Tomado de El blog deSalvador Salazar
Hace unos meses, el periodista francés Sébastien Madau, redactor
de La Marseillaise, tuvo la amabilidad de enviarme un largo
cuestionario, en el que entre otros temas hablamos de la prensa y el
socialismo. Aprovecho y comparto algunos breves fragmentos de esa entrevista.
Sobre el socialismo real y los medios de comunicación…
La prensa, los medios de comunicación modernos que van surgiendo
al menos desde el siglo XVIII europeo para acá, encuentran en el mercado el
principal ente regulador. Eso lo puedes rastrear sobre todo en el pensamiento
de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, quienes a su vez se inspiran en
el liberalismo inglés, que propone que sea el mercado, la libre competencia,
quien se encargue de decantar la buena información de la mala, el buen
periodismo del mal periodismo. En teoría, esta afirmación parecería válida,
pero siempre se obvia algo que es fundamental: los medios no concurren al
mercado en igualdad de condiciones. Un pequeño periódico de provincia no podría
competir con un gran diario respaldado por un conglomerado multimediático.
Alexander Hamilton y Benjamin Franklin estaban pensando en una sociedad ideal
de pequeños propietarios, nunca en los conglomerados de hoy.
Lenin, iniciando el siglo XX, denunciará la falacia de la
libertad de prensa en tanto sinónimo de libertad de empresa, y propone entonces
darle los medios al “pueblo”. Hago un breve paréntesis: cada vez que se invoca
al “pueblo”, en lo personal me preocupo, porque no hay nada más abstracto que
este concepto y en su nombre “se verán horrores”. Por el “pueblo” se puede
entender cualquier cosa, desde aquel grupo de ciudadanos que acompaña a la
“libertad” en el famoso lienzo de Delacroix (donde había un burgués de levita,
por cierto), hasta esa multitud embobecida y manipulada que siempre invocan los
teóricos de la sociedad de masas. Cuando el pueblo se instruye, cuando el
pueblo se complejiza, deja de ser pueblo, deja de ser masa, y gana en
ciudadanía, en derechos individuales, lo cual no podemos confundir con el mito
del individualismo (y la atomización-enajenación) burguesa.
Pero regreso al punto por donde iba: Lenin decide devolverle los
medios al pueblo, y luego de intentar brevemente la creación de una suerte de
cooperativas mediáticas (propone entregar a cada soviet una determinada
cantidad de papel y tinta para que tuviesen sus propios medios de expresión)
descubre algo tremendo: el pueblo ruso (con una de las tasas de analfabetismo más
altas de toda Europa) no estaba listo para “producir comunicación”. Les dabas
papel, tinta, tiempo de imprenta... pero no había nada que decir. Tantos años
reverenciando al “padrecito zar” y a los iconos ortodoxos que simplemente te
quedaste sin voz. Ahora que puedes hablar no sabes cómo hacerlo.
Entonces los medios irán pasando a un grupo de “revolucionarios
profesionales”, a cuadros del Partido quienes hablarán en nombre del pueblo,
quienes, en tanto “guías”, “orientarán” a ese pueblo, lo “conducirán” por el
camino de la revolución. Y estos “cuadros” actuarán del mismo modo que los
popes de la Iglesia Ortodoxa: servirán de intermediarios, de médium, entre Dios
(El Partido) y el rebaño de feligreses (el Pueblo). Este paternalismo ilustrado
no lo padecieron solo los revolucionarios rusos, sino que es un mal de todas
las revoluciones que han sacudido los cimientos de la modernidad, desde 1789 a
la fecha.
Ya cuando la revolución rusa se institucionaliza, sobre todo
desde que en 1928 Stalin se consolida al frente del PCUS, los medios se
adscribirán a organizaciones que teóricamente no solo representan al pueblo,
sino que se consideran el pueblo en sí. Y ahí tenemos entonces a Pravda como
órgano del PCUS, y a un periódico del Komsomol (la juventud comunista) y así
por el estilo, desde los sindicatos a las Fuerzas Armadas. Aquí llegamos a un
punto importante: los medios se consideran del “pueblo”, y el “pueblo” entonces
no puede dialogar críticamente con esos medios, porque esos medios son, de
facto, su propia voluntad, y renegar de esos medios es como renegar de uno
mismo. Te encuentras entonces con una prensa que tiende al triunfalismo, a la
hagiografía, y que nunca da dos pasos atrás y analiza críticamente el poder que
sea, que denuncia, que pide cuentas. Y cuando los medios comienzan a describir
el país de Jauja, el Valhalla o El Dorado, y no las profundas complejidades del
reino de este mundo, la verdad que hay que preocuparse.
