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Por
Lic. Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Según la Constitución de nuestro país,
el marxismo-leninismo constituye, junto al pensamiento martiano, uno de los
pilares ideológicos de la nación. Sin embargo, es posible constatar el estado
lamentable en que se encuentra el marxismo cubano. Más allá de que continúe
estando presente, de manera obligatoria, en los planes de estudio de todas las
carreras universitarias, o de que exista una referencia permanente al
socialismo en la propaganda oficial, lo cierto es que gran parte del mensaje
marxista se encuentra olvidado, entregado a la furia de las polillas. Los
sellitos con la imagen de Marx y Lenin son vendidos a los turistas en CUC, como
una sutil muestra de que para los cubanos el marxismo no es más que parte de un
pasado nostálgico y technicolor.
Desde un punto de vista académico, el
marxismo comparte el escenario con las diferentes ciencias sociales, el
derecho, la sociología, la historia, la filología, etc. Comparten el escenario,
pero es como si existieran en dos realidades paralelas. Las diferentes ciencias
sociales llevan un curso propio, de espaldas por completo al marxismo,
tratándolo como una pieza de museo, o como una doctrina política obtusa. Los
más dialogantes se contentan con afirmar que el marxismo tuvo un papel muy
influyente en el surgimiento y desarrollo de las ciencias sociales, pero que
estas hace mucho tiempo lo han dejado atrás. Esta posición de superioridad, que
adoptan los exponentes de las ciencias sociales cubanas, es uno de los
elementos que pueden distinguirse, por ejemplo, en proyectos como el de Cubaposible. No se trata de que dichas
disciplinas sean de por sí reaccionarias: por el contrario, cada una de ellas
es un campo de batalla. De lo que se trata es de una total subestimación del
marxismo.
El campo marxista, por otro lado, no
ha hecho mucho para sacudirse esos estigmas. Dicha sea la verdad: en Cuba se ha
entronizado una versión dogmática del marxismo (marxismo-leninismo), cuyas
limitaciones son conocidas en el mundo desde antes de 1959. Han existido
significativas excepciones, pero la mayor parte de los que se dedican a la
enseñanza del marxismo no lo hacen con la calidad necesaria.
La pregunta que debemos hacernos es la
siguiente: ¿De qué nos sirve el marxismo? Si se diera el caso que no nos sirve
para nada, lo mejor sería dejar de gastar recursos en su enseñanza. No tiene
ningún sentido insistir en esa formalidad solo porque Cuba es, supuestamente,
un país socialista. Solo las mentes dogmáticas se aferran a ese arquetipo del
pasado, mientras que la práctica ha demostrado que la mayor parte de las ideas
marxistas están arrojadas al olvido. En la Cuba actual, ni siquiera el discurso
oficial “socialista” recurre a los fatigosos razonamientos de El Capital.
Sin embargo, este estado de muerte en
vida en el que se encuentra el marxismo cubano en el presente resulta engañoso
acerca del papel que podría jugar en una realidad futura. Existe la tendencia a
considerar al marxismo como una parte del problema, mientras que en realidad
podría ser una parte de la solución. Para que ello fuese así sería necesario,
no obstante, un reencuentro de los cubanos con esa corriente de pensamiento. El
marxismo, después de todo, a pesar del descrédito a que ha sido sometido,
conserva dos cualidades que lo hacen insustituible: en primer lugar, es un
cuerpo teórico que analiza la realidad en su totalidad, a diferencia de las diversas
ciencias sociales; en segundo lugar, es una forma de pensamiento comprometida
con la emancipación humana.
En primer lugar, el marxismo nos puede
ayudar porque ya es una parte fundamental de nuestra historia. La identidad
nacional cubana incluye el concepto de una patria socialista, de los humildes,
con los humildes y para los humildes. Uno de los principales problemas a los
que se enfrenta la cultura cubana es al hecho de que el nacionalismo cubano
está perdiendo ese lado socialista, que se forjó a lo largo de las luchas del
siglo XX. Algunos celebran este hecho como un reencuentro con la verdadera
“cubanía” desideologizada, que consiste sobre todo en tabaco, ron y palmeras.
