
estas alturas del partido, si bien ya las encuestas no aseguran nada, pareciera
que Andrés Manuel López Obrador hará realidad el dicho de que a la tercera va
la vencida. Proveniente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en sus
inicios (hoy el partido oficialista), pasó al Partido de la Revolución
Democrática (PRD) por el cual llegó a Jefe de Gobierno de la Ciudad de México
entre 2000 y 2005.
Originario
de Tabasco, López Obrador o AMLO como se le conoce en México por las iniciales
de su nombre, se presentó a las elecciones de 2006 y en un resultado dudoso
perdió frente a Felipe Calderón. Nuevamente contendió en 2012, esta vez por el
partido Movimiento Ciudadano, elección que hizo regresar al PRI de la mano de
Enrique Peña Nieto.
Al no
encontrar instancias partidistas que reflejaran sus verdaderos ideales, AMLO
fundó el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) con el cual, de
realizarse las elecciones hoy y según las encuestas, López Obrador sería electo
presidente de la República con poco más del 40 por ciento de los votos, casi 15
puntos por encima de su más cercano rival y con 79% de probabilidades de que
esto ocurra.
Atacado
además por las élites económicas y los medios, el proceso electoral pareciera
ser un “todos contra AMLO”. Los demás candidatos siguen en buena medida la
agenda que marca Obrador, y en lugar de centrarse en sus propuestas dedican
tiempo y energías a rebatirle. Lo han atacado con todo: aseguran que, de ganar
la presidencia, México se convertiría en Venezuela (nótese el empleo faccioso
de la situación reinante en aquel país) o lo asocian al autoritarismo y al
centralismo.
Obrador
llega con algunos cuestionamientos importantes, entre ellos el haberse aliado
con el Partido Encuentro Social, considerada como una agrupación ubicada muy a
la derecha del espectro político y extremadamente conservadora en temas
importantes como el matrimonio igualitario y la familia. Asimismo, no pocos le
critican la incorporación de personajes de dudosa trayectoria tanto a su equipo
de campaña como a las candidaturas a gobernadores y alcaldes.
Lo
cierto es que sus propuestas calan en una sociedad hastiada de la política,
cada vez menos confiada de sus autoridades y muy preocupada por los temas de
inseguridad, corrupción y crimen organizado. Si bien los problemas de México no
son electorales, sino estructurales y sistémicos, López Obrador encarna la
esperanza de una parte de los mexicanos de introducir reformas que permitan
avanzar en los temas más importantes, aunque queda claro que un sexenio no
alcanza para resolverlo todo.
Ricardo Anaya al segundo
Relegado
a un segundo lugar se encuentra Ricardo Anaya Cortés, el más joven de los
contendientes y el menos experimentado en la arena pública. Candidato por el
Partido de Acción Nacional (PAN) en alianza con el Partido de la Revolución
Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano, su ascenso hasta convertirse en la
propuesta de la coalición estuvo plagado de jugarretas.
En un
golpe interno, destronó a Margarita Zavala al establecer a sus espaldas una
alianza con los otros dos partidos, a la vez que debilitó al sector que la
apoyaba. Con una breve historia, en comparación con el resto de los candidatos,
Anaya se convirtió en presidente del PAN en 2014, luego de haber fungido como
Diputado Federal al Congreso de la Unión. Justo en ese período apoyó la reforma
energética impulsada por Enrique Peña Nieto, la misma que permitió la inversión
privada en el sector petrolífero mexicano con el subsecuente aumento del precio
de la gasolina hasta niveles insostenibles.
Instruido
y carismático, así se presenta como candidato. Habla inglés y francés, con
fuertes vínculos en los Estados Unidos y dispuesto a lo que sea necesario para
hacerse con la presidencia de la República. Sin embargo, tampoco la ha tenido
fácil.
Durante la precampaña el candidato oficialista
(y por ende el PRI) se ha enfrascado en destruirlo políticamente. Ambos, tanto
Anaya como Meade, tienen una pugna particular para ver quién llega en segundo
lugar al 1 de julio próximo para poder tener un cara a cara con López Obrador.
En
esta guerra sin cuartel, ha sido acusado de lavado de dinero en el proceso de
compra de una nave industrial. La Fiscalía mexicana, ni corta ni perezosa,
mostró una celeridad poco habitual en un país donde más del 90% de los crímenes
quedan sin ser investigados, y abrió un proceso en contra del candidato. En los
vaivenes del caso, Anaya acusa al PRI de uso político de las instituciones y ha
asegurado que de llegar a la presidencia de la República metería a la cárcel a
Peña Nieto.