La ilustración, no el capitalismo, inventaron la división de
poderes, la cual comienza a pensarse, de Montesquieu a Rousseau, pasando por
Hobbes y Locke, como una reacción lógica al absolutismo feudal. Te encuentras a
un Luis XIV que se dice no solo representante de los poderes del Estado, sino
la encarnación del Estado en sí. El monarca es juez y es parte, y toda la
filosofía contractualista ilustrada está hablando de la necesidad de dividir a
los poderes, de modo tal que uno no se sobreponga al otro, que cada uno
controle al otro. Ya sé que podría decirse con toda razón que detrás de este
concepto se esconden grandes falacias; todo eso es cierto, pero si los medios
de comunicación están en el mismo despacho desde el cual se dirige la
República, ¿cómo estos van a criticar y/o denunciar las cosas que andan mal?
Podrías citarse a Marx y decir que todo Estado es una
institución clasista, un aparato mediante el cual una determinada clase
refrenda mediante el ejercicio de la violencia sus prerrogativas sobre el resto
de la sociedad. Así podría hablarse de un Estado burgués y otro Estado proletario,
de dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado. En lo personal, muy
en lo personal, preferiría desterrar el lenguaje de las dictaduras y los
ejercicios de fuerza, porque en nombre de la libertad, desde Jean-Paul Marat a
Henry Kissinger veremos también horrores. La dictadura del proletariado intenta
al menos combatir un eje de la dominación (clase vs clase), pero hay otros tan
o más importantes a tener en cuenta. Y al final, desde el ejercicio de la
fuerza, se reproduce un modelo mediático Estado-centrista que a la larga
reproduce los males estructurales de toda sociedad basada en el ejercicio
sistemático del poder por parte de una elite gobernante sobre una masa
sometida. No me voy a extender en ese punto, pero lo anterior no va reñido al
hecho de que incluyo asumiendo como algo concreto, y no como una entelequia, la
existencia de un “Estado proletario de obreros y campesinos”. ¿Cómo canalizar
eficientemente, no solo en el plano discursivo, las múltiples complejidades de
esos grupos sociales? ¿Y cómo combatir la corrupción, las deformaciones que
existen en cualquier agrupación humana? La transparencia informativa ayudaría
sin lugar a dudas, incluso en una representación que antes de comenzar, el Coro
siempre aclara que se trata de un escenario de plaza sitiada, donde con la
crítica existiría el peligro de “darle armas al enemigo”.
El organigrama mediático surgido en los tiempos de Lenin y
consolidado bajo la corona de Stalin, se pensó para un contexto de guerra de
movimientos, por usar la terminología gramsciana; no para una larguísima guerra
de posiciones como fueron los setenta años de guerra fría entre la URSS y el
mundo occidental. Lo mejor de todo esto es que el sistema de comunicación
funciona perfectamente en el corto y mediano plano, pero la experiencia
soviética demostró que a la larga no contribuye a reproducir esa cultura otra,
libertaria, por la que aboga en teoría el socialismo, sino que se va creando
una grieta entre ese “pueblo” y sus representantes ideológicos... y la grieta con
los años se convierte en abismo, el abismo en desconexión y finalmente el
contrato social se rompe en dos mitades y lanza a la papelera, como hicieron a
inicios de los noventa veinte millones de militantes del PCUS.
El debate acerca de la libertad de prensa…
Este es todo un tema para comentar. ¿Qué entender por libertad
de prensa? ¿Cuáles serían sus fundamentos? ¿Cuáles sus límites? En lo personal,
me quedo con la definición que da la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano, en los días más gloriosos de la Revolución Francesa. Pero no
podríamos negar que el término ha sido vilipendiado y obscurecido desde
entonces a la fecha, y en cierto modo monopolizado por un sector que terminó
adueñándose de las libertades que la revolución francesa proclamó como
universales. La libertad de prensa ni es sinónimo de libertad de empresa ni es
sinónimo de prensa estatal (es decir, estatizada; que no es lo mismo que decir
pública, es decir, del ciudadano). Se trata de algo más: del derecho a recibir
información, pero también a producirla. A tener acceso a contenidos diversos
pero también a una educación, a una cultura, que te permita generarlos.
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