Sin embargo, lo cierto es que sin la luz marxista, que le da unas dimensiones y
unas perspectivas amplias al proyecto de la nación cubana, haciendo que esta se
autocomprenda como parte de un movimiento universal, el nacionalismo cubano se
transforma en algo limitado, estrecho e incluso peligroso.
El marxismo puede servir para poner
entre paréntesis y entender qué es el nacionalismo: un ideal alrededor del cual
se organiza una colectividad humana. Se trata de un fenómeno necesario en esta
fase histórica, algo muy necesario para que un pueblo pueda sobrevivir a los
desafíos que se le presentan, pero no de algo absoluto o sustancial. Con ayuda
de Marx, podemos entender que la nación y la patria son algo efímero, mientras
que el impulso hacia la libertad existirá mientras exista el ser humano. Del
mismo modo, el marxismo nos puede ayudar a comprender que lo fundamental no es
la defensa de la nación sino qué clase de hegemonía se despliega en dicha
nación: una hegemonía burguesa o una hegemonía socialista.
Si quisiéramos hablar en el lenguaje
de los viejos manuales diríamos que lo importante es saber qué clase social
posee el poder. Sin embargo, no tenemos por qué hablar en el lenguaje de los
viejos manuales. El marxismo, aunque sus enemigos se nieguen a reconocerlo, no
se quedó en el siglo XIX. Existe toda una trayectoria fructífera del marxismo
en el siglo XX, con nombres como los de Gramsci, Lukács, Bloch, y los miembros
de la Escuela de Frankfurt, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Benjamin, Fromm, y muchos
otros. Este otro marxismo, que algunos han querido desprestigiar con el
agregado de “occidental”, puede brindarle a los cubanos un servicio inestimable
en dos aspectos, el psicológico y el práctico.
Cuba necesita del marxismo, entre
otras razones, porque como país se encuentra al borde de una ruptura abrupta de
la continuidad histórica. Si en Cuba mañana se abandonara lo que queda del
proyecto socialista, así sin más –lo cual es perfectamente posible-, nos
quedaríamos con el trauma de un pasado allí, gigantesco y socialista,
regresando una y otra vez para castigarnos. Es por eso que si se pudiera, de la
mano de una renovación del marxismo cubano, avanzar hacia el futuro que el país
necesita, ello nos ahorraría muchos traumas nacionales de consecuencias impredecibles.
Existen, hoy en día, muchos conflictos
que nos atormentan como sociedad. Por ejemplo, está el problema de la propiedad
privada y el mercado, los llamados injertos de capitalismo dentro del
socialismo. Una parte de la sociedad apoya el desarrollo del cuentapropismo,
algunos con la esperanza de una mejora económica personal o colectiva, otros
porque laboran activamente hacia el surgimiento de un “nuevo mundo” que no es
más que el de la hegemonía burguesa. Otra parte de la sociedad, que podemos llamar
de un modo formal la izquierda, se preocupa con la posibilidad de que el
capitalismo regrese a Cuba y se opone de un modo u otro a los cambios. Pues
bien, recurriendo al acervo teórico del marxismo podemos comprender que se
trata aquí de una falsa alternativa.
A partir de la obra de Lukács, Historia y Conciencia de Clase, se ha
comprendido al capitalismo no solo como un problema de la crítica de la
economía política, sino también y sobre todo como un asunto que afecta a los
modos de racionalidad que predominan en la sociedad moderna. Lukács puso de
relieve la existencia de la cosificación como un fenómeno espiritual
fundamental de la sociedad burguesa. Según él, este fenómeno no afectaba a
ninguna clase social en particular, sino a la totalidad, tanto a la burguesía
como al proletariado. Del mismo modo, demostró que la subjetividad
revolucionaria surge como un producto natural de dicha sociedad, a partir de
las propias contradicciones del capitalismo.
