Por Ariel
Pierucci
Tomado del
blog La luz nocturna
Según el noticiero y sus impasibles
reporteros, la situación respecto a los medicamentos ha entrado en fase de
normalización. De esto, nos enteramos en un reportaje en el que se explicaba
que como la oferta no satisfacía la demanda un grupo de gente podría acceder a
los medicamentos y otros tendrían que aguantar como verdaderos estoicos. En el
mismo reportaje, para aliviar tensiones, se informaba que, tras una minuciosa
purga, farmacéuticos sin escrúpulos habían sido alejados de los mostradores. En
fin, que los hipertensos tenían que dejar de armar tanto drama si los oídos les
zumbaban porque el corazón les latía a 140 pulsaciones por minuto, pues la
Clortalidona pronto aparecería; y, todos debíamos sentirnos en paz pues a unos
cuantos malhechores los habían mandado a casita. De nuevo, según el noticiero,
las farmacias estaban a salvo.
En tiempos en los que un papel con un nombre
de más o de menos llama la atención de multitudes, no se ven por estos medios
historias de hospitales, bodegas o farmacias. En este artículo, les traigo una
del último tipo. Prepárense, molesta.
Una señora de 55 años sufrió una agresiva
intoxicación que le provocó erupciones y picazón de las desesperantes. La
hinchazón tampoco faltó. Propio de la precaución femenina, acudió al médico, y,
en sus propias palabras –que a más de uno he oído- “Ahí empezó la odisea”. La
paciente, se atendió en el policlínico Antonio Guiteras de la calle Zulueta un
sábado en la noche, y a pesar de que el blanco dejaba de ser su color primario,
solo mereció una inyección. Por la medicina indicada en el tratamiento, Prednisolona,
tendría que esperar hasta el lunes por el milagro de un médico en un
consultorio de la familia. Sí, para ahí la mandaron. Mientras este optimismo se
afianzaba en quienes la atendían, el estado de la paciente empeoraba. Domingo
siguiente, más intoxicación, más ruegos, más lunes milagrosos. Logra convencer
a la doctora –el rojo hablaba por sí solo-, y finalmente le expiden la receta.
Ya en la madrugada, abandona el policlínico y se dispone a confiar en Cuba
Dice. A asediar farmacias se ha dicho.
Recorre cuatro. En la primera falla. Acude a
la autoridad y se dirige a la célebre Sarrá. El prestigio se resiente, no hay
nada en Sarrá. Clama por el célebre sistema de localización, obtiene un verbal
“Creo que en tal hay”. Hacia allá va. Comprueba lo infundada de la creencia. En
la cuarta, por la Bodeguita del Medio, toca primero la puerta. Cero respuestas.
Llama por la ventana de despacho. La cordialidad de la dependienta se desata
“¿Por fin por donde va a tocar?”. Se traga el orgullo, está enferma y necesita
la medicina. Pregunta si hay. Obtiene un sí. Se alegra y refiere sus tres
fracasos previos. Le responde la dama del local “Tú sabes que es lo que pasa.
Que a esta hora nadie te va a despachar porque a esta hora es que nosotros
estamos cogiendo el sueñito”. Abandona la gentileza y deja claro que hay que
venderle su medicamento. Lo recibe no sin el típico gesto de molesto favor que
pone todo el que se cree dueño de un espacio público.
Fin de la historia que nos demuestra que,
aunque conseguir medicamentos es una verdadera odisea, se convierte en una
empresa injusta si se priva del sueño a los delicados farmacéuticos. Y es que
así van las cosas. Todo el que tiene que hacer algo, está cogiendo el sueñito o
ya lo cogió. Mientras, todo el que necesita algo está que no puede conciliarlo,
pues entre zumbidos de oídos sin Clortalidona, brotes de asma sin Salbutamol y
alergias sin Prednisolona no hay quien pegue un ojo.
Sin embargo, esta historia me gusta, pues sé
cómo responder. Las farmacias y los farmacéuticos, gracias a ese descuido en el
manejo de la información, han dejado de ser un misterio para mí. He descubierto
como virarles el juego y con todos quiero compartirlo. Es muy simple, solo hay
que ir a una farmacia, y tocar hasta que se levanten, en definitiva, están
cogiendo el sueñito. Y si se quiere ser más contundente, se lleva un buen bafle
con reguetón, que para algo útil tienen que servir. No parar de tocar la
puerta, la ventana o lo que sea. Insistir y hacerles ver que son empleados
públicos, no propietarios. ¡No son dioses hermanos! Decían los indios de
Caupolicán cuando decidieron enfrentarse a los españoles. Es simple gente con
sueño que no quiere atender, pero que por una madre vale la pena despertar.
Porque sí, la persona de la historia era mi madre, cretinos que estaban
cogiendo el sueñito.
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