Tan lejos de Dios - La letra corta

21 de septiembre de 2017

Tan lejos de Dios

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Por Eduardo Pérez Otaño

Ticuman parece un pueblo fantasma. Imposible no pensar en aquel pasaje en el que Juan Rulfo describe el sombrío lugar donde habría de desarrollarse Pedro Páramo. Silencio y dolor compartido. No hay electricidad. A lo lejos pasan las luces. Son los camiones que llevan los primeros recursos a la ciudad más afectada en el Estado de Morelos por el terremoto de 7.1 grados que afectó al centro de México.

Nadie quiere hablar. Sentados a las afueras de las casas esperan las réplicas que muchos anuncian. Tienen miedo. Se les ve en la mirada el temor a que un nuevo temblor los sorprenda en pleno sueño. Temen a la naturaleza y a Dios.
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Uno de los símbolos del pueblo cayó: la cúpula del reloj del ayuntamiento. Casas destruidas, muros, calles afectadas. La impredecible fuerza de la naturaleza se ensañó con esta parte del país de modo descomunal. Pero nadie habla de eso. No hubo decesos y es lo importante. Todos prefieren concentrarse en cómo ayudar en otras regiones donde la muerte no tuvo igual piedad.

La gente se organiza. La solidaridad se multiplica en medio de tanto dolor, de tanto desespero. Se acopia comida, agua, medicamentos, instrumentos para ayudar en la recogida de escombros. Unos parten hacia Jojutla, el municipio más afectado por el sismo de este 19 de septiembre, otros hacia Zacatepec, Tlaquiltenango o Cuautla.
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Treinta y dos años después, ha vuelto la tierra a estremecerse. No habían sanado aun las heridas de aquel septiembre de 1985 cuando miles de seres humanos quedaron atrapados bajo los escombros. Aun no se lloraban lo suficiente los muertos del temblor que había arrasado con Chiapas y Oaxaca tres semanas atrás.

En medio del desespero lo peor es el silencio. Nadie habla en voz alta como otros días. Nadie ríe entre la multitud con algún chiste picante. Parece otro pueblo, otra gente. En el silencio se comparte más que el dolor.

En los grandes medios nadie habla de Ticumán. Hasta hace algunas horas se hablaba poco de Jojutla, Tlaquitenango, Cuautla… En este fin del mundo ha habido que esperar más de veinticuatro horas para que las autoridades se hicieran presente y trajeran consigo las cámaras, los micrófonos, los ojos del país.


México es fuerte; lo saben todos. Pero aun así llora hoy a sus muertos, llora su destrucción, llora el infortunio de estar tan lejos de Dios.
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Casas, muros, escuelas, iglesias... destrucción y silencio

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