Más priísta que el PRI
Quien
no la tiene nada fácil es José Antonio Meade (léase Mid). Por primera vez el
PRI (partido de gobierno) ha apostado por un candidato que no pertenece a esta
formación. Con una larga trayectoria, fue Secretario en la presidencia de
Felipe Calderón y lo continuó siendo bajo el gobierno de Peña Nieto. Ha ocupado
las carteras de Energía, Hacienda, Desarrollo Social y Relaciones Exteriores.
El
desprestigio del PRI ha llegado a tal punto que ha puesto en Meade todas sus
esperanzas para no abandonar Los Pinos (la sede del ejecutivo). Esto enfrenta
al candidato a una doble carga que le ha pasado factura: por una parte debe
mostrarse como un sentido priísta para ganarse el voto duro de quienes no
abandonan al Partido a pesar de haber llevado al país a los mayores índices de
violencia y corrupción en su historia, y de paso asegurarse el apoyo de los
grandes y poderosos al interior del PRI; por la otra debe presentarse lo más
alejado posible de la agrupación política y en especial de Peña Nieto, quien
cuenta con los niveles más bajos de aprobación en la historia mexicana.
Ni lo
uno ni lo otro, el juego a dos bandos ha hundido a José Antonio Meade a un
tercer puesto y según las encuestas, no parece moverse de ahí. Por el
contrario, en lugar de ganar terreno lo pierde frente a Anaya y AMLO. Poco
carismático, dado a los tecnicismos y rodeado de un equipo con capacidades
cuestionables, Meade es percibido por buena parte de los votantes como un
títere y una persona débil y enferma (padece de vitíligo) poco capaz de conectar
con un electorado dispuesto a sacar de poder a todo aquello que huela a PRI.
Zavala como independiente
Por
primera vez, la boleta electoral contiene el nombre de un candidato
independiente, aunque la verdad no es tal. Margarita Zavala optó por
presentarse sin partido luego de que en el rejuego político fuera apartada por
Ricardo Anaya. Con el apoyo de su esposo y expresidente Felipe Calderón, reunió
el millón de firmas que la avalara frente al Instituto Nacional Electoral. En
este proceso fue la única a la cual no detectaron rúbricas falsas. Ya otros dos
candidatos que lograron reunir la cifra fijada por el INE fueron negados por
incumplir las normas establecidas.
Tildada
por los medios como “la Calderona”, Zavala apuesta por concentrar el voto anti
PRI y anti López Obrador para hacerse con la presidencia de la República.
Cuestionada por sus posiciones frente a la inseguridad y los temas de
matrimonio igualitario, el aborto y otros asuntos sensibles, se posiciona en un
cuarto puesto, donde ha mostrado una ligera tendencia al alza según las más
recientes encuestas.
Sin
embargo, el electorado la asocia a la política de mano dura que llevó a cabo su
esposo entre 2006 y 2012 en la llamada guerra contra las drogas, que llenó al
país de muertos y profundizó la inseguridad y la presencia de crimen organizado
en buena parte de México.
Lo
cierto es que, en este proceso electoral, su candidatura es prácticamente
inexistente, tanto como sus propuestas. Los medios apenas cubren su agenda y
cuando lo hacen es para ridiculizarla.
Dos modelos para México
América
Latina estará atenta a lo que suceda el próximo 1 de julio, y también los
Estados Unidos. El electorado tendrá que escoger entre dos modelos muy claros:
el continuismo (ya sean Anaya, Meade o Zavala) o la apuesta por otra visión, la
que presenta Andrés Manuel López Obrador.
El
candidato de izquierda ha dicho que será su última campaña y se le ve muy
confiado en llegar a Los Pinos. Desde allí promete moralizar la vida pública,
reformar las instituciones del gobierno y descentralizar la gestión. Los demás
candidatos se centran en temas vagos o deciden atacar a AMLO allí donde
encuentran la grieta.
Gane
quien gane, tendrá sobre sus hombros la responsabilidad de negociar con el país
vecino el Tratado de Libre Comercio, hacer frente a las imposiciones de Donald
Trump quien pretende cargar a la cuenta de los mexicanos el muro fronterizo y
enfrentar los grandes temas: la inseguridad, la corrupción y la violencia que
azotan a este país.
El
show electoral ha comenzado y habrá que estar muy atentos a lo que suceda en
esta parte del continente, por las repercusiones que esto pueda tener para la
configuración geopolítica de la región.
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