La libertad parece ser algo
tan sencillo que todo el mundo cree poder decir algo sobre ella. Ser libre
significa, según la creencia popular, hacer lo que uno quiera sin que nadie
pueda impedirlo. Sin embargo, este concepto esconde una profunda complejidad en
su interior, que los no iniciados en la filosofÃa apenas consiguen vislumbrar.
Lo cual no quiere decir que se trate de algo que solo concierna a los
filósofos: los problemas que los filósofos descubren, cuando son verdaderos,
son problemas de todos.
Por Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Tomado del blog La luz nocturna
Desde hace mucho tiempo, se ha
hecho una distinción entre libertad negativa y libertad positiva. La primera se
refiere a ser libre con respecto a algo, ser libre de negar cualquier autoridad
o contenido para hacer lo contrario. La segunda se refiere a la libertad para
hacer algo, para romper con lo establecido y crear algo nuevo. La diferencia
puede parecer sutil, pero es sustancial: mientras que la libertad negativa no
se compromete con ningún contenido, y tiene un carácter eminentemente
secesionista, la segunda lleva en sà la idea de una finalidad y un contenido
material. La trascendencia de esta distinción es captada, además, de modo
inmediato, cuando se comprende que la libertad negativa es el paradigma de
libertad propio de las sociedades capitalistas occidentales, mientras que la
libertad positiva lo es para el socialismo.
Libertad negativa. Todo el
mundo disfruta de la sensación de librarse de una coerción exterior o de una
autoridad abrumadora. Además, la desobediencia en sà misma provoca un morbo que
nos viene desde la época de la expulsión del Edén- según el mito-. La sociedad
capitalista, al menos en su forma clásica, promueve el auge de esta idea de
libertad: es la superestructura ideológica que acompaña a la muy real
transformación de los hombres en individuos desarraigados que solo pueden
vender su fuerza de trabajo. En el capitalismo, la relación entre el empleador
y el empleado tiene que realizarse bajo la forma de un contrato entre dos
hombres libres. Por esta vÃa, que incluye la falsa equivalencia entre trabajo y
sueldo, el modo de producción capitalista se asegura la mejor de las
configuraciones ideológicas: el obrero firma “por sà mismo” el permiso para ser
explotado.
Por supuesto que, en esas
sociedades, la libertad negativa completa nunca se da de facto. El que irrumpa
en la casa de su vecino, lo asesine y viole a su mujer, no será considerado un
ciudadano que hace uso de su libertad, sino que será juzgado como un criminal.
La libertad negativa que se tolera es aquella se expresa a través de las
categorÃas de la razón instrumental: una mercancÃa puede ser intercambiada por
cualquier otra, toda empresa es posible si se hacen bien los cálculos. Es por
eso que el capitalismo necesita como acompañante a un estado que se encargue de
reprimir toda la “libertad sobrante” y que prepare al individuo para que sea un
reproductor de las condiciones sociales de producción. Y ese estado, en
condiciones favorables, debe ser también un espacio en el que la libertad
negativa se exprese a través de la institucionalidad polÃtica. ¿Qué mejor
colofón para una sociedad de entes económicos autónomos que un sistema de
democracia parlamentaria que le asegure a todos un voto totalmente libre e
igual al resto?
La libertad positiva, por otro
lado, se ha expresado históricamente como un problema y un proyecto. Fue
Fichte, el filósofo alemán, quien planteó del modo más claro la cuestión: es
imposible pensar en un ser libre que no sea capaz de producir la realidad que
lo rodea. ¿Qué clase de libertad serÃa aquella que nos hiciese deambular entre
las opciones que nos entrega el pasado? Cuando se habla de libertad positiva,
se habla sobre todo de una ruptura temporal y del surgimiento de una realidad
material nueva.
Un ejemplo de libertad
positiva puede ser, a nivel individual, la creación artÃstica o el
descubrimiento cientÃfico. Sin embargo, cuando el problema se plantea a nivel
de toda una sociedad, entonces se está hablando del desarrollo de proyectos
colectivos. Y no hay ninguna sociedad que esté más marcada por la construcción
de un proyecto colectivo que la socialista.
Surge, sin embargo, un
escollo. ¿Acaso es posible hablar de la libertad en colectivo? Pues sÃ. Lo cual
no quiere decir que el asunto no sea problemático. La construcción de una nueva
sociedad, el ejercicio de la libertad positiva en colectivo, implica la existencia
de un consenso y de una empatÃa colectiva alrededor de una idea. Lo malo está
en que, hasta ahora y dada la herencia de siglos de antagonismo social
sedimentados en nuestro lenguaje, los consensos colectivos son muy frágiles.
Dentro de una sociedad que ha abrazado un proyecto colectivo pueden al cabo del
tiempo surgir grupos que abandonen el proyecto o dejen de creer en él. Pero
entonces, puede ser que sea demasiado tarde.
Lo que muestra la experiencia
del socialismo real soviético es como, en una sociedad que ha ejercido la
libertad positiva en colectivo, luego los ciudadanos quedan a expensas del
poder que crearon para llevar adelante ese proyecto. La ruptura del consenso
general hace degenerar la sociedad en una dictadura del viejo estado instituido
para hacer cumplir la voluntad general, y que ahora conserva de un modo cÃnico
los viejos sÃmbolos que lo vieron nacer. Como dijo una vez Marcuse, la libertad
del hombre no es un asunto privado, pero no es nada si no es un asunto también
privado.
La libertad negativa y la
positiva configuran el arco de posibilidades antropológicas en las que el
hombre parece estar atrapado. Hoy por hoy, las sociedades de la libertad
negativa ni siquiera funcionan exactamente del modo en que se describió más
arriba. La libertad individual ya no tiene como resultado el fortalecimiento de
la personalidad sino más bien su disolución: la industria cultural somete a ese
individuo a tantos estÃmulos que este ya no puede sostener su atención en nada
mucho tiempo. La sociedad postmoderna ya no le confiere importancia o valor
alguno al acto de elegir libremente, de tanto y tan vacÃamente que lo repiten.
La libertad positiva, por otro
lado, sigue siendo un El Dorado aparentemente inalcanzable. Solo ella puede
realmente dar satisfacción a las ansias humanas, ya que el hombre no elige sino
porque desea Algo. Sin embargo, ese algo, cuando se le ha intentado alcanzar
por las vÃas del socialismo, se ha transformado casi siempre en un fruto de
cenizas. A diferencia de la libertad negativa, que se sostiene a sà misma y a
la sociedad que la produce a través del mercado, la libertad positiva no parece
servir como un cemento social duradero. Al menos, debemos decir que no se ha
encontrado la forma de crear una institucionalidad polÃtica óptima para las
sociedades socialistas, que necesitan sostener y recomponer el consenso general
alrededor de un proyecto de futuro.
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