A esto es necesario añadirle los
resultados de Marcuse en sus estudios de mediados del siglo XX sobre las
sociedades industriales. Marcuse constató el hecho de que la sociedad burguesa
contemporánea ha superado la contradicción entre capital y trabajo, desde el
momento en que el proletariado de los países centrales ha sido integrado a los
beneficios de la extracción universal de plusvalía. Dicho en términos gramscianos, la hegemonía burguesa fue
capaz de disolver en gran medida a sus mayores adversarios. El resultado es un
mundo como el actual, en el que la masa de los que son explotados consume la propia
cultura de los explotadores, aunque sea de un modo virtual.
No existe, en el mundo contemporáneo,
más que una gigantesca sociedad burguesa global, cuyo reflejo ideológico es el
dominio de la racionalidad instrumental cosificante. Esta sociedad, sin
embargo, no puede evitar el desarrollo de la subjetividad y las ansias de
emancipación, pues ellas son un resultado inevitable de la cultura burguesa. La
propia cultura burguesa lleva más allá de sí misma.
Apoyados en un marxismo actualizado,
los cubanos podríamos quizás ver el mundo tal y como este es: un mundo en el
que ha desaparecido la posibilidad de destruir el capitalismo a través de una
revolución proletaria, un mundo en el que solo existe la cultura burguesa y
aquellas pequeñas culturas que se le resisten, pero que son incapaces de
erigirse en una alternativa. En estas circunstancias, un proyecto de socialismo
en un solo país, con una economía planificada al estilo soviético, estaría
condenado al fracaso, al no poder competir con el desarrollo de las fuerzas
productivas a escala global. Lo cual no quiere decir, sin embargo, que los
proyectos socialistas sean imposibles en este mundo.
Es por ello que Cuba no tiene que
elegir entre las dos variantes que vimos antes: la única forma de sobrevivir es
incorporándose en algún grado a la economía capitalista mundial. El proyecto
socialista no puede tener una mentalidad defensiva, tiene que ser expansivo o
está condenado al fracaso. Por otro lado, la existencia de elementos de
burguesía dentro de Cuba no tiene necesariamente que hundir a esta en el
“pantano capitalista”, por la sencilla razón de que todas las sociedades de
este planeta ya viven dentro del capitalismo (con la excepción de los pueblos
aborígenes no contactados, tal vez), incluida Cuba. La existencia de los
valores burgueses en Cuba no tiene por qué derrotar al proyecto socialista
cubano, ya que el socialismo tiene sus raíces en los valores burgueses. La
existencia de acumulación de capital no tiene por qué generar una crisis
social, ya que sus efectos negativos pueden ser contrarrestados por la
intervención del estado y por la existencia de otras formas de economía social.
Puede haber en Cuba una conjunción de
economía capitalista y proyecto de nación socialista. Un marxismo actualizado
nos podría salvar de caer en la trampa de un anticapitalismo romántico y
suicida. No es necesario oponer de un modo abstracto la cultura burguesa y la
cultura socialista, tal y como se ha hecho habitual en ciertos medios. Por el contrario,
el proyecto de hegemonía socialista debería apropiarse de todas las tradiciones
liberadoras y enriquecedoras de la cultura occidental. Debería, además, crecer
en medio de la cultura burguesa universal como una rara flor, nunca
garantizada, como una semilla de un futuro y todavía lejano nuevo modo de
producción.
Son muchas las luces que el marxismo
puede ofrecerle todavía a los cubanos. No tenemos por qué seguir hojeando
manuales de marxismo-leninismo cuando podemos lanzarnos al estudio de los grandes
marxistas del siglo pasado y de este. Cuba, como uno de los pocos países en
“transición al socialismo”, un sitio en el que fue derrocada la hegemonía
burguesa hace casi sesenta años, podría sacarle más provecho que nadie a esa
tradición acumulada.
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